Isidro García Cigüenza: «Vértigo senil. El Diálogo en la Pedagogía Andariega»

Alumno: Después de llegar al punto filosofal al que usted ha llegado, señor Isidro, ¿Cuál de estos tres logros le ha aportado mayor satisfacción: la sabiduría alcanzada, el alto grado de seguridad en sí mismo o el haberse preparado concienzudamente para el bien morir?

Maestro: A fuer de sincero y ejerciendo el oficio que ejerzo, lo que más me aporta ese punto filosofal del que hablas no es otra cosa que tenerte a ti a mi vera, dialogando conmigo. Este hecho, y no otro, es el que me lleva a pensar que mi tránsito y mi caminar como “educador” por la vida siguen todavía vigorosos.

Alumno: Con todos mis respetos hacia usted, me parece una soberana simpleza conformarse con eso. ¿El sólo hecho de poder dialogar con un alumno? ¿Esa es su más importante aspiración?

Maestro: Pues sí. Pero si ese hecho te parece simple, aún te lo parecerá más la paradoja que conlleva el sentimiento de vértigo incorporado.

Alumno: ¡Usted me descoloca completamente! ¡Que un educador con tan larga e intensa trayectoria me venga a confesar a estas alturas que hablar con alumnos le produce vértigo!

Maestro: Así es. Un vértigo senil si lo prefieres… Se trata del aturdimiento que se me presenta de si seré capaz de seguiros, de adaptar mi pensamiento al vuestro, de mantener la inteligencia suficientemente ágil como para, si es tan bueno como promete, interiorizar vuestro discurso y hacerlo mío.

Alumno: Gracias por la deferencia en lo que a mí respecta, pero no creo que usted, maestro como es, tenga mucho que aprender de mí. Lo único que hago es charlar y discurrir sobre la marcha. Charlar, hablar, contrastar opiniones o dialogar…., que todo viene a ser lo mismo.

Maestro: No, muchacho. En esto permíteme que te contradiga. Charlar, intercambiar impresiones, incluso ideas es una cosa y dialogar es otra bien distinta. En mi Pedagogía Andariega, dialogar supone la esencia misma del “hecho educativo”. Significa estar en disposición de renunciar a los propios puntos de vista como forma de interpretar la realidad. De renunciar a los propios, claro está, siempre y cuando aquel con quien departo ofrezca una visión mejorada.

Alumno: Eso será cuando el nivel intelectual del interlocutor sea potente (que no es mi caso, sin duda).

Maestro: No te minusvalores. Lo tengo claro: cualquier individuo, grande o chico, espabilado o apocado tiene su punto de autenticidad… La Verdad, la Justicia y la Razón son dones de los que todos estamos en disposición de disfrutar. No son, aunque nos hagan creer lo contrario, privilegio de mentes cualificadas. Por más que la sociedad establecida haya inventado certificados, máster y demás acreditaciones que traten de avalar esa creencia, lo cierto es que no hay nada más falso y engañoso. ¿No crees tú eso?

Alumno: En lo relativo a la Formación Escolar, es lo que nos han hecho asimilar desde niños: “Los maestros enseñan y nosotros aprendemos”, “Ellos marcan el camino y nosotros lo recorremos”, “Ellos dicen lo que está mal y nosotros nos adaptamos”. Es verdad que la cosa varía según las metodologías, procedimientos y discursos pedagógicos con que cada uno lo justifique. Pero, a la postre, por más gamificaciones, motivaciones emocionales, neuroaprendizajes y bla, bla, bla… que utilicen, al final nosotros los alumnos somos los que nos examinamos y ellos los que nos evalúan.

Maestro: Porque lo que se imparte en escuelas e institutos no es Educación sino pura y llanamente: “Instrucción”. Instrucción entendida como “caudal de conocimientos y actitudes adquiridas”. Instrucción que, de forma soterrada, encierra todo un conjunto de prescripciones (científicas unas y morales y religiosas otras) que obligan a su cumplimiento. Cumplimiento, por cierto, bajo al amenaza de severas penalizaciones sociales, empezando por las que imparten los propios padres.

Alumno: Está claro que ambos estamos de acuerdo en el diagnóstico de los males que nos aquejan, pero ¿en qué consiste exactamente su aportación educativa ante tamaña realidad, señor Isidro? ¿En el puro y simple diálogo?

