Maestro: Quiero hablaros hoy, compañeros alumnos, de un caso que afectó a mi propia vida escolar. Un caso que bien podría definirse, pedagógicamente hablando, como escandaloso y que tiene curiosamente como protagonista un método admirable: el de “Las lecciones de Cosas”. Se trata, una vez más, de la manipulación acomodaticia de un principio educativo genial, pero que acaba convirtiéndose en un fiasco, en un “Engáñame bien”. ¿Habéis oído hablar durante vuestra carrera de Magisterio la Metodología denominada así, “Lecciones de Cosas”?
Alumno: La verdad es que a bote pronto…, pues no.
Alumna: A mí me suena de algo… Creo recordar que cuando visitamos el Museo Escolar de Andalucía, había unos libros muy didácticos que llevaban precisamente ese título. Se trataba de libros plagados de dibujos y láminas muy ilustrativos… ¿Es así?
Maestro: No vas descaminada, muchacha… Aunque, compruebo para mi disgusto que también tú fuiste víctima de semejante engaño.
Alumna: No le entiendo…
Maestro: Resumiendo te diré que, lo que comenzó en sus planteamientos como una iniciativa asombrosa, acabó como un simple negocio editorial. En sus orígenes “La Lección de Cosas”, en boca de uno de sus promotores, el pedagogo Pedro de Alcántara (Córdoba, 1842-Madrid, 1906), se basaba en que “Todos los objetos, los hechos y los seres naturales que rodean al niño, que este ve y toca, son excelentes medios que los educadores tienen siempre a su disposición, no solo para formar la inteligencia de sus educandos, sino también para amueblarla, para hacer penetrar en ella una rica variedad de conocimientos útiles, para enseñar al niño a ver lo que mira, y a conocer lo que ve.”
Alumno: Un axioma muy próximo a su Pedagogía Andariega, señor Isidro.
Maestro: Pedro de Alcántara enfocaba la educación de los alumnos desde el hecho biológico e intelectual en la necesidad de acción que precisan los niños para su desarrollo. ¡Necesidad de acción! ¡He ahí la cuestión! E insistía en que el Maestro (con mayúscula) debía aprovechar esa actividad del educando en la obra de su propia educación. “La actividad es la primera manifestación de la vida, equivaliendo a la vida misma, por lo que puede concluirse con toda evidencia que vivir es actuar. Los instintos de curiosidad y de imitación, como manifestaciones espontaneas de la libre actividad, llevan al niño y al joven a indagar, examinar, palpar, medir, contar, descubrir, y aún experimentar”.
Alumno: ¡Resulta increíble! Nos trae usted a colación continuamente ejemplos de unos principios que hoy se pregonan como novedosos y que tienen una antigüedad inusitada. ¡Me río yo de los que le llaman a usted “utópico” cuando propone una movilidad permanente para los alumnos!
Maestro: Os voy a leer otro párrafo del tal Pedro de Alcántara donde desenmascara una realidad demasiado frecuente todavía hoy en nuestros colegios:
“ Por fortuna cada día que pasa se halla más desacreditado el ideal del niño-sabio, según el cual las escuelas parecían muestrarios en que se presentaba a los niños semipetrificados en los bancos, con las manos cruzadas sobre el pecho, comprimiendo todos sus movimientos, ahogando todas las manifestaciones espontaneas de su actividad y no ejercitándose en otro trabajo intelectual que en aquel que se necesita para repetir de memoria y sin olvidar puntos ni comas, lo que se oía, o se leía en un libro. Este ideal del niño-sabio, gráficamente denominado también “del niño-autómata o papagayo”, acusa una desdichada aberración y un desconocimiento increíble de la naturaleza humana en general y del niño en particular. Y es que el niño, como todo ser viviente, posee una energía espontanea que, como toda fuerza, tiene la propiedad de desplegarse, de producir un efecto, por lo que actuar no es en él solo una propiedad de su naturaleza, sino también una necesidad imperiosa. De aquí que la inacción le resulte al niño insufrible y hasta dolorosa.
Alumna: ¿Y dónde dejó escrito eso?
Maestro: Concretamente, lo he extraído de su libro “EDUCACIÓN INTUITIVA. Lecciones de cosas y excursiones escolares”
Alumno: Me llama la atención que el susodicho don Pedro relacionara conceptos tan clarividentes hoy como La movilidad, La educación intuitiva, Las lecciones de cosas y Las salidas al entorno.
Maestro: Te falta otro concepto para él igual de importante: el fomentar el interés en los niños a partir de la búsqueda de los Recursos Didácticos que ofrece el entorno. Escuchad: “Crear el interés es hacer de cada alumno el colaborador y, por decirlo así, el cómplice del Maestro, y alejar de la Escuela una plaga muy temible: la del aburrimiento. El aburrimiento o tedio, es la parálisis y muerte de los estudios; hace del Maestro el verdugo, de los discípulos las víctimas, y del trabajo el suplicio; lo altera todo, lo corrompe todo y lo destruye todo.”
