Nuestro poeta en la presentación de Luz y cal

Pedro López Ávila: «Alfonso Berlanga y ‘Todo fue mujer’»

 

¿Qué tengo que hacer para sentirme yo
y no estar en permanente desconsuelo,
sintiéndome mezquina y algo deteriorada
por tener un ojal en mis entrañas
y asumir que por ello condeno mi existencia
a un sinvivir constante tan lejos de mi historia?

 

Esta aspiración a un orden natural pleno para la mujer es el eje fundamental sobre el que sostiene su poemario de Alfonso Berlanga bajo el título Y todo fue mujer (Dauro Edit) que, quizá, ya hubiera sido contemplado desde otro otero hace miles de años en el principio femenino de Gea, la diosa primigenia que personifica la tierra; es decir, la que existe por sí misma, que surgió del caos, que no tuvo madre y que engendró también por sí misma a Urano (el cielo), a las Ninfas (las montañas) y a Ponto (el orden marino). El mensaje poético que recibimos, por tanto, en este libro es esa voz de mujer, en el que yo lírico femenino -suplantado, a veces, por el propio Berlanga – intenta infundir las confesiones más trágicamente dolorosas que la mujer ha tenido que ir superando en las situaciones más desfavorables para su realización personal, hasta la aparición reivindicativa de una conciencia, aún en formación, de su propio valía y de su dignidad personal como ser humano (mujer)

«Y todo fue mujer» es un libro estructurado en 39 poemas que Berlanga los organiza en tres partes: Y todo fue mujer, y la mujer dijo no, y la mujer quedó en tinieblas. Cada una de las divisiones consta de 13 poemas en versos blancos (con distintas combinaciones estróficas y con predominio de los versos alejandrinos, endecasílabos, heptasílabos o pentasílabos), que nos envuelven en un clímax trágico de una situación antropológica que ha impedido a la mujer su plena emancipación, frente a la misoginia a lo largo de la historia. A pesar de que cabría decir, por otro lado, que no son pocos los antropólogos que interpretan – quizá de forma más precipitada que infundada – que fueron las mujeres quienes condujeron las sociedades antiguas hacia el neolítico, teniendo en cuenta que fueron ellas las primeras recolectoras y agricultoras con la carga de esperanza que conllevaban aquellas circunstancias para la supervivencia.

Contraportada y portada de Y todo fue mujer  (Dauro Ed.)

Sin embargo, si nos acercáramos a otras civilizaciones antiguas y, especialmente a la nuestra, mucho tuvo ver con posterioridad la corriente aristotélica como circunstancia coadyuvante. cultural e ideológica. en el sometimiento de la mujer al varón como herencia que llega hasta nuestros días, pues el filósofo macedonio consideraba a la mujer inferior intelectual y físicamente al hombre. Este pensamiento aristotélico, que emerge hasta nuestros días, queda reflejado angustiadamente en el poema de Berlanga, Y ser mujer me obliga, con estos apesadumbrados versos:

(…)

«¿por qué ser me obliga, porque sí, a decirme

a mí misma qué soy yo y qué lugar debo ocupar

en este triste mundo en el que el hombre navega?

Por otra parte, intuimos ,que la división estructural que el autor hace de este poemario no es azarosa, sino que, ante el afligido tono de dolor e impotencia por las que circulan estos versos, Berlanga habría organizado conscientemente la distribución morfológica de este libro, con 13 poemas en cada parte, al estar asociado culturalmente este número a la fatalidad. Quizá, sea esta la circunstancia por la que Berlanga en Y todo fue mujer haya establecido – siempre, desde nuestra perspectiva lectora – esa estructura de 13+13+13, vinculando estos guarismos al desdichado destino de la mujer al transcurso de nuestra historia.

Alfonso Berlanga, durante un recital

En la primera parte, Y todo fue mujer, se introduce como pórtico unos versos de la poeta Ana Rossetti que dicen: «Desde siempre me he asomado a la imagen que / quería de mí, completa / sin miradas que encontrar para ser yo». Desde este momento, Berlanga parece señalarnos una referencia conductora de lo que nos vamos a encontrar a lo largo de su poemario; es decir, la reivindicación de la mujer en su lucha para ser ella misma como sujeto activo de su propia historia.