Maestro: Pues sí. En el más puro y elemental diálogo socrático. Aquel que me lleva a guardarme mis sesudas “soluciones” esperando a oír las tuyas. Porque esa es la clave para llegar al entendimiento: contrastar formas de entender la vida y los fenómenos que en ella ocurren, pero eso sí, paso a paso, sin bulla, construyendo conjuntamente, alumnado y profesorado, el conocimiento y la virtud. Y es que, en definitiva, ese es el secreto de la Educación: favorecer el diálogo en pie de igualdad. No “instruir” con verdades ajenas, sino construir el conocimiento y la virtud a partir de uno mismo y solidariamente.

Diógenes

Alumno: Una propuesta, sin duda, igual de valiente que de utópica. Aunque, desde luego, hoy en día el hecho de impartir “Instrucciones” lo podemos llevar a cabo apretando un botón o siguiendo las disposiciones “educativas” de un Consejo de Ministros. Usted lo que vaticina es el triunfo de la cooperación, la interiorización y la asunción de la propia realidad humana… Con todo, señor Isidro, ha de reconocer que llegar a adquirir esa predisposición a escuchar y admitir las opiniones ajenas no es algo nada habitual. De hecho nuestras opiniones están sujetas a lo que se escucha en los medios de comunicación, en lo grupos sociales o en las posiciones “políticamente correctas” al uso. Lo normal al día de hoy, creo yo, es que cuando alguien expresa una idea, una duda, una problemática, los que escuchan se sientan interpelados a dar su propia interpretación. Intervención que lleva de inmediato a emitir una confirmación, una reprobación o un consejo. De alguna manera se nos ha enseñado a situarnos fuera de la escena del propio sujeto que habla para actuar a continuación como consejeros o jueces.

Maestro: También yo lo creo así. Sin embargo, esa idea motriz del “Diálogo”, precisamente por su simpleza, encierra un potencial insospechado. Nosotros la hemos incorporado a nuestra Pedagogía Andariega de la forma como nos parece más natural: caminando. Observar, dialogar, Intercambiar… caminando. Porque el hecho de andar, lo mismo que resulta progresivo en el avanzar, también lo es en el discurrir, en el compartir y en el vivenciar… Caminando juntos, maestro y alumnos, el proceso de enseñanza se lleva a cabo de forma más reposada, más plácida e, incluso, intelectualmente hablando, más eficaz. Lo que se discurre no queda atascado. Lo que se vivencia, experimenta y comparte adquiere la virtud de la movilidad, del avance.

Alumno: Hasta aquí, de acuerdo con usted. De hecho esta misma charla que estamos teniendo no hubiera alcanzado la misma profundidad permaneciendo sentados. Y menos aún situándose usted en el estrado y yo en la fila de butacas. Pero volviendo al principio…, sigo sin comprender lo que me comentaba usted acerca de esa sensación de vértigo. No lo entiendo.

Maestro: Es el precio al posible anquilosamiento. Se trata, como te adelantaba, del temor a que me suceda con mi capacidad magisterial lo mismo que les ocurre a mis huesos y articulaciones debido a la edad: que se quede agarrotada.

Alumno: No pretendía con mi pregunta inicial incidir en esa fisura de la que habla. Bien al contrario esperaba hallar en usted autocomplacencia y satisfacción por la experiencia profesional adquirida después de tantos años de profesión.

Maestro: Y sin embargo, ya ves el resultado del diálogo mantenido: tu pregunta provocó en mí justo lo contrario de lo deseado. Abrió en mí la duda de si mi aportación estaría a la altura de tu ingenuidad y, al mismo tiempo, de tu capacidad juvenil. ¿Qué conclusión te parece podríamos sacar ambos?

Alumno: Sin duda que saber dialogar, no importa con quién, es la fuente de sabiduría más insospechada que existe. La más insospechada y enriquecedora al mismo tiempo.

Maestro: Esa es la lección que ambos vamos a compartir hoy: sentir la imperiosa necesidad de comprender antes de ser comprendido; de aprender antes de enseñar… Y, sin duda, también, que el hacerlo caminando nos llevará, no sólo progresar en la conquista del espacio y del tiempo que tenemos por delante, sino en el intelecto, el arte y la construcción de una sensibilidad colectiva imprescindibles.

 

Isidro García Cigüenza

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