“En las localidades agrícolas las excursiones serán, ante todo, al campo y tendrán por objeto dar a los niños, sobre el terreno, practica é intuitivamente, el conocimiento de las tierras, de las clases de cultivo, de los instrumentos de labor y manera de practicar las operaciones, de las clases y formación de los abonos, de la conservación de los productos, de la crianza del ganado, del aprovechamiento de ciertos animales; en una palabra, de cuanto se relaciona con la labranza de la tierra. En donde los haya, se visitaran los molinos harineros y de aceite, las tahonas, fábricas de conservas alimenticias y otras industries con la agricultura relacionadas. Lo mismo decimos respecto de fábricas de otra índole, talleres de diversas clases, etc., etc., en las localidades industriales. Además, deben ser objeto de estas visitas los lugares notables, o que puedan servir de medio instructivo, qua haya en su población o sus cercanías (grutas, valles, colinas, nacimiento de aguas, yacimientos minerales, etc.) y los museos y monumentos dignos de ser conocidos (templos, palacios, castillos, ruinas, etc.) que en ellas existan.
Alumna: Su Pedagogía Andariega está en plena sintonía con este pedagogo, señor Isidro.
Maestro: Y no acaba aquí, porque también él, al igual que practicamos nosotros con nuestras propias caminatas, proponía el método mayéutico, llevado a cabo por Sócrates, para incentivar la curiosidad en sus alumnos: “Mediante las interrogaciones socráticas ha de aspirarse, no ya solo a que los niños hablen (lo cual es de por sí un resultado estimable, principio y base de los demos que implican la práctica del método activo) sino que sepan atender y observar; que piensen, mediten, reflexionen y discurran; a que pongan en actividad, por su propio esfuerzo, todos sus poderes mentales, y, a la vez que observadores, sean pensadores, come buenos investigadores del conocimiento”.
Alumno: ¡Esto ya es demasiado! Sea sincero, D. Isidro. Cuándo se propuso estructurar la Pedagogía Andariega, ¿tenía usted conocimiento de esta obra? Parece, con perdón, un “copia y pega” de su propia doctrina…
Maestro: No me ofende tu insinuación, muchacho, porque precisamente, la duda y la indagación a través del diálogo es la base de nuestras charlas y, por extensión, de mi Pedagogía. Rotundamente te respondo que no. No conocía ni al autor, ni su obra, ni a ninguno de los otros promotores de la “Lección de las cosas”, a saber: Alexander Bain, Diesterweg, Marion o Pouchet. Sí manejé en mi infancia, por el contrario, las famosas enciclopedias “Álvarez”, que portaban en su interior aquellos grabados gráficos que tanto me llamaban la atención. Pero, como profesor, jamás supe lo que se escondía detrás de aquellas imágenes tan atractivas….
Alumna: Entonces…, aquellos libros que yo vi en el Museo, son los mismos que manejaban ustedes de niños en las escuelas… Eso significa que, de alguna manera, a los dibujos y gráficos le seguirían también las prácticas activas que propugnaba el Método….
Maestro: Aquí viene al caso el “Engáñame bien” que encabeza el título de este Paseo. Pero permíteme que desarrolle un poco más el contenido del libro de Alcántara porque esconde perlas sorprendentes. Escuchad esta reflexión que hace en torno a los libros de texto y que bien podría extenderse a las Tablets y Ordenadores de hoy en día:
“Del mismo modo, el empleo de los libros, por grande que sea el auxilio que nos presten y portentosos los descubrimientos que puedan revelar, no debe ser tal que conduzca, como con harta frecuencia sucede y más particularmente en la educación primaria, a prescindir de las fuentes reales que se hallan en la observación directa de los hechos, en la clasificaci6n y el razonamiento, en la experiencia de la vida, en el pensamiento y el sentimiento por el propio trabajo elaborados y en la acción personal del individuo”.
Alumno: ¡Genial!
Maestro: Y esta otra cita, alusiva al papel de los Maestros (siempre con mayúsculas) que lleven a cabo este Método activo:
“El fin que el Maestro debe proponerse mediante las Lecciones de Cosas supone menos instruir al niño y aumentar sus conocimientos, que enseñarle a servirse de sus sentidos, de su inteligencia, de su razonamiento, para ponerle en estado de aumentar por sí mismo su saber. La Lección de Cosas debe servir para formar el juicio del niño, para enseñarle a vivir, para recordar, para describir, para acostumbrarle a observar lo que le rodea y a darse cuenta de ello. No es el Maestro quien la hace, pues su trabajo no es otro que guiar al niño, dirigirlo, aproximarlo a las cosas que le rodean.