En esta primera parte, Berlanga, trata de describirnos desde una posición, quizá mágico-religiosa, los orígenes del ser humano y el inicio en nuestra cultura del dominio masculino sobre la mujer; siempre sometida a prescripciones, normas y mandatos. Y así, con tono descreído e irónico, valiéndose de referencias religiosas (concretamente Génesis 1:27 ), se nos dice que la mujer estaba hecha a semejanza del hombre (…)): Berlanga nos dirá:

de una costilla del hombre que alguien puso allá en su paraíso /

ya toda su vida en deuda estuvo con ese hueso estúpido (...)

En el poema Y todo fue mujer nos la describirá en la soledad de un destino atávico, eternamente exiliado ante la insatisfacción que le proporciona el espectáculo de su existencia.

Mater excelsa

mujer repartidora de cielos

plácida siempre entre crueles sombras

dispuesta permanentemente a todo lo que surja

callada en un rincón, mejor ausente

depositaria de todas las virtudes

de los rezos y auroras

presente y solidaria hasta la muerte

mujer cautiva.

Continuando con esta primera parte, nuestro poeta, no obstante, nos mostrará en muchos instantes la rebeldía de la mujer en la búsqueda constate de una esperanza liberadora, que dé sentido a una vida milenariamente marcada, «en calentar la sombra de aquel a quien promete / burócrata obediencia en un papiro estéril»; a su vez, se interroga: «¿por qué al sentirme viva me siento derrotada / y alimento las noches colgada a un sacrilegio?».

En el cosmos poético de Berlanga, en Y todo fue mujer, también hay una interesante tensión liberadora que intenta conjurar la insatisfacción de la mujer en la sociedad -apartada y marginada -, porque siempre ha ido vinculada, en el sentir del varón, a su condición sexual: «y le hizo ver a todos los tarados de la tierra / que tanto valía su voz como su templo».

En el poema Y aquella mujer dijo no, el poeta abundará en esa temblor que se desprende en su anhelo de libertad como conciencia de un latido histórico y social, que nos estremece, para resguardarse de la angustia que le provoca su desconsolada condición femenina, siempre cautiva, excluida y «humillada»

(…) Y yo le dije amén, pero me importa un pito,

me voy a revivir mi soledad

y a hacer de mi tristeza una ironía.

Pero ¿que os habíais creído

que iba a quedarme postrada en un silencio,

lamiéndome una herida que nos es mía

sino vuestra?

(…)

Nuestro poeta en la presentación de Luz y cal, su anterior poemario

En la segunda parte del poemario Y la mujer dijo no, el poeta incidirá en ese temblor que se desprende del anhelo de libertad como una nueva conciencia refundadora en el modo de percibir, que nos zarandea, sin resguardarnos apenas de la angustia que nos provoca la desconsolada condición femenina, siempre cautiva, excluida y «humillada». Circunstancias por las que tal, vez, la claridad temática de esta parte, de un asunto tan hondo como el tratado en este poemario quede reflejada por la manifestación de Clara Campoamor como ingreso a este apartado del poemario : «la libertad se aprende ejercitándola»

Ahora bien, los versos de Alfonso Berlanga parecieran que en esta segunda parte se dirigieran por el sendero activista para la feminización de la existencia de los seres humanos, elevando -desde nuestra óptica lectora – a categoría el valor del sentir y del pensar femenino, frente a lo «otro». Actitud, cercana, por cierto, a políticas actuales proclamadas y que avanzan vertiginosamente por todo occidente, pero, que a fin de cuentas, no ponen en cuestión la base misma del sistema imperante, que es capaz de asumir todas los derechos del mundo con causas justas, que pueden parecer progresistas, pero que no provocan malestar alguno en las clases dominantes de todo tipo de feminismos que fueren. (Tomás Moreno, en IDEAL EN CLASE 7-6-2022: Julia Kristeva, «una visión del feminismo de la diferencia»

Dicho esto, Berlanga, hombre comprometido donde los haya, nos introduce en esta segunda parte, Y la mujer dijo no, en este espacio feminista, donde la izquierda occidental ha levantado una de sus muchas fortalezas para el combate político. Y ahora, Berlanga con un lenguaje mucho más directo, coloquial, llano, cercano, sincero y con profunda honestidad nos expresará:

Y todas las mujeres del mundo

abrieron de par en par su silencio

y les enseñaron a los hombres su lugar en la tierra.

(…)

Y la mujer dijo no

y el macho descompuso su figura,

Se rompió su cerebro en cuatro espasmos

Y se le congeló para siempre su sonrisa.

(…)

Y quedaron en su gruta los lobos de la noche,

tragándose su esperma,

quedaron prisioneros,

Imberbes.

taciturnos,

hundidos en su propia incontinencia.

