Gregorio Martín García: «El barato pregonero y su altavoz. Los emigrantes y su movimiento socio-económico»

Un ruido metalizado y estridente, con chirridos, que provenía de fuera, que hasta hacía vibrar uno de los cristales del viejo balcón que daba a la calle, nos tenía a todos alborotados. Así mismo nuestra maestra se mostraba molesta del escándalo invasor que unido al murmullo de sus alumnos, resultaba una mezcla inaguantable. Por ello fue que Dª María, dio la palmada de aviso, que siempre daba, y nos informó que recogiéramos. Aunque aún faltaban unos minutos para la salida.

Parte de mis amigos al levantar fueron curiosos y pegaron su nariz a la cristalera del balcón con la lógica curiosidad de, ¿Qué podía estar pasando?

En aquella espléndida mañana de octubre, aunque algo ventosa pero de cielo claro y despejado con azul hiriente. Al salir de la escuela “chica”, descubrimos alborozados, que en la Plaza de España, así llamada, había más gente que otros días. Comprobamos que un viejo y gran camión algo destartalado, por sus años y por su uso. Lo tenían rodeado.

En su caja de carga, semicubierta por un techo de lonas, sobre estas había un asta de hierro que sostenía en su extremo dos altavoces atrompetados de regular tamaño. Más bien grandes, por donde salía una catarata de voces en tropel y nubes de ruido atronando el entorno a larga distancia. Para hacerse oír o aturdir al personal.

Una caja de madera de un metro cuadrado colocada en el centro del cajón del camión, sobre la que había un hombre con un raro artilugio en la mano, vociferando. Se veía a trasluz como expulsaba, cual proyectiles, gotitas de saliva que regaban el artilugio (mi madre me aclaró que era un micro) que delante de sí sostenía, medio colgado de una especie de percha de alambre, cogida a su cuello.

Un grupo amplio de vecinos y vecinas se arremolinaban escuchando lo que aquel hombre por su micro pregonaba:

… «Y porque yo quiero, y esto que vendo es mío… quién primero diga para mi, le doy:… estas dos mantas que sobre mi brazo tengo y le añado éste cobertor de pura lana y porque esto sigue siendo mío le añado… una manta más que le daré al primero que levante la mano y veinticinco duros me enseñe, o quinientos reales para el que no entienda en pesetas…»

Permanecía un rato expectante, esperando que alguna mano se levantase. Con sus gestos, que eran muy elocuentes, intentaba deleitar, disuadir al personal. Como nadie levantara la mano, fingiendo enfado gritaba más fuerte:

» … ¡Pobre gente!… si es que no tenéis un duro…» intentaba provocarles, y entonces con más fingido enfado y aun gritando más por aquellos altavoces en forma de campana instalados en la parte alta de su camión, seguía atronando diciendo:

«… Cómo, sin un duro os veo y porque esto sigue siendo mío, al primero que me diga para mi, le doy: … las dos mantas primeras, el cobertor de pura lana camero, la otra manta y añado un cobertor más… ¡no!… ¡no!.. Dos cobertores más, para las camas medianas de los niñooos»….A ver ¿Quién dice para mi?…»

Una tímida mano se levantó en la parte de atrás. Entonces todo alegre y contento el pregonero del camión requiriendo a un jovenzuelo que le acompañaba y poniéndole encima aquel montón de género, espetaba: ¡¡Niño.. arrechúchale con esto a aquel señor!! que sabe lo que hace… ¡Aaah! y que no se te olvide coger los quinientos reales que nos debe…»

La verdad que era bastante generoso, pero quinientos reales, veinticinco duros, ciento veinticinco pesetas, eran muchas pesetas, mucho capital, bien le vendría al comprador que fueran buenos.

A los alumnos recién salidos de la escuela, aquello nos embaucó, nos hacía mirar a la parte alta del camión, con nuestra boca abierta, viendo al charlatán o al barato como en Benalúa les llamábamos, que escupía palabras a raudales y que de ruido caótico, acompañado de algún pitido, llenaba el pueblo.

Mi madre que de estos vendedores no se fiaba, tuvo que tirar de mi mano para seguir camino.

