Gregorio Martín García: «Un recuerdo y un llanto por nuestro antiguo templo, 2»

Una gran y fuerte puerta en buena madera de pino fabricada separaba la pequeña placeta antes de su entrada, ubicada donde un grueso árbol daba toque ornamental. La tosca y pesada puerta principal, para evitar tener que ser abatida siempre al entrar, contaba con una pequeña en la gran estructura de aquella, ésta obligaba elevar el pie para salvar el bajo y agachar la cabeza a todo aquel que pudiera tropezar con su alto.

 

Tras realizar la entrada y plantar tus pies en el interior, tus pupilas se habían de adaptar al ambiente conventual, sereno y de paz que hallabas en ella, por algunas rendijas de la espectacular puerta el sol hacía pasar sus rayos y estrellarlos sobre la solería de aquel espacio de ambiente monástico, mientras observabas las pequeñas partículas flotando en los rayos de luz filtrada por la puerta, además del ambiente que palpaban, olía algo a humedad consecuencia de su estado. No obstante, tus ojos, ya afectados y traídos a la semioscuridad del templo, plantaban su mirada en el Misterio, que allá arriba sobre el frontal del altar mayor, de humilde trazado y algo desconchado atraían tu atención, todo invitaba y más si el templo estuviera en ese momento solitario, hacer un recorrido visual “barriendo” con tu mirada y curiosidad todo el templo. Y disfrutando muy despacio, caminando sobre el pasillo de viejos y escasos bancos que al principio de la nave había, seguidos de ordenados reclinatorios propiedad de la feligresía.

Observabas enseguida, aquel no muy amplio espacio de santidad y paz repleto. No obstante, estaba algo desornamentado en su nave central, que terminaba allá arriba sobre el ara del altar, coronado por hornacina semi hueca en la pared y dispuesto en la misma un bonito Misterio de la Encarnación, con Bella Virgen genuflexa y en presencia del Anunciador Ángel que, cual heraldo de Vida le trajo un gran encargo de albergar en su vientre al Hijo de Dios.

Frontal del altar mayor de la iglesia nueva  (No se han encontrado fotos del interior de la antigua iglesia)

Cubriendo la escena con la Majestad Divina, el Espíritu Santo bajo la figura de ave Columba que desparramaba rayos de Luz Divina sobre la escena del Angel y Nuestra Señora Purísima. Junto a la Paloma del Padre que en fresco pintada se hallaba sobre el yeso de fondo de la tal hornacina, ramilletes de azucenas adornaban y llenaban tan insigne Misterio, que ya por sus años presentaba distintos desconchones y la pátina de los años quitaba la belleza dejada por su insigne y anónimo autor.

Abajo sobre el altar mayor el ara de piedra que en todo altar hay con reliquias de santos mártires donde descansa la Hostia en la celebración diaria del Santo Sacrificio juntamente con los corporales, paños blanquísimos que conforman con el cáliz y el vaso Copón, las vinajeras y otros, el conjunto de enseres que el celebrante usará en la misa diaria.

Aun plantado en el comienzo de la nave central y tras el visionado del altar mayor donde a su derecha una oscilante llamita del aceite nacida en lámpara de cristal; trata, más que de iluminar, advertir de la presencia del Santísimo en el sagrario central, Bajo esta, una silla y cerca una bonita campanilla de alegre sonido que avisa de la venida de Dios en la Consagración, todo el conjunto se encontraba a la misma salida de la puerta de la sacristía, donde ornamentos, faroles y ciriales se guardaban. Es de significar la situación del alto púlpito que la iglesia dominaba enclavado en el grueso muro que conforma el espacio del altar, con una gran paloma en madera tallada encima del conjunto la cual representaba el soplo de sabiduría que el Espíritu Santo derramó sobre los discípulos en el cenáculo el día de Pentecostés.

Tras recorrer los seis candelabros de buena y alta figura que en hilera adornan el altar, en el lado contrario, o sea la izquierda, un viejo órgano con teclas de marfil y ya muy usado, pero de buena calidad y sonoridad por ser de la reputada marca, Armónium, con pedales de fuelle que hacían pasar el aire por los pitos de este que bien manejado llenaba las bóvedas de celestiales sinfonías, de nuestro templo. Ocupando el hueco un taburete tapizado de tela roja y con sus bordes con encajes acabados. La puerta de acceso al campanario y al patio del templo, que años antes fuera el cementerio, estaba cerca de la posición que usaba el órgano.

