Juan Franco Crespo: «Çavusin, en El Valle de Goreme, Capadocia (Turquía)»

La estancia por el valle transcurrió en una especie de circuito que tenía como base Urgup, desde allí cada mañana poníamos rumbo hacia el oeste –Avanos- y visitábamos lo más característico en medio centenar de kilómetros a la redonda con interesantísimos y románticos topónimos que invitan a pasearlos Valle Blanco, Valle del Amor –fabuloso el zumo de granada en su chiringuito-, Valle de la Rosa, Valle de las Palomas –hay cientos de ellas, aquí una fábrica elabora joyas de diseño aprovechando el onyx de la región, tiene precios sumamente competitivos y una gigantesca escultura dedicada a San Jorge en su fachada que da a la carretera- Valle de las Espadas, Valle Rojo, Zelve, Uçhisar, Avanos, etc. Y apenas es una cuarta parte del gigantesco valle de Goreme, una zona de Capadocia que cautiva.

ARRIBA: Las casas excavadas en el acantilado, en el siglo pasado el gobierno obligó a abandonarlas y hoy no dejan de ser mudos testigos de un pasado que puede colapsar ante la falta de mantenimiento. AQUÍ: Mapa General del Valle de Goreme

Çavusin es uno de esos lugares que parecen salidos de un cuento de hadas aunque, tras casi tres cuartos de siglo de abandono, cuesta imaginar el bullicio que disfrutó el lugar mientras aquellas construcciones incrustadas en la roca estuvieron habitadas. La parte moderna no tiene atractivo para el viajero así que éste, frecuentemente se enfila, cual cabrilla, hacia los Tajos, imponentes, que fueron la morada de miles de personas. Entre el I y el X se consolidó el asentamiento humano y decenas de casas monacales e iglesias fueron excavadas en sus laderas o en sus precipicios que, a juzgar por los restos que pisamos –de las seis personas aquí el grupo se partió ante las dificultades del lugar- los que decidimos remontar hasta la cima para contemplar el emplazamiento desde las alturas –detrás de lo que se ve, a unos centenares de metros, hay aún más casas o cuevas de acceso todavía más difícil-. Por lo visto los lugareños que las usaban se descolgaban con cuerdas, una tarea que en cierta medida me devolvía a mi infancia cuando los críos de Alhama [mi Macondo natal] jugábamos por los Tajos, pero que no llegábamos a practicar esas milongas de colgarnos de una cuerda, a lo sumo escalada libre en una orografía que se convirtió en nuestro patio de recreo.

El autor, detrás las casas de las hadas u hongos y el pueblo actual

Hicimos la parada con la esperanza de ver la Iglesia de San Juan [ya saben el motivo de esa visita] que está levantada en el risco, pero tras superar una corta bajada, nos dimos con un canto en los dientes: unos cinco metros de tajo se habían hundido y uno no tiene ya la agilidad suficiente ni tampoco es el hombre araña: demasiado riesgo y, al final, el trío retrocedió; la susodicha Iglesia sólo quedó en nuestra memoria o en la literatura sobre el lugar. No era cuestión de volver atrás, así que tras subir la veintena de metros del descenso, descubrimos otra ruta que llevaba al Hotel de los Cuentos de Hadas –el único establecimiento, por ahora, autorizado a alojar huéspedes en esa zona que parece haber sido arrasada por un terremoto- hay otras casas-cueva que están en proceso de reconstrucción para usos turísticos aunque, ante el deterioro sufrido por el lugar, las inversiones han de ser cuantiosas.

Restos del antiguo asentamiento, ahora están recuperando algunas de esas cuevas para usos turísticos. A los lugareños los desalojaron en el siglo pasado y ahora algunas ya albergan a turistas.

Desde el risco se contempla el actual Çavusin y, por algunas zonas, las típicas formaciones que parecen casas de hadas [algunos las consideran un gran parque fálico]. Bajando por un endiablado camino, tras pasar el hotel, el sendero te dejará prácticamente a pie de esos promontorios rocosos donde una señora prepara un té, que tomado bajo las gigantescas moreras y nogales, era un fabuloso reconstituyente, sobre todo si tenemos en cuenta el abrasador astro rey en pleno mediodía, es cierto que la sequedad ambiental rebajaba esa sensación térmica que suele dar esa misma temperatura en zonas húmedas o tropicales.

Aquí o en sus proximidades tenemos varios valles que merecen la pena visitarse, por ejemplo el Rojo que alberga a la Iglesia de la Uva, una zona que también nos permite contemplar unas puestas de sol únicas. Tras unos pocos kilómetros más encontraremos otro impresionante lugar el denominado Valle Rosa, hay varias iglesias, entre ellas destaca la del Monje Niketas, la de la Madre Yaokim, Ayvali o la de la Cruz. En la mayoría de los casos fueron lugares de retiro para los cristianos ortodoxos del momento y las dos últimas, dicen los guías, son las más antiguas de toda Capadocia.

El pueblo visto desde el acantilado

Si le gusta caminar, entonces aquí tiene una buena oferta. El problema siempre será el tiempo y las posibilidades físicas de la cabrilla que llevamos dentro. Sombras bien pocas, agua, menos. Pero el paisaje es de aquellos que parecen extraídos de otra galaxia al final siempre acabas diciendo, el esfuerzo mereció la pena.

 

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Juan Franco Crespo

Maestro de Primaria, licenciado en Geografía

y estudios de doctorado en Historia de América.

Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas

del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio internacionales.

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