Menudo verano llevamos de muertes, asesinatos y violaciones, sí violaciones y no agresión sexual como lo califican; de políticos corruptos y de otros que sin serlo alardean de ello como si la fiesta no fuera con ellos. El gobierno sigue haciéndose fotos, la oposición de vacaciones y la Pantoja cumple años y piensa volver. Y por fin Belén Esteban, vuelve de su descanso (qué corto se me ha hecho); no digáis que no hay motivos para que se nos arrugue la cara de tanto reír, o al menos intentémoslo. Y es que el mundo necesita a gente llena de arrugas de tanto reír.
La verdad, cuando veo, leo y escucho la barbarie de este verano con tanto crimen familiar y no cercano, pero crimen, al fin y al cabo, me doy cuenta de que no es el calor, ni siquiera el estío, es que algo hemos hecho algo mal en esta sociedad nuestra de antiguo bienestar. Cuando está uno jubilado tiene tiempo para muchas cosas, algunas en las que antes no reparabas tanto en ellas. Desde el día 3 de junio, con ‘n’, no había pasado una noche tan fresquita como estas últimas de septiembre, pero a lo que iba en el titular de esta carta en relación con la lectura: se cumplen 43 años de mi primer pedido de libros. Corría el año 1969 y mi amigo Juan, que trabajaba y vivía en Madrid, como cada verano regresaba a su querida Salobreña, pero ese verano del 69 traía una estupenda carga: mis libros.
Con los pocos ahorros que podía hacer y con entrar en el gallinero del cine Yusuf y luego pasarme al patio de butacas, conseguí unas pesetillas que invertí en mis libros… ‘El lobo estepario’ (Hermann Hesse), ‘Un mundo feliz’ (Aldous Huxley), ‘Los rateros’ (Willian Faulkner), ‘Poesías’ (Miguel Hernández), ‘Dirección prohibida’ (Gabriel Celaya), ‘La casa de Bernarda Alba’ (García Lorca), ‘El manifiesto comunista’ (Marx y Engels). Sí, me encanta la lectura y es la mejor terapia contra un verano lleno de sobresaltos.
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