Sobre una silla, subido me puso mi madre, de pie y medio dormido. Mientras me vestía, con detenimiento me hablaba de que nos íbamos a Granada a comprar lo necesario para la Comunión, entre eso estaba el traje de mi primera comunión, ello me fue despertando; en breves minutos todo había cambiado, el sueño dejó de pesar en mis párpados y ya no les obligaba a cerrarse; en mi mente ya se había fijado mi viaje y me sentía inquieto y deseoso de montar en la Alsina.
Aquel día nos acompañaba, a mi madre y a mí, una prima que teniendo necesidad de bajar a Granada lo hizo con nosotros y así colaboró en la compra y elección de lo necesario, para el día señalado.
La jornada pasó para mí rápido y lo que veía, que era mucho y nuevo y todo por descubrir; lo miraba a través de mi corta edad y con mi joven mente lo estudiaba y sacaba mis propias conclusiones de infante, era observador y, de ello se queda mucho, ya que lo que se observa con esmero y se estudia por aprender, se queda contigo para siempre y formará tu colectivo vital con aquellos otros recuerdos que ya tienes y que irás acumulando y con ello formando tu forma de ser.
Llegado el mediodía, las compras casi estaban terminadas, eran pocas y sencillas, aunque muy importantes por ser para evento que en aquellos tiempos marcaban un hito importante, “del antes y después de” … que a todo el mundo marcaba.
Fuimos a comer a un conocido restaurante del centro de Granada, conocido como “Restaurante Los Pinetes”, allí se servía una sopa con el nombre de “sopa sevillana”, de marisco, que estaba riquísima y era exquisitez que hizo que yo muchas veces visitara aquella casa de comidas del centro de Granada.
Comidos y bien servidos, la prisa se impuso otra vez, pasamos a recoger un paquete y nos dirigimos hacia la Gran Vía a un conocido estudio de fotografía, que allí ha permanecido y permanece por muchos años.
¿A hacerme la foto de la primera comunión?… ¿pero si todavía no la he hecho?: Yo no comprendía aquello y, sería fácil de entender si nos paramos a analizar, el por qué. El modus vivendi de la época se imponía. Ir a Granada era casi una aventura, hacer el viaje ocasiona gastos que había que ahorrar. Fue por ello por lo que en estos razonamientos se ve lo lógico del hecho de que estando en Granada y con la vestimenta adecuada del citado evento. Pasar por el fotógrafo y hacerse la foto de rigor para futuros recuerdos y así ahorrarse un viaje a la bonita Granada.
Vestido, colocado en lugar idóneo y con un gran foco encendido que me hacía molestar…en un momento repentino…¡¡¡ZASP!!! un gran rayo de luz cruzó la habitación y yo quedé turbado, asustado y encogido…fue el flas del que yo no sabía nada y no me esperaba…Pero ¿por qué no me habéis dicho lo que pasaba…?, casi me echo a llorar. Hubieron de tranquilizarme y tras varias pruebas, lograr el retrato que queríamos y que aún cuelga en una pared de mi hogar, como en casi todas las casas de Benalúa cuelgan parecidos retratos conseguidos con motivo de dicho acto.
Desde una estación de autobuses que solo usaba la Graells y que más parecía un corral que tal parada de bus, ubicada junto al puente “Blanco” del Genil. Comenzando al atardecer nos pusimos en marcha y abandonar la ciudad, con lo mucho que me gustaba era momento amargo sin saber cuándo a ella otra vez volvería, pero el hecho del viaje ya me entretenía absorto en todo lo que dentro de la Alsina ocurría y que era mucho.
Alfonso era el conductor, que lo fue por muchos años, no era mal hombre aquel, aunque de un carácter que parecía amargo, serio y disgustado. Siempre regañando. Le acompañaba como cobrador y acomodador del autobús un señor más joven y de normal actitud y buena persona, pero que a pesar de llamarse ¡también Alfonso! con el otro tocayo que mal se llevaban; por pequeñas cosas por nimios fallos el conductor Alfonso la empleaba contra el cobrador Alfonso y he aquí a los dos Alfonso discutiendo ante el respetable que más que preocuparse y conociendo el ambiente que había entre ambos, servía de distracción y cual obra de teatro que Alsina Graells ponía al servicio de sus viajeros, disfrutaban el largo viaje entre el pueblo y la capital. He ahí cómo la empresa de transportes ya usaba en aquellos tiempos “videos de abordo” y de peculiar manera funcionaba que era tan real la escena que ante tus ojos se representaba.
