En esta página de opinión de los viernes, en la que tratamos de buscar amparo en las enseñanzas del pasado y en el valor de la memoria, en esta ocasión –e intentando hallar alguna guía para caminar bajo las densas brumas del presente– nos detendremos en un par de referentes simbólicos que se agrupan en estos primeros días del mes: uno de ellos es el 1º de Mayo, el Día Internacional de los Trabajadores; el otro, el fin del totalitarismo fascista y la liberación del campo de concentración de Mauthausen, del 5 de mayo de 1945.
Empezando por el primero de ellos, el dedicado al Día Internacional del Trabajo, antes de nada debemos precisar que nunca (en sus 131 años de celebración) fue un día de fiesta. Más bien es un día de lucha, de movilización, de hacer públicas y manifiestas sus carencias, de reivindicación de sus derechos y, también, por qué no, de generación de conciencia de clase, de recabar el apoyo, la unión y la solidaridad entre los trabajadores. Un amplio movimiento social gracias al cual se han ido consiguiendo unos jornales más o menos dignos y unas condiciones laborales más o menos humanas –al menos en las sociedades occidentales–.
Un movimiento obrero y un mundo del trabajo que, a base de manifestaciones pacíficas, de costosas huelgas, de negociaciones infinitas, de injustos despidos, de brutales represalias y de esfuerzos individuales y colectivos, permitieron a las generaciones que nos precedieron arrancar unas mínimas condiciones de vida. Todo ello a lo largo de varios siglos –desde finales del XIX–. Sin duda un largo y tortuoso recorrido en el que nada les regalaron ni cedieron gratuitamente. Incluso, para su conquista, tuvieron que hacer frente a la oposición y la incomprensión de parte de los suyos –la más de las veces instigados por el capital–.
Un Primero de Mayo que, en este siglo XXI y a pesar del agravamiento económico de la clase trabajadora en esta época de pandemia, vemos como se sigue languideciendo año tras año. Pues, hay demasiados intereses tendenciosos en hacernos olvidar que los logros conseguidos lo fueron gracias al esfuerzo y al sacrificio de millones de personas anónimas que, organizadas en sindicatos y en otros colectivos, lucharon denodadamente por su futuro. Por nuestro futuro. Capítulo aparte merecen los que egoísta y fraudulentamente se aprovechan de los derechos conquistados por otros para sus provechosas y fingidas bajas y prestaciones personales –y, de paso, tirando por tierra y dilapidando el enorme caudal de honradez del que ellos nunca han participado ni sentido–. Ni mucho menos de la precariedad, ni la desigualdad, ni la pobreza que siguen existiendo en nuestras sociedades desarrolladas. Sí, a pesar de los chantajes y extorsiones que siguen existiendo.
Liberación del campo de concentración de Mauthausen
Por otra parte, recordaremos que el pasado 5 de mayo se cumplieron 76 años de la liberación del campo de concentración de Mauthausen. Una fecha para la que debiera ser suficientemente aleccionadora la visión de la pancarta que cubría el pórtico de su entrada; una imagen evocadora de su extraordinario valor e importancia. Se encontraba en un recinto carcelario a miles de kilómetros de su tierra (al este de Austria), estaba escrita en castellano y en ella se podía leer claramente: «Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas liberadoras». La habían logrado confeccionar los prisioneros (republicanos españoles) a base de sábanas robadas y la exhibieron gozosos a la entrada de las tropas norteamericanas. De ese modo, los que tenían la dicha de continuar con vida, por fin, pudieron ver sustituidas las omnipresentes banderas nazis por las anheladas banderas republicanas de su lejana España.
Pero, antes de ello, todos fueron testigos de la barbarie y del horror más abyecto de que fueron capaces los regímenes fascistas. Unos campos de concentración y de exterminio en el que, de los casi 7.000 españoles, resultaron deportados unos 1.500 andaluces. Entre los cuales había un importante número de granadinos; y de los que, al menos, perdieron la vida 167 de ellos. En mi comarca, en el Marquesado del Zenete, se han recopilado los siguientes datos: en Jérez del Marquesado de los dos vecinos deportados solo uno logrará sobrevivir; en Lanteira los dos retenidos fallecerán; de La Calahorra aparecen reseñados cinco vecinos, tres de ellos fallecidos; de Alquife, Ferreira y Huéneja resultará fallecida una persona por cada pueblo. En la capital comarcal de Guadix se recogerán diez registros: siete fallecidos y solo tres liberados. Un triste goteo, pueblo a pueblo y comarca a comarca, de víctimas granadinas anónimas que, en su gran mayoría, han seguido y aún siguen, tanto tiempo después, sin ver reconocido, siquiera mínimamente, su sufrimiento y su sacrificio. Ni honrada su memoria.
Fechas y datos estremecedores que en nuestros días y en nuestro país, con la característica amnesia y perversión del lenguaje que nos invade, no ha impedido a algunos ser seducidos nuevamente por la ideología totalitaria y excluyente de la ultraderecha –y de parte de la derecha y su franquismo latente–. Olvidando que, desde el mismo final de la II Guerra Mundial, en toda Europa occidental se tiene asumido el principio básico de que, respetando los legítimos planteamientos de izquierdas y derechas, ser demócrata supone situarse de modo claro y rotundo frente al fascismo.
Así, socavando gravemente la convivencia ciudadana, niegan, ocultan y se desentienden de tales sufrimientos; el de aquellos españoles que fueron clasificados con un triángulo azul y una S en su interior que los identificaba como apátridas. Tal como el régimen franquista victorioso habría convenido con las autoridades del III Reich. En consecuencia, la mayor parte de los españoles deportados a Mauthausen morirá de agotamiento, hambre y enfermedades. Los que, a pesar de la deshumanización, los castigos y las torturas, logren sobrevivir tampoco podrán volver a sus casas y tendrán que rehacer sus vidas lejos de España.
Como podemos ver, un día sí y otro también, la maldad sigue habitando en las esquinas oscuras de la vida. ¿Debemos extraer alguna enseñanza de lo ocurrido o es que solo hemos pasado de puntillas por la lectura –o vivencia– de sus líneas más torcidas? ¿No queda nada ya que nos ayude a perpetuar su memoria en nuestros días? Y, ¿ya nos hemos olvidado de los orígenes de internacionalismo obrero? Del que, allá por 1889, fijó en el primer día de mayo del año siguiente para que se organizara “en todos los países y en todas las villas a la vez” una gran manifestación para lograr reducir a ocho horas la jornada de trabajo. Punto de partida que es conocido por todos. Después vendrían más y más luchas… Siempre inacabadas. Unos análisis y unas enseñanzas de la Historia que estoy seguro se reflejan en el presente y en su proyección hacia el futuro. Ojalá que algunos las sepan ver antes de que sea demasiado tarde.
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Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).
Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.
Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen‘
y ‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX‘