Estamos convirtiendo la educación en una oda a la »imbecilización», menospreciando el saber y trivializando el conocimiento. La nueva pedagogía condena a nuestros alumnos a una confortable ignorancia, formando ciudadanos acríticos con el sistema. Ay, cuando recuerdo la enseñanza de Doña Nati entre pucheros, siempre nos dio permiso para opinar de lo poco que sabíamos, pero ya era una abanderada de la educación paralela. Siempre nos dijo que, a pesar de sus enseñanzas, debíamos leer siempre en los libros.
La enseñanza en España lleva años siendo pasto de gurús, intelectuales y todo tipo de pseudo expertos esforzados en convertirla en un sucedáneo de lo que debería consistir. Alejada cada vez más del buen juicio y de la racionalidad, el carácter buenista, bobalicón y antiilustrado prolifera desbocadamente. La memorización, el esfuerzo, la constancia y el pensamiento crítico se sustituyen por una amalgama de ocurrencias pedagógicas revestidas por su supuesto carácter innovador para dotarlas de validez.
Esto de que cada vez que se cambia de gobierno, hay que volver a cambiar la Ley de Educación es el mayor robo para la inteligencia de nuestros escolares y la borrasca que significa para nuestros enseñantes si quieren estar al día.
Pocas cosas, en nuestro mundo contemporáneo, han sufrido cambios tan profundos y a la vez tan poco perceptibles para el observador, como los libros destinados a la educación y a la enseñanza. Sus cambios han sido parejos, cuando no precursores, de las transformaciones sociales y culturales, de la evolución de la sensibilidad y del gusto, de la aparición de nuevos valores y de nuevos hechos a los que prestar atención.
A pesar de las nuevas tecnologías, pocos podrán discutir que los libros educativos destinados a la enseñanza son, sin duda, un poderosísimo medio de comunicación y de transferencia, cuya discreta presencia no hace menos profunda su penetración. De ahí la atención que en otros momentos de la historia de la educación hayan sido objeto importante de todos los poderes. Y de ahí también la importancia que tenían que haber tenido en un auténtico marco de libertad para su desarrollo y difusión, haciendo imposible su utilización partidista o tendenciosa.
Qué recuerdos de la Editorial Santillana y aquellos libros tan bonitos e ilustrados, era lo primero que veíamos nada más tenerlos en la mano, buscar las fotos e ilustraciones. Poco nos importaba el contenido y el continente.
El acontecer diario de la escuela estaba ordenado por unas normas relativamente estrictas y generalmente conocidas. El maestro, adaptado a un marco de pautas aceptadas, difícilmente se daba cuenta de que año tras año sus alumnos continuaban teniendo la misma edad, pero él mismo se iba haciendo más viejo; mientras, la sociedad cambiaba y progresaba.
Soy partidario de la enseñanza adaptada al ambiente que nos rodea, pero por favor no vuelvan locos a nuestros hijos. El saber no ocupa lugar, pero si va acompañado de una caricia o carantoña se aprende mejor. ¡Dios mío qué viejo soy!
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