Era tan distraído, atractivo y original, aquella forma de vender que cada vez que alguno venía al pueblo era visitado y rodeado por numeroso público que atentos a aquel extraño charlatán no se querían dejar convencer con su palabrería ya que la mercancía que ofrecía no era de buena calidad. Pero siempre alguien picaba y ese que lo hacía, minutos antes seguro era de los que más se resisten a hacerse comprador.

… Pero “niña”…decía a su mujer, cuando ésta le reprendió por haber comprado aquella ropa que apenas servía.

…“Niña” pero, ¿no ves que corte de traje?, ¿no ves que cobertores?, cinco cobertores vienen… y los dos cortes de traje, uno para el niño y otro para mi, para las fiestas del pueblo… ¡Si todo está muy bien! Trataba de convencer a su irritada mujer pero más bien el convencimiento lo mandaba para sus adentros ya que se estaba arrepintiendo después del toque y palpado de los tejidos comprados y del dineral en ellos gastado.

-… ¿Y cuánto le has dado al tío ese por todo esto?
– “Niña” sesenta duros me pidió el charlatán.

– … ¿Y tú se los has dado…? ¡Tonto! ¡Más que tonto! ¡Esta noche no te hago cena… Vas a comer trapos!.

Y así con cuadros parecidos a éste terminaba la jornada en que una vez más un barato vino al pueblo… Pero piensen que la próxima volverán a caer, bien la esposa y mujer o el sufrido esposo. ¡Y montaran otra de harapos mantas y otros guiñapos…!

De estas, o parecidas estampas se vivían con frecuencia en la villa benaluense.

Era tal la forma de vida en nuestro pueblo, era tal su estatus social y económico-financiero que en los albores de las etapas habidas desde los años treinta y siguientes décadas, hasta mediados de los setenta. Con la marcha de los primeros emigrantes a tierras del norte de España y extranjero, en que algo de liquidez traída con mucho esfuerzo y sacrificio por los migrantes y temporeros. Que el estatus social comenzó a cambiar. Se animaba la compra de tierras y reformas en casas, los primeros jóvenes comenzaban a ir a estudiar a la ciudad. Fue aumentando y organizándose más la emigración y lo temporero, en campos de viñas y frutas. así como, fue importante la ocupación de numeroso grupo de “ajumaos”, que transformados en espléndidos camareros y de servicios todos, fueron a ocupar plaza en trabajos de hoteles a la famosas islas

Baleares. Fue tanta la emigración a Palma de Mallorca que a la vuelta de estos, por fin de temporada, se le notaba a Benalúa. Había sido aumentada su fluidez dineraria, notándose en nuevas reformas de hogares, compras varias y era asimismo notada en tiendas y bares, donde se consumía más y eran abonadas las cuentas de las famosas libretas del “fiado”. Que nuestros tenderos practicaban y que tanta ayuda supuso a aquellos que más necesidades tienen. Todo ello hizo que se generara en el pueblo un cierto movimiento a mejor bienestar. Despacio pero cambió la forma de vida. Se animó el ambiente comercial, las pequeñas tiendas aumentaron estocaje y la vida del pueblo se hizo notar, comenzaba la cooperativa de la almazara, siempre alma comercial y generativa de riqueza

Almazara Cooperativa San Sebastián de Benalúa de las Villas

Almazara Cooperativa San Sebastián de Benalúa de las Villas, su aportación industrial y de servicios en un sencillo y humilde pueblo. Con carencias de mucho y falta de casi todo.

Los artículos y género de primera necesidad, en la villa, no los había y por eso a la ciudad había que irlos a buscar o hacerlo en la Plaza del pueblo o puerta de la “Posá” cuando en temporada nos venían y en dichos puntos habríamos de comprar

Era cosa frecuente que en época de cítricos, las naranjas llegaban al pueblo, en los entonces, grandes camiones, que cargados a “tope” venían, con mercancía de época o temporada.

¡Naranjillas dulces de Almería…. vamos niñas a las naranjas…! ¡En la puertaaa de la Posá os aguarda el camión…  Baratas las trae hoy…!