El Maestro debe saber convencer a las gentes de que las excursiones, lejos de ofrecer peligros y no servir para nada, como muchos creen, son beneficiosas y útiles para la cultura y la salud de los alumnos. Al efecto, tienen que empezar por hacerlas simpáticas a las autoridades locales y a las familias de los alumnos.
Alumna: ¡Ahora me doy cuenta de que, en Educación, está todo inventado! Es increíble que lo que hoy proponemos nosotros como futurista y alternativo, estuviera dicho y redicho hace más de 100 años…
Maestro: Y no queda la cosa ahí porque, este mismo autor, hace hincapié en un procedimiento del que hoy no se habla pero que, en el mundo de la fantasía e imaginación infantiles, tiene muchísima importancia: el tono de voz del Maestro y su palabra. Escuchad:
“Al texto muerto del libro debe oponerse constantemente el texto vivo de la palabra, que siempre as más eficaz, no solo porque da a la enseñanza la flexibilidad que requiere la inteligencia infantil para asimilar el alimento que se le quiere suministrar, sino porque también la viva voz del educador es un instrumento más apto que ningún otro para convertir, siempre que se estime conveniente, la instrucción en educación, a la vez que para lograr que los conocimientos penetren más y mejor en la inteligencia, por virtud de esa especie de sugestión que acompaña siempre a la palabra y que expresan la mirada, el acento de la voz y el juego de la fisonomía, todo lo cual contribuye a dar a la viva voz del Maestro un poder de penetración y una elocuencia tan expresiva que son imposibles de hallar en los libros, sobre todo en los consagrados a la niñez.
Alumno: Volviendo al inicio, me ha dejado usted un tanto intrigado con aquello que denunciaba que le había sucedido en su niñez en torno al fiasco del “Engáñame bien”.
Maestro: Sí, efectivamente, así fue. Lo decía porque, lo que aquí se nos presenta como una metodología activa, una invitación a sacar a los niños al entorno para que conozcan en primera persona la vida que les rodea, se convirtió una vez más, en un negocio lucrativo para las editoriales más avispadas…
Alumna: No sé por qué, pero seguro que tiene mucho que ver con los libros que vi en el museo….
Maestro: Efectivamente, muchacha. Dices bien. ¿Recordáis aquella aportación pestalozziana de favorecer el interés y vocabulario de los niños a base de dibujos y grabados de objetos, plantas, animales, profesiones, etc.? Se trataba completar el aprendizaje directo de los niños en la calle con unas fichas ilustradas elaboradas por él mismo…
Alumno: ¡Uy, uy, uy…., que lo veo venir! ¡El truco del almendruco! La misma engañifa que se utiliza hoy en las escuelas: sustituir la vivencia íntima y real de tocar, ver, sentir los objetos y realidades sociales de la calle, con libros de texto muy ilustrados, sí, pero que acaban manteniendo a los niños “semipetrificados en los bancos, con las manos cruzadas sobre el pecho, comprimiendo todos sus movimientos”… Lo mismito que les ofrecemos hoy, disfrazado de programas informáticos y realidades virtuales al uso, los famosos productos TICs: “Entornos personales de aprendizaje”, “Plataformas de enseñanza virtual”, “Gamificación”, “Robótica educativa”, “Classroomscreen”, “Representaciones interactivas”, “Páginas web”… Todo, según nos lo venden: “de gran interés, fáciles de asimilar y donde resulta muy divertido el participar…”
Alumna: ¡Ja, ja, ja….! ¿Y eso lo dices tú, tío…? ¿Tú, que tan aficionado eres a los “Gimp”, “Kahoot”, “Avatares”, “Kodu”, “Scratch” y demás oferta digital?
Maestro: Lo lamentable es que, como os decía, fuimos generaciones enteras las víctimas de semejante engaño. Con todo, la idea de Pestalozzi era buena: aquellos dibujos tenían algo que te llegaba al alma. Yo los recuerdo con gran cariño porque se trataba de los mismos animales, rocas, plantas, escenas agrícolas y talleres artesanales que yo veía en mi pueblo. Aquellos dibujos, aburridos como estábamos ante unas lecciones abrumadoras en las que, a cada pregunta, había que responder con la exactitud propia de un catecismo…, estaban tan bien trabajados que, en la imaginación, te transportaban al mundo real. Tanto, que los copiábamos una y mil veces en encerados y cuadernos. Para mi desencanto, sin embargo, hoy me doy cuenta de la trampa que nos tendieron tanto las editoriales de la época, como los maestros y el propio Sistema. Y me pregunto al estilo manriqueño: “Y de la idea original de las “Lecciones de Cosas” ¿qué se fizo? ¿Qué fue de aquellos primigenios pedagogos, qué de tanto galán, qué de tanta invención como trujeron?
Isidro García Cigüenza
Blog personal ARRE BURRITA