La Historia del feminismo es la historia del lento pero persistente intento por parte de las mujeres de hacer posible el “despertar” de la “conciencia feminista” de su injusto y milenario sometimiento al hombre varón. El conocimiento de ese relato ha sido posible por el esfuerzo investigador de una de las historiadoras, antropólogas y activistas feministas más ilustres del siglo XX, Gerda Lerner (Viena 1920-Madison 2013), cuyo itinerario vital ha estado marcado por su militancia política —desde que en su infancia vienesa tuvo que huir de los nazis hasta participar en el movimiento Occupy Wall Street en 2011, en su madurez vital, poco antes de fallecer— y por su indeclinable apuesta por el estudio del origen del patriarcado y por la investigación de las causas de la subordinación de las mujeres, que precedieron a la creación de la historia escrita, tratando de dar razón del porqué de su larga duración.
Profesora de Historia y Senior Distinguished Research Professor de la Universidad de Wisconsin-Madison, ha sido una de las principales responsables de que la “Historia de las Mujeres” sea reconocida como un nuevo continente historiográfico, epistémico y académico, y la indiscutible impulsora de la creación de la primera cátedra de dicha disciplina en 1968, en Sarah Lawrence College (NY). Autora de numerosas obras de temática feminista y femenina, dos títulos, sobre todo, destacan en su producción intelectual: La creación del patriarcado (Editorial Crítica, Barcelona, 1990) y La creación de la conciencia feminista. Desde la Edad media hasta 1870 (Editorial katakrak, Pamplona 2019). En la primera de ellas, iniciada en 1977 y publicada en Nueva York en 1986, la historiadora estadounidense trata de demostrar cómo el patriarcado —la institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres dentro de la familia y la extensión de esta supremacía al resto de la sociedad—, no es un hecho “natural” o biológico, sino el resultado de un proceso histórico que tardó aproximadamente unos 2.500 años en consolidarse.
Centrada en la antigua Mesopotamia, su investigación, apoyada en numerosos testimonios literarios y arqueológicos, nos muestra y explica cómo se desarrolló la subordinación de las mujeres, manifestada no sólo en su sometimiento a las reglas de la familia patriarcal, sino en el establecimiento de un rígido control sexual por parte del Estado (obligatoriedad del velo, regulación de los nacimientos y del aborto). A la vez se la desplazaba de la esfera de lo religioso, y se reservaba el sacerdocio para los hombres, por ser la mujer un ser de origen distinto al varón y sólo a través de él era posible participar en el pacto con Dios, como se pone de manifiesto en el Génesis. Este proceso de construcción o creación del patriarcado está estrechamente ligado, según la autora, a la aparición de la esclavitud, a la división del trabajo social en clases y a la consolidación del poder del Estado.
La segunda obra, La creación de la conciencia feminista. Desde la Edad Media hasta 1870, escrita entre 1984 y 1991 y publicada en 1993, puede considerarse como una necesaria y magistral continuación de La creación del Patriarcado, que complementa magistralmente la temática desarrollada en ella. El objeto de su investigación, en esta segunda obra, es el conocimiento de la creación, génesis y desarrollo de la conciencia feminista, informándonos del lento, esforzado y doloroso desarrollo de la misma, desde la Alta Edad Media hasta lograr y consolidar su emergencia, definitiva e irreversiblemente, en el último tercio del siglo XIX (en 1870, como consta en el título).
Según confiesa Gerda Lerner, el primer libro fue esencial para pulir su comprensión de la interacción entre el acceso a los recursos materiales, el control sexual y corporal de los hombres hacia las mujeres y las ideas sobre el género que la legitimaban y justificaban. El segundo, trata, como ya hemos señalado, de describir el proceso milenario de creación de esa conciencia feminista y de explicar cómo la milenaria hegemonía del pensamiento y la ideología patriarcal en la civilización, no se debió a la superioridad de su contenido sobre las demás ideologías, sino que estuvo construida “sobre el silenciamiento sistemático de otras voces: mujeres de todas las clases, hombres de razas o creencias religiosas diferentes a las dominantes” que fueron “considerados anormales” o “ridiculizados y silenciados” y a los que excluyeron y marginaron (Gerda Lerner, La creación de la conciencia feminista, op.cit., p. 421).