(…)

(…)

Me parece que tú

homínido deforme

no puedes soportar

la curva de mis sueños

ni el tiempo que me diste

de sentirme humillada.

(…)

(…)

Y no sabía la razón de esta sentencia amarga

que todos los hombres de la tierra le impusieron,

solo por ser mujer y madre de sus hijos,

por asomarse un poco a la existencia.

(…)

En fin, El deseo de humana justicia prevalece siempre en este poemario y nuestro autor trata de contribuir generosamente a la esencia de lo más noble del movimiento feminista con esta nueva entrega lírica, que se ordena en torno a este afán, de un mensaje poético directo en torno a la mujer, aunque, quizá, con un compromiso demasiado arriesgado dentro de la tormenta.

La tercera parte, Y la mujer quedó en tinieblas. tal vez, sea en donde mejor se expande el mundo de referencias reales, con una amplia gama de recursos retóricos que nos deja un espacio incitante para la reflexión. Esta propuesta poética va encabeza por unos versos de Rosa Luxemburgo que dicen así: «por un mundo donde seamos / socialmente iguales / humanamente diferentes y / totalmente libres».

Detalle de la portada

La experiencia de la vida de mujeres, que les llenaron las bocas de mentiras para atravesar el mar en busca de un mundo mejor, huyendo del hambre y de la miseria en el frágil cayuco en el que nadie se llamaba por su nombre, es una denuncia más, de la que nuestro autor deja constancia, contra la explotación de seres humanos (en este caso de la mujer); por supuesto, con las consiguientes heridas, en la gran herida del presente, en que Berlanga nos muestra – ante los ojos del lector – el conmovedor tráfico de mujeres y las gravísimas secuelas eternas que dejan a las que logran sobrevivir, pues al llegar subsisten «en el paraíso prometido» en las más inhumanas desventuras.

Por esto, la animadversión se hace rencor en la poesía de Berlanga y tiene que ser esa voz de mujer, quien desde la oscuridad nos describa la entereza frente a la conmoción suprema de su durísima realidad; aunque siempre dentro del espacio sagrado de la efusión emocional o de la inflexión lírica. En el poema Y la mujer llegó, que nos recuerda el libro «el cayuco del infierno» de Edward Rosset, Berlanga nos dirá: (…)

Jamás se había sentido tan frágil en aquel olvido

pensaba en sus ancestros

en su huella marchita

en el inmaculado rostro de la planicie

y en el sol en la cumbre de los atardeceres.

(…)

Y se encerró en su noche

en su lecho vacío

en la luna que encaja en su rostro cansado

en el tiempo que un día apagará su sombra.

Esta mujer «no precisó su pena / ni el tiempo que dejaba en el camino, /

no fue capaz de ser más que una huella de espuma»

Quizá lo más revelador del golpeado infortunio de la inmigración de mujeres, que nos ofrece Berlanga en esta tercera parte, lo encontremos en el poema Y la mujer no es digna de ser, en el que con unos versos auténticamente desgarradores, la mujer (en boca del autor) se sienta delante de su corazón lamentando su adversidad, pero también su capacidad de resistencia ante la devastación

(…)

Defiendo mi pasado y mis ancestros

pero ellos no quieren saber nada de mi nombre

no soy digna

no gozo del favor de sus verdades

ni me rindo al sueños que me dictan de antemano

y así sigo por el cruel laberinto de las sombras

esperando a aquel día en que mi nombre sea mi voz

y pueda despertar de todas mis miserias

y ese día podré decirle al viento que soy yo

yo y mis silencios.

En fin, Berlanga nos pone delante de nosotros una nueva realidad, que aún no hemos asumido socialmente, para seguir el sendero de la justicia en la igualdad de género ante un mundo que abruma a la mujer. Nuestro autor con un lenguaje directo que, aunque en algún momento pudiera parecer prosaico, especialmente, por los coloquialismos de sus expresiones («a todo trapo», «a todo gas», «a calzón quitado», «me jodo», «se tragan todos los sapos», «que lo sepas de plano»); sin embargo, cobran sentido pleno en el seno de una experiencia poética profundamente consistente, exaltada y vehemente con los derechos milenariamente usurpados a la mujer -quizá, por su condición física -. Con este acercamiento a lo cotidiano, Berlanga, presenta el más claro eco de Blas de Otero, cuando escribió: «escribo como escupo… contra el suelo y contra el cielo» y, por tanto, a una poesía realista, con su consabida cotidianidad, pero profundamente implicado en principios fundamentados en derribar agudos empeños de negar el valor intelectual y moral de lo femenino en la sociedad.

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