En aquel viaje de vuelta además del sainete representado teníamos NODO, no era ni más ni menos que aquella tarde de viaje y regreso a nuestra aldea y como otros muchos viajes acompañaba en escena el conocido “Juan Martínez” que sabiendo muy bien del agrio proceder del conductor Alfonso, nada más subir al autobús montaba su “obra teatral” y comenzada la escena haciendo partícipes a todos los viajeros de risas y comentarios que hacían que aquello pareciera todo menos lo que era.
Aquella tarde, junto al puesto del conductor venía una vieja y gran radio de mueble de aquellos de antaño, que viéndole Juan Martínez tomó como asiento y así estar más cerca de su gran amigo y piloto conductor D. Alfonso.
Nada más subir este y ver a Juan Martínez en singular lugar, montó en cólera y ordenó una y otra vez que el amigo cachondo se fuera a su asiento, cosa que inmediatamente se negó a hacer y allí sobre la radio puso su puesto de viaje y su actitud cachonda hacia el conductor que de vez en cuando dando un puñetazo al volante volvía a ordenar se fuera a su asiento.
Ora “pinchaba” a algún respetable viajero que viéndole algo despistado, por aquello de ser, quizá, su primera vez que había visitado Granada. Ora “atacaba” al que guiaba y burlonamente le decía: Mira Alfonso aquella carreta que va por allí, acelera hombre acelera y a ver si la adelantamos antes de llegar a Colomera. La discusión de cólera, aunque retraída del buen conductor y la actitud burlesca del que ocupaba asiento sobre la radio duraba todo el viaje, se acrecentaba en las largas paradas que la
Alsina hacía, en Castañeda, bodega donde muchos se bajaban a hacer acopios de vinos, aguardientes y vinagres. Otra en las Torres cortijo grande del camino donde siempre bajaban o subían viajeros, la parada de Colomera, larga esta, ya que viajeros de este pueblo también lo hacían hacia Granada y como última parada oficial la que se hacía en Puerto Guerra, amén de otras intermedias que pudiera solicitar algún viajero.
Todo ello unido al mal estado de la carretera, el autobús que no corría mucho y al conductor Alfonso que “pecaba de gran precaución”. El viaje se hacía en casi dos horas y media, lo que ocasiona que el mismo fuera la aventura que antes se cita.
Continuará. /…
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Autor del libro ‘El amanecer con humo’
Comentarios
4 respuestas a «Gregorio Martín García: «Viaje a la ciudad , II: Alfonso, Juan Martínez y las recoveras»»
Siguiendo con las comuniones y su agetreo a la hora de los preparativos aunque escasos siempre necesarios, él viaje a la capital la compra del traje y su correspondiente sesión de fotos la visita obligada al bar o restaurante para reponer fuerzas tomando las exquisitas sopas de pesca cómo se les llamaba a tal escelente caldo, luego la vuelta siempre una odisea empezando como tu bien dices de la mala relación de los Alfonsos ( chófer y cobrador) y las numerosas y largas paradas de la ALSINA que hacían del viaje una tortura, pero me digo para mis adentros que bonito sería volver a aquellos tiempos.
A mi tambien me gustaría, volver algún día, a viajar a «Grana». En las mismas circunstancias y formas y con aquella edad.
Así volver atrás y comenzar de nuevo a contar todos los años de mi edad y…¡unos pocos más! …pero eso sí, una cosa no dejaría aquí: La experiencia de lo ya vivido.
Un saludo Francisco
Muchas veces hice ese trayecto si bien ya la estación estaba en la Redonda,recuerdo las risas y cahondeos que se montaban desde la cabecera a la cola,una cosa que sí que no me gustaba era el olor a gasoi y las curvas,casi siempre terminaba vomitando,pero el viaje merecia la pena.Como siempre nos traes recuerdos bonitos de otros tiempos. Saludos
Encarnación. Efectivamente, tú eres muy joven y por ello no recuerdas las «cocheras» que la Graellls tenía junto al Puente Blanco del Genil, pero sí, en el principio de tus viajes a Granada habrás vivido ese ambiente que se narra en los aventureros viajes. Ahora, la gente que en el autobus hacen ese recorrido no comprenderan eso que decimos, pero asi fué y me atrevo a creer que todavia se vive en el viaje, algo de aquel residual ambiente y como tu muy bien describes. «Risas y cachondeo, desde la cabecera a la cola de la aslsina»… como la razón que llevas al recordar el olor a gasoil del motor. Un saludo.