En esta segunda investigación, la historiadora estadounidense describe exhaustivamente ese largo proceso hasta llegar a la toma de conciencia de su valor y dignidad como personas y de su igualdad con los hombres, y cómo para alcanzarlo, las mujeres tuvieron que superar sus sentimientos interiorizados de inferioridad intelectual y espiritual —inducidos por las instituciones patriarcales— a través de diferentes vías o caminos. Unas, demostrándose a sí mismas y a las demás que eran “criaturas iguales ante Dios”, capaces de comunicarse con Él sin la mediación de los hombres, y de conceptualizar lo divino a su propia manera femenina, insistiendo en la naturaleza y dimensión femenina de las “entrañas” de lo divino. Fueron las místicas y visionarias, las mujeres religiosas católicas, beguinas, protestantes, pietistas, cuáqueras, shakers (desde Hildegarda de Bingen (siglo xii), Guglielma de Milán (xiii), Marguerita Porete (xiii-xiv) Christina Ebner (s. xiv) o Juliana de Norwich (xv) hasta Teresa de Ávila (xvi), Madame Guyon (xvii) Anna Wetter, (xvii) Margaret Fell (xvii) o Ann Lee (xxviii), entre muchas más.
Otras, se afirmaron a sí mismas, partiendo de su común experiencia o “capacidad de ser madres”. Trataron de encontrar su identidad “como madres” o de expresarse y afirmarse a través de la experiencia de la maternidad. Ésta vivencia maternal las “empoderó”, en expresión de Gerda Lerenr, para intentar subvertir las ideas religiosas patriarcales feminizándolas, y lo consiguieron mediante la atribución a Jesús de algunos rasgos reveladores de su empatía y cercanía con las mujeres, de su dulzura y comprensión hacia ellas; o elevando la figura de la Virgen María a una posición de proximidad con la Trinidad y exaltando su devoción y culto (fundamentalmente durante los siglos ix y xii); o. finalmente, tratando de re-escribir la historia de la redención, para convertir el papel de la mujer-madre en un elemento esencial en el desarrollo de la misma. Trataron, en este sentido, de “re-conceptualizar” determinados dogmas y pasajes de la Escritura en “sentido femenino”. Destacan en este aspecto las aportaciones teológicas y escriturísticas llevadas a cabo por diferentes autoras desde el siglo ix hasta el xix, entre las que podemos destacar, por ejemplo, los escritos místico-religiosos de Dhuoda (siglo ix), Frau Eva, Matilde de Magdeburgo, o los de Gertruda de Helfta, Margaret Fell y Sarah Grimké (xix), por citar solamente algunas de ellas.
Otras, finalmente, fueron las que “se autorizaron a sí mismas” a pensar y a escribir, a dejar emerger su creatividad intelectual y artística, pese a los impedimentos de género que lo dificultaban. Y optaron por reconocer que su colectivo necesitaba definirse, no ya por su papel maternal y doméstico sino por su “condición de persona”: por la “sororidad” como entidad colectiva. Entre las cuales, Gerda Lerner evoca y convoca, por ejemplo, a pensadoras, escritoras y artistas como María de Francia (xii), Christine de Pizan (xv), Isotta Nogerola (xv), Marie de Gournay (xvii), Teresa de Jesús (xvi), Sor Juana Inés de la Cruz (xvii), Elisabeth Elstob (xvii), Mary Woollstonecraft (xviii), Jane Austen (xvii-xviii), Flora Tristán (xix), así como a numerosas escritoras, novelistas o poetas del xix, como Emily Dickinson, las hermanas Bronte, George Eliot, Georg Sand y Elizabeth Barrett Browning, todas de distinta época, nacionalidad o género literario de ficción o no anteriores al 1870, momento en el que la emergencia de la conciencia feminista se ha logrado inequívocamente.
Esta es la “historia de las mujeres” que quedaba por hacer, la que faltaba por contar. La empresa de conseguir en plenitud esa conciencia feminista costó, en efecto, mucho esfuerzo, valor y sufrimiento, como se pone de manifiesto en esta magnífica investigación de la gran historiadora estadounidense. Su emergencia confirió a las mujeres el valor y el arrojo necesarios para reivindicar lo que a lo largo de esta ingente obra ha tratado nuestra autora de dar cuenta y de explicitar: el acceso a la palabra pública (o logos en sentido aristotélico), el derecho a recibir, contra viento y marea, una educación e instrucción paritaria con el varón, y la conquista, en fin, de sus derechos al voto y a la participación política en igualdad con los demás hombres, varones.
