Como profesor que he sido de muchas generaciones de jóvenes siempre me ha preocupado todo lo relacionado con su educación. Hoy, en particular, la poderosa influencia de la red en su formación o deformación.
No cabe duda de que Internet ha revolucionado la comunicación entre las personas, pero como todo invento humano, el modo en que lo usemos va a determinar su bondad o maldad. Lo que no podemos hacer es dejar que niños y jóvenes, a edades muy tempranas, naveguen libremente por la red. Porque podemos dañar inexorablemente su educación. No solo pueden convertirse en necios o brutos, sino que se exponen a la acción del ciber-acoso y la ciber-delincuencia.
Si nos damos un paseo por las redes, observaremos muchos vídeos con contenidos deplorables: selfis extremos con los protagonistas jugándose la vida, retos autolesivos, vejaciones, memes crueles, fotos macabras, pornografía, bulos y comentarios incendiarios… Por otra parte, algunos medios de comunicación cooperan a este desaguisado educativo.
Basta ver en TV algunos programas basura, y otros de debate de simplezas, en los que el griterío, los insultos y las faltas de respeto son la norma común de los tertulianos. Acostumbran a ver la zafiedad, vulgaridad y sandez como algo normal. Para luchar contra todo ello disponemos de dos armas: la educación y la regulación mediante leyes.
Respecto a la primera, tenemos que volver a cultivar la reflexión, la espiritualidad, el pensamiento crítico y el razonamiento. Si no lo hacemos, podemos desembocar en un mundo impersonal, inhumano e inculto, cuyos ciudadanos lo fíen todo a la información rápida que reciben a través de una pantalla.
Y, respecto a la segunda, si no existe ya, debería haber un código ético que tendrían que cumplir tanto las plataformas televisivas como las digitales.
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docente jubilado
(NOTA: Este texto se ha publicado en la sección de Cartas al Director de IDEAL, correspondiente al domingo, 4 de julio)
