Hace exactamente un año todo el país seguía confinado. Así llevábamos desde mediados de marzo, sufriendo una situación que nunca antes habíamos conocido ni, incluso, llegado a imaginar. Cada uno en nuestra casa, sin ver pasar la primavera, muy lluviosa durante ese mes de abril que había terminado. Solo al día siguiente, 2 de mayo, empezamos a pasear en unas franjas horarias concretas, por la mañana temprano y a la caída de la tarde, y quizás muchos —como yo— valoraron bastante más que antes sus calles, plazas, barrios y monumentos. Poco después pudimos también salir de nuestra ciudad o de nuestro pueblo y visitar otros, más o menos cercanos, que también parecieron mejores que antes: más verdes, más blancos, más limpios, más bonitos,…
Desde entonces no he dejado de viajar por nuestra provincia, volviendo a lugares que conocía y descubriendo rincones en los que nunca antes había estado. Pero unos y otros me han parecido fantásticos, como he reflejado en varios artículos de Ideal en clase publicados en estos doce meses. Por eso, y también por el éxito del dedicado a los campanarios de Granada hace pocas semanas, decidí escribir una segunda parte, ahora sobre los de nuestros pueblos. Es, además, una cuestión de justicia, porque en muchos de ellos los hay tan impresionantes como los de la capital, lo que pretendo demostrar aquí. Pero reconozco que he tenido, además, un último motivo: intentar poner a los lectores ante un reto más difícil porque, sin duda, conocer todos los campanarios que propongo en esta ocasión requiere un buen conocimiento de nuestra extensa y variada provincia y no solo de nuestra ciudad.
En consecuencia, este artículo será parecido: un juego de pistas en el que mediante las fotos y un breve comentario el lector podrá adivinarlos y, por supuesto, hacer las visitas posteriormente, cuando el Estado de Alarma, los confinamientos y demás medidas nos lo permitan. Añado, para quien sienta preocupación por las cuestiones de intendencia, que los pueblos en los que se localizan cuentan con excelentes lugares donde disfrutar de la gastronomía tradicional lo que, sin duda, añadirá interés a estas visitas; no obstante, voy a abstenerme de indicar aquí mis establecimientos preferidos para tal menester por no caer en una publicidad que alguno podría, y con razón, considerar interesada.
El primero es un sencillísimo campanario de tapial y ladrillo que contrasta con el encalado del resto de la iglesia. Casi podría decirse que exclusivamente lo decoran la minuciosa labor de albañilería en el alero y las propias campanas, que se asoman a través de unos arcos para superar con sus repiques al fragor del agua del cercano río. Tampoco en el resto del edificio, muy pequeño, hay elementos ornamentales; y sus dos portadas, una lateral, que da al cauce, y otra junto a la torre, presentan arcos ojivales, tan característicos de lo que había sido el Gótico. En el interior, su única nave está cubierta con un artesonado. En definitiva, como tantas otras de nuestros pueblos, es una obra del siglo XVI construida con un predominio de rasgos mudéjares sobre el solar de una anterior mezquita, en lo que habría sido una alquería medieval.
El segundo campanario se eleva más que los restantes, pero no por su altura en sí, sino por su situación en lo alto de la colina en la que se levantó en tiempos remotos este pueblo blanco, de los más conocidos de nuestra geografía provincial. Es lo que permite su visión desde lejos, pese a quedar por encima las murallas del viejo castillo. La iglesia, iniciada su edificación en el siglo XVI, necesitaba un espacio llano que allí no había, por lo que se logró gracias a la construcción de una larga bóveda de cañón sobre la que se dispuso el templo (y su exterior). Y la torre, alzada posiblemente en el lugar del alminar de la anterior mezquita, está rematada con unas decorativas almenas, de ladrillo como toda ella, que le imprimen un aparente carácter defensivo a la vez que islámico, porque recuerdan incluso a las dispuestas en el exterior de la mezquita de Córdoba.
El tercero es un poderoso campanario que muestra la fecha en uno de sus lados: 1769. Pero a pesar de este momento tan tardío, todo su exterior sigue delatando rasgos inequívocamente mudéjares, como el ladrillo con el que está hecho, porque la piedra queda solo como elemento decorativo en las partes inferiores de la torre, que son del siglo XVI, como el resto de la iglesia y como otras iglesias de este fértil valle que desciende a sus pies. No obstante, en el último cuerpo, como vemos en la foto, lo que prevalece como ornamentación son unas pilastras de ladrillo que enmarcan los arcos en los que aparecen las campanas. En el interior del templo la cubierta es un artesonado de pino de Albuñuelas y el retablo, como el último cuerpo de la torre, es ya de finales del siglo XVIII y de estilo Barroco. Sin la menor duda, un precioso campanario para uno de los más bellos pueblos a las faldas de Sierra Nevada.
No se queda atrás el cuarto que propongo, también del siglo XVIII aunque, como en el caso que precede, sobre una iglesia edificada en el XVI, al igual que muchas de este reino recién arrebatado, por entonces, al Islam. El interior de la iglesia presenta, asimismo, un artesonado mudéjar que cubre su única nave; pero todo el exterior, en este caso, es muro de piedra caliza enfoscado y encalado, excepto sus dos portadas (la principal y una lateral), de la época de la torre y de rasgos clasicistas. En el campanario destacan sus curiosos balconcitos, con barandillas de hierro forjado, y un insólito chapitel revestido de tejas de pizarra que recuerda a edificios de regiones norteñas. Junto a la iglesia se erigió en el siglo XVII, como residencia arzobispal, el palacio de Cuzco, lo que aumenta el valor artístico y patrimonial de este pueblo, cargado igualmente de bellos paisajes de montaña y de trágica historia.
El último es de una iglesia levantada en su totalidad en las décadas finales del siglo XVIII, durante el reinado de Carlos III, en el mismo sitio de una anterior que fue derribada tras los daños sufridos por los terremotos. En consecuencia, responde claramente al estilo Neoclásico y sus planos fueron proyectados por un célebre arquitecto del momento, Ventura Rodríguez, que realizó, entre otras, la fachada de la catedral de Pamplona, con la que la de nuestra iglesia muestra evidente parecido. La torre que se ve en la foto, con el perfil ochavado de sus cuerpos superiores, tiene su gemela al otro lado de la fachada, centrada por una portada adintelada con columnas, entablamento y un gran frontón, al más puro estilo de la Antigüedad. Pero curiosamente, el momento de gloria de este municipio de La Vega no fue el siglo del que hablamos, sino el XV, porque aquí tuvieron lugar algunos de los más trascendentales acontecimientos de la historia de nuestro país.
Comprendo que son muy pocos para la enorme riqueza artística de nuestra provincia, equiparable a su espléndida naturaleza; pero no incluir aquí alguno más tiene una explicación muy simple: mi tiempo para acercarme a ellos a fotografiarlos se ha acabado. Son las cosas que tiene el no estar jubilado: ¡hasta lo importante queda relegado por la diaria ocupación!
¿Has reconocido los seis campanarios?
Nº 1:
Nº 2:
Nº 3:
Nº 4:
Nº 5:
(Daniel Morales dará a conocer la solución el próximo sábado)
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)