Gregorio Martin García: «Apostadero de fantasmas, II: Desde la Cruz de Carrión a la Fuente Castejana»

Sí, fue muy comentado el caso dado en la Cruz de Carrión, punto existente en el camino a Marinavega, en la parte superior del carril, en donde éste se bifurca a la izquierda y derecha, haciendo cima en un puerto. A la derecha hacia la cortijada de la Torrecilla y otras en la zona, a la izquierda a la ya mentada Marinavega.
Dicho punto es muy conocido, como la Cruz de Carrión. Se desconoce el por qué, pero hemos de suponer que uno de estos dos casos pudiera ser: O le llamaban Cruz por el cruce de caminos que allí existía. O era por algo más trascendental que desde tiempos pretéritos y de boca en boca se decía: Allí, comentaban los más viejos. Mataron a un caminante por unas rencillas amorosas que se dieron entre cortijeros y como quiera que el difunto careciera de todo bien y familia, algún samaritano enterró allí mismo el cadáver, junto al camino y sobre la tumba clavó una rústica cruz que formada fue con dos palos, atados entre sí con un ramal de esparto serrano. Mucho tiempo allí estuvieron sobre la tumba del infortunado que hiciera el samaritano en aquel ensangrentado lugar.

Caminos muy transitados por cortijeros, obreros, comerciantes de ganado, peones y porqueros de los cortijos cercanos.

Y todos, todos, fueran moros o cristianos al pasar junto aquella cruz se santiguaban y elevaban breve oración en sufragio del allí enterrado, qué decía: “Dios perdone a los difuntos”. Y aceleraban el paso al pasar junto a la tumba.

Lo de santiguarse todos sin excepción y musitar entre labios la oración que se hizo costumbre y famosa, en todos no era por sus creencias, sino que muchos la rezaban y se santiguaban para evitar espíritus malignos que en recuerdo de aquel crimen pudieran merodear errantes por aquel siniestro paraje.

Y érase qué, en las “varás” de los distintos trabajos de los cortijos, era uso y costumbre, por el contrato oral acordado que, un día a la semana el peón u obrero allí empleado, disponía de una tarde para al pueblo acercarse a cambiar la ropa por otra muda limpia, y por lo general esos peones que aislados en el cortijo estaban por su trabajo. Al llegar al pueblo, se acercan al bar donde tras beberse unos chatos o más bien unos morteros de vino, hacían el regreso al cortijo donde de madrugada, al siguiente día, había de estar en el trabajo.

En una de esas tardes, más bien ya anochecido y avanzada la noche, por el tiempo empleado en tomarse unas copichuelas en el bar de Joseillo. Un poquito achispado regresaba al cortijo un mozo que cada año en La Torrecilla hacía su “vará” en la guardería de unas cabras que el amo de la finca tenía. No pondré en ridículo al citado cabrero por lo que guardaré de aquí poner su nombre y así evitar burlas y chanzas que entonces eran muy propias en los cortijos de la zona.

Muy pensativo y despacio subía el cabrero el carril, porque en su mente fija llevaba el pensamiento de cómo haría para pasar a la altura de la tumba de la Cruz de Carrión. Siempre que lo hacía le parecía como si tras de él viniera y alcanzar quisiera el que en la tumba yacía.

Cruz de madera como la que hubo en la tumba del asesinado

Horrorizado, su miedo iba aumentando, según se aproximaba al fatídico lugar que siempre el pelo de punta le ponía cada vez que lo había de pasar.

Cualquier ruido ocasionado por el viento racheado que moviera alguna rama de árbol junto al camino, era un repentino repullo que al achispado cabrero el cuerpo le recorría.
Allá arriba, y a menos distancia, con el cielo de fondo por el puerto que, hacia el carril, ya se vislumbraba la cruz que clavada sobre la tumba se veía recortada sobre el cielo algo nublado de aquella noche aciaga que pasaba el pobre mozo infeliz.

– ¡No puedo! ¡Qué no puedo!

Se decía asustado, le temblaba vientre y espalda y el resto de su cuerpo ni se lo notaba, tan solo oía su acelerado corazón que con salirse amenazaba si seguía aquella escena de terror incontrolado…

– ¿Qué hago?…

Casi nunca rezaba y recordaba con pavor que la última vez que rezó fue la tarde de la semana anterior en que al pueblo se acercó a cambiar muda también.

¡Se paró! Sus piernas se negaban a caminar, su alma hasta los pies había caído, compungida se negaba a dar aliento al cuerpo de aquel hombre enajenado que quieto en medio de la vereda como una estatua de sal, ni la más mínima fibra corporal movía, no

Aquelarre de fantasmas y marimantas 

fuera que ello activara y al espíritu llamara, de los que él bien sabía que por allí muchos moraban y que en el puerto de la encrucijada aquelarres organizaban sobre la tumba del cadáver del que fue asesinado. Desde entonces aquel punto era fatídico y maldito donde las fuerzas de los espíritus se entrecruzan malignas en su ansia diabólica de anular otros espíritus al que absorban su energía.

Todo ello y más lo pensaba y ello le machacaba el seso de pensar que todo eso era verdad. A él, una noche el capataz del cortijo donde estaba, cuando dormían sobre la paja de aquel tétrico pajar, le contó muchas historias de los caminos tortuosos que zigzaguean entre los encinares de la escarpada sierra. Y allí, aquella noche le contó toda la historia de lo que había ocurrido y que vio claramente con sus ojos y su mente una noche de madrugada que de lujuriosa fiesta volvía y espantado observó el movimiento del espíritu que por allí deambulaban con agónicos movimientos, en horrenda celebración de sangre y perdición.

