Mis amigos, mi pueblo, sus calles y plazas, nuestro grupo, nuestras risas y charla hasta la madrugada. Y la despedida hasta mañana. Eso era todo nuestro imperio nuestros dominios que repletos de anhelos, sueños confidencias y secretos que no eran tal sino solo una forma de dar algo de misterio a aquellas largas horas en que sentados en un cualquier poyete o tranco pasábamos los mejores momentos de nuestra juvenil existencia
Nuestra cooperación en el trabajo en la unidad familiar ayudando y colaborando con padres y hermanos. Esperando en nuestros fértiles campos que la tarde llegara y sin sol quedara para volver al pueblo, y aseados, con algo en la boca cogido al vuelo de la alacena del plato de los “recortes” y mordisqueando y casi corriendo en busca de los amigos que esperaban… Eso era todo.
Todo lo que disfrutaba y con ello me bastaba, nos bastaba. En aquella edad de los quince, dieciséis años, en que no éramos todavía más que unos niños que “pavoneábamos” solicitando ser hombres, aunque para nosotros ya en ello estábamos. Lo creíamos…y sí, ya casi pasábamos de ser imberbes a mozuelos, sin más preocupación que llenar la tarde con los amigos hasta la madrugada, que parecía que habíamos de echar las llaves de las puertas del pueblo.
Que feliz se es, que sensación de estar satisfechos de aquella paz de esos años y esa nobleza y sencillez que llenaba nuestra existencia.
Muchas tardes noches con parte de madrugada lo pasábamos con una peseta de pipas (0’0059€ aprox.) por la que nos daban una bolsa muy respetable de pepitas oleaginosas, con su rico sabor a sal y su crujiente masticar que más que alimentar quitan estrés y es relajante conseguir partir una entre dientes para rápido tomar la siguiente. Ayudaban al ambiente del grupo qué si eran dejadillos, dejaban como alfombra cubriendo suelo y trancos las cascaras que escupidas se esparcían por parte de la calle. La mañana siguiente la vecina y su escoba derramaban más tacos que cascaras escupidas habían dejado aquellos.
Entonces nuestro curriculum vitae era más curriculum que nunca porque era cuando estábamos en plena carrera de nuestras vivencias que nos marcarían para siempre, harían madurar personalidad, criterio y raciocinio y de la experiencia habida nos decantaríamos por unos principios que de ser acertados con ellos llenaríamos el transcurso y camino de nuestro evento de vida. Maduraríamos y comenzaríamos a ser personas más o menos realizadas con lo aprendido.
Aprendido en aquellas felicísimas reuniones de amigos, en sus interminables charlas y juegos, en aquellos comienzos de trabajos en el seno familiar. Todo ello como gran experiencia nos hacía pasar de niños escolares a jóvenes adolescentes que se dirigían a través de su época de pubertad a su edad adulta. Donde por lo general se encuentra uno con la realidad de la vida.
Era una mañana plena de sol recién salido, de principios de verano, una brisa que a pesar de ser algo fría no dejaba de gustar. De un día más que señalado para mí. Los cinco qué atendíamos el equipo de trabajo del tractor Ebro con el que barcinábamos cebada de los Salobres de regreso de nuestro primer viaje, me gastaban bromas y no dejaban de aconsejarme de la etapa que me disponía a cumplimentar de mi vida, por órdenes de arriba y de ineludible cumplimiento. Recuerdo que, al pasar el vado de La Angostura, sito en la Cerradura, paré el tractor en medio de la poca chilanca que había y bajándome, ante la extrañeza de los compañeros de trabajo, me adentré en la charca y de aquella agua cristalina, corriente, fría y con muchas algas, “cama de rana”, mecidas por las pequeñas corrientes de agua. Llené mis manos y de un golpe la lancé a mi cara varias veces.
No sé por qué hice aquello, pero creo se debió a un impulso involuntario que a modo de ceremoniosa despedía de aquel rio con mi marcha a otras partes. Sin secar mi cara ni mis chorreantes brazos de aquella agua clara, subí de nuevo al tractor lo puse en marcha y ya no se habló nada hasta la puerta de mi casa, donde bajé despedí a mis compañeros de trabajo, despedí con añoranza mi tractor y dije un adiós cariñoso y de sentimientos lleno, cuando este de nuevo se puso en marcha ahora conducido por mi hermano al que se lo entregué con especial gesto de, “ten cuidado, cuídalo, y que te sea leve…” Hacia la Era de la Máquina siguieron, yo quedé en el centro de la carretera viendo cómo se alejaban, un extraño sentimiento me embargaba.
Mi madre me alertó: -Vamos que se te hace tarde. Me dijo. Me aseé. Y preparado de algunas cosillas para el camino y con los consejos repetidos de mis padres, marché a la puerta de “Miguel el del Coche”, Bernardo, con el que marcharía a Granada desde donde a la siguiente mañana partiría hacia la Mili.
/Continua la próxima semana/
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Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y
Autor del libro ‘El amanecer con humo’
Comentarios
2 respuestas a «Gregorio Martín García: «Desfilar con cetme y sembrar a voleo»»
Como Julio Iglesia dice en su canción pasó de niña a mujer, en los pueblos pequeños el paso de niño a mozulo era un paso repentino un verano como otro cualquiera aprovechando los dias mas largos y las noches mas calurosas para dar a ver a las gentes qué aquel niño en la transición del invierno al verano habia cambiado sus hábitos y hacia cosas para que vieran en el que no solo le habia salido una fila de hormigas como bigotillo sino aquí estoy para coger él relevado de los mozuelos que ya habían pasado a ser hombres, haciendo las faenas del campo como cualquier hombre y como no yendo a la mili porque sé decia en la mili se hará un hombre bonito tú relato.
Si Paco, siempre ha tenido su aquel el pasar de joven a mozuelo y de mozuelo a hombre, como se decía en nuestro pueblo y, nada de pubertad ni de adolescencia ni de adulto. Cosas de las reales academias de nuestros pueblos. Allí usábamos y aún se usa, nuestro diccionario y nos entendemos bastante bien…vamos, digo yo, o ¿No, Paco?. Un saludo y al estilo pueblerino…-¿Iiahh, quillo, p’ande vas hoy? -Ahí voy a bajar pa bajo al veguetillo. -Pue’ ve con Dios.