Por poner un ejemplo que sirva de muestra de los obstáculos que el patriarcado opuso secularmente a esos intentos emancipatorios de las mujeres y de su poder destructivo frente a su lucha denodada y milenaria. Gerda Lerner nos recuerda el caso de la educación, señalando cómo “cuando el gran sistema de universidades europeas secularizó la enseñanza y la hizo mucho más accesible, la propia naturaleza de la universidad fue definida para excluir a todas las mujeres” (Idem). Hubo, efectivamente, un patrón devastador de sus aspiraciones a la igualdad con los varones, impuesto por el patriarcado, que puede encontrarse de manera diáfana y contundente en “la sistemática conexión entre los avances de la democracia política y las reducciones de derechos políticos y legales femeninos” a lo largo de esta historia.
Gerda Lerner cita las siguientes conexiones: la 1ª se dio tanto en el caso de las Polis democráticas de la vieja Grecia, como en el de la Constitución democrática de EE. UU; la 2ª se manifestó como restricción de las libertades de las mujeres nobles en el Renacimiento; la 3ª la encontramos con el progreso educativo femenino —que acaece después de la Reforma— en coincidencia con el aumento de la caza de brujas y las persecuciones de herejes; la 4ª se mostró tras las revoluciones políticas del XVIII y XIX, con el activismo femenino y la imposición autoritaria del Código Napoleónico; la 5ª se produjo después de las revoluciones de Alemania y Francia en 1848, con las limitaciones de los derechos legales de las mujeres; la 6ª coincidió, finalmente, con la inclusión de la palabra “hombre” como única “cualificación” para votar en las constituciones liberalizadas de EE. UU., de los Países Bajos y de Francia en el XIX (La creación de la conciencia feminista. Desde la Edad media hasta 1870, op. cit., p. 422).
Afortunadamente, señala nuestra autora, ese patrón comienza a agrietarse hacia finales del XIX, como resultado directo de la emergencia de una elevada conciencia feminista y de su organización militante. En su autorizada opinión, el periodo de hegemonía patriarcal sobre la cultura ha llegado ya a su fin: “A pesar de que en la mayoría de los lugares del mundo, incluso en las democracias occidentales, la dominación masculina en las grandes instituciones culturales persista, la emancipación cultural de las mujeres ha destruido el sólido monopolio que los hombres disfrutaron durante tanto tiempo sobre la teoría y la definición” (Ibíd, p. 422).
Reconoce asimismo G. Lerner que las mujeres todavía no ostentan poder de una manera plena o en paridad con el varón sobre las instituciones, sobre el estado o sobre la ley, pero “las ideas teóricas que los estudios académicos feministas modernos han conseguido hasta ahora tienen poder para destruir el paradigma patriarcal” (Ídem). Ese paradigma y sus constructos intelectuales “pueden retrasar temporalmente el proceso de transformación intelectual en curso, pero no lo pueden detener” (Ibíd, pp. 422-423). Lo cierto, en conclusión, es que asistimos al final del patriarcado, a sus últimos estertores. Concluyamos este ensayo con estas sabias y esclarecedoras palabras, de la gran historiadora feminista, que nos ofrecen la clave para entender la enorme magnitud de la empresa que emprendieron las mujeres desde el inicio mismo de esta historia y las dificultades y obstáculos de toda índole que tuvieron que soportar e ir superando hasta lograr crear la autoconciencia de su propio valor y dignidad, su conciencia feminista:
Más de 1300 años de luchas individuales, decepciones y persistencia han llevado a las mujeres al momento histórico en que podemos reclamar la libertad de nuestras mentes tal y como reclamamos nuestro pasado. Los milenios de pre-historia de las mujeres han llegado a su fin. Estamos en el comienzo de una nueva época en la historia del pensamiento de la humanidad, a medida que reconocemos que el sexo es irrelevante para el pensamiento, que el género es un constructo social y que la mujer, al igual que el hombre, hace y define la historia. Todo este esfuerzo costó cientos de años. Lo específico de este proceso es la discontinuidad en la historia de ese esfuerzo intelectual por parte de las mujeres. Una y otra vez, generación tras generación de Penélopes destejía la tela para luego volverla a tejer. Los cambios en la sociedad que fueron permitiendo a un número considerable de mujeres vivir con independencia económica fueron cruciales para el desarrollo de la “conciencia feminista”. Las precondiciones que favorecieron esa independencia estaban relacionadas con la industrialización: el descenso de la mortalidad infantil y los índices de mortalidad de las madres y el aumento de la esperanza de vida (Ibíd, p. 423).
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Catedrático de Filosofía