Ceremonia en las que participaban en junta nocturna de brujos y brujas con la intervención del demonio con figura de macho cabrío que sudoroso y espumando por su boca desdentada no dejaba de practicar sus mágicas supersticiosas.

No pudo más…ambas rodillas doblaron contra la áspera tierra del carril, en una primera intención de rezar alguna oración…no pudo. Medio aturdido y en un torbellino de caos. Desorientado se arrastró hasta el tronco de un chaparro frondoso que junto al camino había. Acurrucado, contra uno de los troncos de aquella espesa mata, helado y a la vez sudoroso y empapado; contra su cuerpo enrollado estuvo allí mucho rato, no sabe cuánto.

Recordando que aquella tarde era tarde de ir al pueblo, cayó algo aliviado en que algún otro mozo de cualquier cortijo vecino por allí podría pasar de regreso.

Se apretó más contra el rugoso madero de la joven chaparra bellotera y se dijo así mismo, sin dejar de reojo mirar hacia la cercana sepultura que era motivo de sus males cada vez que por allí había de pasar.

-De aquí no me he de mover hasta que pase alguna otra persona porque yo no soy capaz de cruzar delante del sepulcro en tierra del que allí fue enterrado.

Estuvo unos minutos así y le sirvieron para descansar, más tranquilo ya de la coartada pensada y de estar casi seguro de que alguien había de pasar y si no era así, allí estaría hasta mañana que con luz del alba el susto se amansaba y aunque con mucho miedo… pasaba.

Casi se había dormido, en el silencio de la noche. Abrió sus ojos despacio a la vez que agudizó el oído y creyó sentir pasos por el camino. Ello no le asustó, estaba tan seguro de que otro mozo más tarde volvería y por allí pasaría y con él, sí que podría quitársele mucho miedo por su compañía.

Se le aceleró el corazón, y muy despacio, sin hacer pizca de ruido, se medió incorporó y con la rodilla derecha hincada sobre las hojarascas de aquella encina que le acogió, con la izquierda se apoyó y despacio comenzó a incorporarse del todo. No quiso aligerarse en dar su presencia a conocer, pues no sabía de aquel si era mozo también o bandido de la sierra que aprovechando la madrugada se cambiaba de escondrijo…esperó un poco más, ya se cruzaba delante de él, aquel que acercándose al fatídico punto su marcha aflojó, seguía caminando, pero a la vez zigzagueaba y mostraba con sus dudas que por mal momento pasaba. Nuestro hombre aún consideró que algo más había de esperar. El caminante todo despacio, sigiloso y vigilante al pasar por la sepultura…levantó su voz un tanto, como para que le oyeran los posibles fantasmas, y sacando su mano derecha de la manta que cruzada portaba sobre el hombro, con su mano se fue a la frente que tiritaba de miedo y a la par que se santiguaba dijo aquello de:

-¡¡DIOS PERDONE A LOS DIFUNTOS…!!

Y nuestro hombre gritó:

– “¡¡QUILLO!!” ¡¡ESPERA Y NOS VAMOS JUNTOS!!

Aquel creyó que el asesinado le llamaba y sin echar vista atrás despavorido salió, y así le imitó nuestro cabrero, que viendo que el primero corría desesperado, él salió corriendo también y los talones de sus “albarcas” tropezaban en sus nalgas. Así serían las zancadas que ambos hombres daban.

Nadie nunca supo quién era aquel que delante iba, se perdió espantado y nunca nadie ha hablado de quien podría ser. Si era forastero, en su tierra estará guardando el secreto y si empleado de cortijo cercano, más callado que estatua de mármol está. Se lo ha guardado para sí, y tan secreto lo tiene que pasado unas fechas ya casi ni lo recuerda. La mente es así, nos hace a veces malas pasadas, pero otras hace que olvidemos las cosas desagradables, para que no suframos.

Nuestro hombre intentó también guardar aquella mala noche en su mente y de allí no saldría ni el día de su muerte.

. /… Continuará

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Autor del libro ‘El amanecer con humo’

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Comentarios

2 respuestas a «Gregorio Martin García: «Apostadero de fantasmas, II: Desde la Cruz de Carrión a la Fuente Castejana»»

  1. Francisco Avila

    Bonita narración que nos hace meternos dentro de esa historia como si la estuviéramos viviendo, pero como no sí él personaje pude ser yo, porque él qué suscribe también pasó a
    Por ese camino con los mismos miedos no del fantasma de la cruz sino miedo del mas pequeño ruido y mas sí la noche era de luna llena qué de dia parecia convertirse la noche escelente manera de una vez más transportarnos a una de tantas historias contadas por nuestros antepasados al calor de la chimenea

    1. Gregorio Martin Garcia

      Paco, ¿Tú pasaste por la Cruz de Carrión, solo, a altas horas de la noche? Y dime. ¿ Y donde ibas tú a horas tan intespectivas? No me digas que de mudas semanales porwue tú eras muy joven, otra cosa sería tú padre, que de él, si que lo creo. Bueno Paco pues sigamos con la Cruz de Carrion que aun le quedan dos partes. Un saludo. Aaaah! decirte que ya estoy en casa, acabo de llegar.

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