En la calle llovía. El salpicar de las canales se dejaba oír, eran casi las dos. Las hijas de mi tío, mis primas, en la mesa camilla hacían labores. Una, punto para confeccionar un jersey, otra había que calcetines zurcía sirviéndose de una bombilla fundida de apoyo para su costura hacer y otra que iba y venía a la cocina que junto al pasillo montaron en el hueco de la escalera.
Lugar este a donde hubieron de cambiarla desde la chimenea, ya que a ésta ni podían acercarse si en la casa tertulia hacían, y siempre la había, motivo este que obligó al traslado que antes decía de la cocina.
Una de las hijas, miró a su padre de una especial forma y de esa guisa le decía que la hora de la comida era y había de preparar la mesa, Tedorico, que ya sentía el gusanillo del hambre en su tripa y estómago, comenzó a retirar rienda a la tertulia para que esta acabara y la audiencia marchara hasta la próxima sesión.
Aún comentaban la sandía de Teodoro, cuando los cuatro “quita rincones” y “ocupa sillas” se fueron incorporando. unos estirando cual que, si en su casa estuviera, otro gachó intentando ver por la ventana si llovía fuera, el resto salía maldiciendo el momento ya que presagiaba que a su casa llegaría empapado. -mira tú que mala pata y, el paraguas en mi casa colgado. Se lamentaba y eso decía al amigo Librado que emulando a su galgo con sus talones topaba en la trasera de sus pantalones.
Pronto los cuatro desaparecieron bajo la intensa lluvia de toda la mañana y rompiendo charcos de los que tapizaban la calle, en donde nadie había, no era día y el tiempo adverso impedía salir de junto a sus “pavas y lumbres” prendidas, seguro que comiendo unas gachas de las que se hacen en Benalúa en tiempos de lluvia o de nevada.
Terminado el almuerzo en casa de mi tío, servido por sus hijas y muy atendido, se retiró otra vez al rincón y tomando su silla, siempre la misma y la colocó en el lado que siempre gustaba ocupar. Removió su mullido cojín de lana y se dispuso, junto a la pava, una buena siesta, gozar.
Lo hacía rápido, sabía que pronto alguien vendría a pasar la parte de tarde más fría junto a su lumbre y con cualquier tema acometido charlarían toda la tarde hasta que la oscuridad y la noche hubieran empujado al día.
El apacible y agradable calorcillo que salía de la chimenea y que envolvía todo su cuerpo hizo que pronto sus párpados dejaran de resistirse a la gravedad y se entregaran a Morfeo.
Mientras sus hijas acaban de retirar la mesa, otra, con el aparato manual de flis, dándole presión con una manigueta que entraba y salía a modo de bomba de bicicleta, intentaba ambientar la casa de aquel raro perfume que decía que además mataba las moscas. Algo que, nunca olvidaban, el repaso con la fumigadora de mano. Después ellas desaparecen. Seguro que echando siesta estarían.
El pueblo andaba imbuido en tarde muy lluviosa, pareciera que las nubes derramaron, en forma de lágrimas, todas las aguas que portaban y que todas descargaron sobre la villa, su sierra y su campiña.
La exuberante verdura de estas adornaban los parajes, los linderos y roturados con un paisaje incomparable. El entoldado nuboso reflejaba mucho encanto sobre todo en los claros donde el sol con hirientes rayos conseguía traspasarlos y proyectarlos por solanas fugazmente iluminadas.
Los trigales recién nacidos en mil reflejos embrujados por inesperados haces de luces filtrados entre las nubes. Consiguiendo un contraste entre umbrías y solanas. La tarde languidecía y mi tío aún dormía su siesta con su cabeza apoyada sobre el dintel y la jamba de su chimenea. ¡Alguien empujó la puerta!
Allí, en el número 44 de la calle Granada de Benalúa de las Villas, no era necesario llamar ni picar en la puerta para entrar. En aquella casa de Teodoro, siendo muy de mañana el cerrojo se descorría y no se volvía a cerrar hasta que todos marchaban a la cama.
El nuevo visitante delante del dormido “Tedoro” se plantó y viéndole dormido con cuidado cogió una silla, con la tenaza rescoldeó la pava y se disponía también a cerrar sus ojos cuando mi tío abría los suyos. Solo unas buenas tardes se intercambiaron.