Y así con su pregón corrió varias veces el pueblo voceando la mercancía desde puntos estratégicos de éste. La pobre mujer, ya vieja, era una gran conocida de Benalúa. Adelaida era su nombre y “Culica” su apodo, e igual daba un pregón, que avisaba casa por casa de un funeral o misa de difunto, boda o bautizo. Como ayudar en el parto y en la llegada a este mundo de muchos ajumaos que por ella eran ayudados a dar el “salto” a la vida. Mujer polifacética, amable y querida, respetada toda su vida por sus paisanos y amigos desde su parto asistido.

Y los poderes y autoridades del pueblo, no han sabido gestionar el cariño de su pueblo a esa polifacética mujer. Ni se han movido un ápice. Que aunque le falte la placa hay una calle en la villa que se llama “El Pechete la Culica”. Por imposición popular.

Gracias Adelaida, por todos los “recogidos” por ti en el momento más sublime de sus vidas.

Uuff…uff… así visitaba todos los rincones y lugares propicios para hacerlas desaparecer, pero mi gran olfato encontraba en muy pocos minutos aquello que se había tardado mucho en esconder, para evitar su desaparición.

Sí, mi madre visitaba también el camión de las naranjillas dulces de Almería y en prevención de postres y meriendas, para unas semanas, ya que pocas veces venían los camiones que las traían. Mi madre solía comprar una cesta grande de aquellos riquísimos cítricos venidos de lejanas tierras almerienses.

Como quiera que yo las gastaba a “Puñados”…¡no no!, me las escondía en el pecho debajo de la camisa donde podía poner siete u ocho de aquellas hermosísimas naranjas, que eran sustraídas y en precipitada carrera sacadas a la calle, donde las devoraba.

La canasta de los anaranjados frutos duraba poco. En constantes viajes al escondrijo y en carreras a la calle con el pecho inflado del preciado fruto.

Benalúa entera en deuda está con esa “legión de emigrantes” que en tiempos pasados, desde los años cincuenta a los setenta, y aún siguen quedando bastantes, que por arraigo familiar no les deja volver a su original y querida tierra. A todos ellos, a todos debemos mucho. A la par que trabajan para ellos nosotros ganamos y sacamos también de sus sudores, penas y desarraigos, buenos beneficios, ya que aportaron riquezas que trajeron a un pueblo humilde. Ahora rico por el trabajo, y el desarrollo habido pero fundamentado en aquel capital traído de fuera que removió todas las bases económicas, sociales y administrativas, pero antes fue pobre. Arrastraba decadencia de una mala gestión de personajes de azules sangres, que con mucho título nunca…¡Nunca!. Hicieron algo por el pueblo.

Sí, vinieron alguna vez a recibir agasajos… ¿No sé por qué y por quién invitados?. Amén de haber sido nominado con su nombre el mejor aceite del mundo, ¡Craso error, nunca se debió hacer!. poner nombre de regalado título a tan genuinos caldos que nada tienen que ver ni agradecer a estos personajes. Y menos con la pujanza que mantiene dicha almazara. Producto y consecuencia del trabajo y el ahorro que desde los años cincuenta nos ha transformado.

En los cincuenta comenzamos humildemente pero con mucha dignidad a levantar el pueblo y lograr ponerlo a donde está y subiendo.

Comenzamos con baratos y pregoneros a los que habíamos de comprar por no contar con lo suficiente para hacernos con géneros de más calidad.

Las carencias y bienes muy escasos nos obligaron a irnos fuera y tras largas temporadas de recuerdos y añoranzas frustradas hacerse con unos bienes para volver a la tierra que nos fue dada y con la ayuda traída renovar nuestras vidas y comenzar a prosperar.

Benalúa de las Villas ha mejorado, lo ha hecho en cantidad y calidad. Todo fruto de incansable trabajo, organización y ahorro.

De pregonero de malos cobertores y trajes, transportados en un viejo camión para vender con argucia y engaños. Hemos pasado a una envidiable factoría que mueve nuestra economía y reparte riqueza y con ello se ha conseguido un estado de bienestar muy aceptable.

Benalúa de las Villas… ¡¡ Ese pueblo!! Cincuenta años bastaron para transformarle.

 

 

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado Policía Local de Granada

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