Cartel de las fiestas religiosas en honor al Cristo de la Expirarción (1946)

 

Terminada la visión de la parte que más atraía de nuestro templo al entrar, se observan a ambos costados de la nave principal y a singular altura tres cuadros, tres a cada lado, de tamaño considerable, muy negros y borrados por la acción de los tiempos sobre sus maltrechas telas donde se adivinada que los oleos pintaban divinas figuras ya borradas y diseminadas por la cierta humedad del ambiente y los muchos años colgados en sus fuertes alcayatas por herrero local fabricadas.
Sobresalía un Niño Jesus Triunfante y Resucitado de pequeña estatura que en similar repisa y a media altura colocado estaba en la última columna de la izquierda. Con esta imagen y otra de su Santa Madre, el Domingo de Resurrección se hacía una bonita procesión o quizá, más bien, representación, que tras sendos recorridos por distintas partes del pueblo terminaba con un sonoro y trepidante encuentro en la plaza, entre palmas y tiros lanzados por los cazadores del pueblo.

En la anterior y, más cerca de la puerta una cruz de madera, con rayos tallados en el mismo material que salían de su crucero y en los bajos de esta una inscripción que rezaba que la misma había sido donada por los hermanos predicadores que en cuaresma vinieron a catequizar a los fieles del pueblo. El padre “Largo”, por su estatura, era uno, y el padre “Orza” por su volumen, era el otro, con apodos por ellos mismos impuestos.

Costado derecho frente a la cruz de los misioneros, una pila de agua bendita de blanco mármol a la pared pegada, mármol ya muy oscuro y con musgos en su interior incrustados en su piedra y favorecidos por la humedad del agua bendita. Era su ubicación muy cercana a la puerta secundaria del templo que daba a una placeta lateral, lugar constante de juegos de los niños y jóvenes. A nuestra espalda quedaba y a media altura construido, entre planta del templo y bóveda, el semidestartalado coro, sin ningún interés ni adorno que pudiera atraer. Una baranda delantera de madera ya algo carcomida y un suelo que se adivinaba de tablas y maderos que oscilaba al pisarlo por lo que era poco frecuentado por temor a posible desprendimiento.

Catafalco funerario

El visitante ya había terminado de recrearse en la nave central y recordar, al ver la lámpara araña central, que en toda misa de difunto que allí se celebraba, el sacerdote de turno las clasificó, en misa de primera, de segunda o de tercera y en función de la tal escala así había de pagar por aquel que la misa encargaba en recuerdo y sufragio de su ser querido. Si la misa de difuntos de primera había sido encargada, el templo se presentaba adornado y adecuado a esa manera de pago. En el crucero del templo ponían entrelazados unos largos velos negros que cruzando el crucero del templo y bajo la bóveda de este intentaban adornar la sede de, una forma especial a lo pagado, la verdad que a pesar de mi juventud yo lo veía cateto, falto de gusto y sobre todo fuera de “tono” y más si recordamos aquel pasaje de Jesus que con látigo en el mano expulso a los cambistas a los tratantes y vendedores que con su actitud rompían el verdadero motivo del templo. Así habría pasado con aquellos velos mentados que cruzaban el crucero, al que había pagado la misa de difunto.

En su máximo estatus, Jesús habría azotado al encargado del requerimiento y al sacerdote celebrante. Pero aún había más adornos para agasajo y satisfacción de los pagadores del acto, el sacerdote colocaba en la planta del crucero, bajo aquella lámpara de araña y del velo entrecruzado, un catafalco o túmulo, que en la sacristía había guardado para instalárselo en tal sitio al que por su ser querido habría pagado.

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado de la Policía Local de Granada

y autor del libro ‘El amanecer con humo’

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Comentarios

2 respuestas a «Gregorio Martín García: «Un recuerdo y un llanto por nuestro antiguo templo, 2»»

  1. Francisco Avila

    Escelente forma de trasladarnos sin presencia a la antigua iglesia de Benalua de las villas tal como la describes los árboles de la entrada la robusta puerta de madera con sus rendijas que hacían pasar los rayos de luz el viejo órgano que en alguna ocasión oí tocar al canario las capillas laterales dedicadas a santos y santas la sacristía con su agetreo nocturno de los murciélagos esta entrega nos coplace enormemente

    1. Gregorio Martin Garcia

      paco echo de menos todo ya que me encuentro fuera de Granada y apenas puedo entrar en internet. Si Paco a mi me gusta tanto me gusto escribir esta parte del comentario que se compone de cuatro. Cuando lo escribía me veía avanzando por él os asílelo de nuestra vieja iglesia y lo disfruté. Gracias Paco. Un saludo

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