El visitante era Pepe, “El Perlillo”, que también era asiduo de aquel club de la charla y cazador empedernido como casi todos en la “panda”. Por eso se destapó preguntando por el pájaro de perdiz que tenía mi tío, de reclamo y que muy orgulloso de él estaba por lo bien que atraía a los machos de sus congéneres cuando mi tío lo ponía en el repostero y se disponía a dar un alba de reclamo.
-El pájaro está bien, se le ha quitado la diarrea y más alegre se ve, esta mañana lo pasé a la tierra y varios baños de tierra se dio, sin embargo, no vi que diarrea tuviera y puse mucha atención mientras se revolcaba en la tierra.
Tedorico preguntó a su vez a Pepe, su sobrino: -Como se encuentra tu tío Antonio, – “El de la Angostura, le decían”- que estaba, el otro día muy resfriado y con fiebre cuando estuve en su casa. Por un tiempo estuvieron comentando la enfermedad de “Antonio el de la Angostura” y su peculiar forma de vivir. Vivía solo en la Plaza del Pueblo -Plaza de España- en una casa que allí tenía que últimamente está instalada la Caja Rural.
En un instante de la charla, Teodoro separa de hablar y con su mirada fija en el infinito y su mano derecha, a modo de embudo, puesta tras la oreja para paliar algo su sordera, le dijo a “Pepe el Perlillo” con su característica manera de hablar y sobre todo cuando algo importante se disponía a contar: -Tú tío Antonio “El de la Angostura, está muy bien acostumbrado a esa vida extraña que lleva y al sufrimiento de esta.
– ¿Cuántos hermanos vivían en el cortijo “El Puerco”? Preguntó mi tío a su interlocutor, en pregunta rutinaria ya que él sabía tan bien como Pepe o mejor, cuántos hermanos eran los que vivían en el cortijo. Cinco varones y dos hembras, siete eran los hermanos que vivían en “El Puerco». -Recuerdo perfectamente. Dijo Teodoro. -En aquellos tiempos de menesterosos y escasos bienes. Mucho trabajo, poco beneficio y faltos de todo se sobreponen todos los hermanos a tal situación que los hacia desconfiados, muy introvertidos e individuales. Cada uno de ellos iba a su ritmo y ante tal situación de la vida, a la que no se le veía futuro en aquel cortijo que, con amplios terrenos, tenía muy poco para labranza ya que era manchón casi todo y escasas roturaciones en él se había hecho por lo que la tierra de cultivo era insuficiente. Era esto lo que ocasiona la falta que sus moradores padecen a pesar de grandes jornadas de trabajo, que no rendía, lo que ocasiona que entre ellos pasaran hambre y otras faltas.
Hizo un silencio, mi tío, y siguió con su exquisita descripción en su charla. En este momento adoptó un serio gesto y grave acento en su voz: -Mira Pepe, he visto yo, y en ocasión de estar con ellos, que según íbamos cazando, sobre todo con tu tío Antonio, el primer conejo que cazaba, se paraba, hacía un alto, sacaba su faca y tomando al conejo recién cobrado, lo destripaba de inmediato.
Ver esto no es muy extraño, ya que más de un cazador tiene esa costumbre para en su percha de caza llevar menos peso amén de conseguir mejor conservación de la pieza cazada.
-Pero…¡Quia! no era eso lo que tú tío pretendía, sino que, era tan grande el hambre con que se había levantado, qué en un minuto prendía un fuego y ensartado el conejo en un palo, se ponía a asarlo a las brasas logradas en la lumbre, dando vueltas a la pieza con el palo que la atraviesa, logra que pronto aparezca asado y tostado y desprendiendo buen olor, y sin aún haber terminado su cocción, ya estaba tu tío Antonio pellizcando el asado e iba comiendo al mismo tiempo que asando y en quince minutos, había cazado, destripado, cocinado tras haber prendido un fuego y, comido con mucho apetito el primer conejo cazado.
Final parte 3/4
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Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y
Autor del libro ‘El amanecer con humo’
Comentarios
2 respuestas a «Gregorio Martín García: «Mi tío Teodoro, alias ‘Tedorico’, III»»
Gregorio vuelves a hacer una perfecta narración del personaje » tú tío Teodorico » con una soltura y fluidez de un escritor ya consumado me quedo a la espera del siguiente
Buenas tardes fiel lector y crítico. Gracias, pues yo tengo dispuesto el siguiente y alguno mas para satisfacción mía a escribirlo y cuando soy leído. Gracias a todos. Un saludo y sigue esperando las aventuras y charlas de mi tío Teodorico.