Gregorio Martín García: «Los escaños de mi puerta, 1/3»

Sesudas reflexiones, por sabios senadores, allí se discutieron

Desde el interior se podía percibir la conversación de los tres vecinos, que, en los poyatos y escalones de la puerta de mi casa, bajo la morera por mi padre plantada, mientras charlaban y descansaban de su larga jornada de trabajo.

Aún vestían sus ropas de faena, los tres con pantalones de pana, alguno de ellos con amplios remiendos -de tela semejante pero no igual-, en rodillas y culeros. Muy parecidos camisones, que no camisas, a esta prenda, allí no se le nombraba así, por camisones se les conocía y así los llamaban. A rayas, de fondo blanco y aquellas muy finas y azules.

Junto a sí todos tenían, quitada y semi doblada las chaquetas, un tanto raídas por su uso, ahora de campo y hace tiempo domingueras. Dos, gastan gorra de visera, recuerdo que a mi padre le gustaba el sombrero de paño, que al igual que a las chaquetas les pasara, este había sido antes de más vestir y con su uso degradó a prenda diaria y de trabajo.

Mientras yo, con mi cuerpo echado de bruces sobre las rodillas de mi padre, escuché muy quieto y atento. Lo que conversaban tenía misterio, presentaba interés por su originalidad y gran curiosidad, además de por su manera de contarlo, a media voz, quizá para evitar ser oídos, en consecuencia, por los recientes tiempos pasados.

Uno de los vecinos, con su codo apoyado en su rodilla y la mano izquierda sujetando la cabeza por su mejilla, y en la derecha un grueso cigarrillo, que acababa de liar junto con los demás tertulianos, escuchaba boquiabierto, igual que yo, lo que los demás comentaban, este casi incrédulo atendía y sorprendía su razón por las cosas que llega a hacer el ser humano para sobrevivir y asegurar su devenir diario.

Cortijo Las Angosturas

Mi padre había vivido en el cortijo Las Angosturas muchos años, no muy lejos de este se hallaba el Cortijo del Alamillo. Buenas relaciones les unían a ambos grupos familiares a excepción de las pequeñas disputas y desavenencias de todo vecino, especialmente en los cortijos y casi siempre a causa de un animal o grupo de estos que invaden terrenos o sementeras del otro, se cruzaban quejas se dirigen algún grito que daba ocasión a que por unos días la relación fuera tensa, fuera distante, de ahí no se solía pasar, por conveniencia de ambos, ya que la ayuda, la colaboración, buena compañía y convivencia siempre es necesaria.

Como consecuencia de la contienda pasada, aún se vivían las reminiscencias de algo que nunca debió ocurrir. El ambiente social era un tanto tenso, los comportamientos individuales como colectivos se cuidaban y se recelaba de todo, y razón, más que justificada tenían. Los “golpes” recién sufridos que aún marcaban sus maltrechos cuerpos y afligidas almas con profundas cicatrices a veces infringidas por cercanos familiares, en continua y permanente alerta les ponía, no obstante, la comunidad nacional, así como los grupos sociales urbanos como los más pequeños rurales, se iban readaptando. Hasta las relaciones interpersonales se adaptaban a las circunstancias y medios.

El cortijo del Alamillo se encuentra bajo las aguas del embalse de Colomera 

Una tristísima consecuencia más de ello, eran los residuos partisanos que acabado el bélico conflicto y negando la entrega de sus armas, huyeron al refugio de montes y sierras, ocasionando con ello un continuo movimiento guerrillero, en su busca y captura, obligando a aquellos, que malviviendo acorralados, proveer sus necesidades con reiteradas incursiones a cortijos y ventas, donde a escondidas se hacían con viandas y provisiones para su triste destino en las serranías andaluzas y en caminos rurales, ocasionando tal movimiento grandes y grotescas hazañas, inmerecidos comportamientos con sus peligrosos personajes de renombre aún recordados y que aquí no nombraremos por respeto humano así como por ser hecho ya pasado que descansando en el fondo de nuestras mentes es su mejor estado. Se dieron casuísticas muy peligrosas y tristes, cuando aquellos desgraciados habían de hacer movimientos a veces forzados por su logística.

También pudo haber alguna vez que fueran realizados por comportamientos e instintos malvados. Visitando algún cortijo y forzando su presencia en el mismo, a veces abusando de la amistad y conocencia pasada. que les unía con los habitantes de la cortijada.

Contrapartida de Guardias Civiles disfrazados de maquis 

En algún momento alguien conocedor de que en la casa cortijo estaban, al ver la llegada, daba el aviso, daba la alarma con horror incontenido: ¡¡Por el carril sube la “Contrapartia!!!” ¡gritaba! (grupo de guardias civiles, especializados en su persecución). La situación era tremendamente grave, aquellas sencillas y a veces muy humildes gentes del cortijo temblaban, sus vidas entre dos fuegos se podían ver, fuego real o fuego de acusación por colaboración con banda armada.

Los desgraciados maquis, en rapidísimo movimiento a salvo habían de ponerse, adoptando en alguna ocasión que a las viejas y oscuras cámaras, pajares o desvanes, si no podían escapar campo través, de las cortijadas y, sobre sus tirantes atenazados o en los más recónditos agujeros agazapados, largas horas habían de estar, quietos, sin apenas respirar, para evitar ruido y por el miedo atormentados, hasta la marcha de aquellos que abajo les buscaban, para apresar…¡qué situaciones!…que bajo cae el hombre con estos graves equívocos que a la muerte a la desgracia les lleva, víctimas de engaño y de su desconocimiento. Y qué espanto, para aquellos pobres agricultores que con muchas carencias y hambre habían de soportar estas escenas, que solo recordando las nos hacen erizar nuestros vellos y retorcer nuestras entrañas.

Era cuestión diaria que entre “hombres de la sierra”, como en nuestro pueblo les llamaban, y la Guardia Civil, enfrentamientos y escaramuzas diarias. Amedrentaban a los paisanos y les hacían ponerse en guardia en todos sus actos y gestiones sociales.

He aquí el motivo que a aquellos tres vecinos que descansaban en los poyatos de la escalera, bajo la morera que plantó mi padre, aquel día, reposando de su recio trabajo de campo, conversaban a media voz lo que hablaban. Mitad miedo, mitad prudencia y todo debido a que metido en sus genes aún permanecía el dolor de aquella contienda.

Continuará…

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

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Comentarios

Una respuesta a «Gregorio Martín García: «Los escaños de mi puerta, 1/3»»

  1. Francisco Avila

    En nuestro pueblo ,no habían los grandes cafeses de las grandes ciudades donde intelectuales políticos y artistas debatían asuntos de interés y los poetas y escritores sé ilustraban, pero en contra partida estaban las placentas siempre al cobijo de un frondoso árbol con sus poyatos o escalones que servían para qué las bestias y el ganado tomaran su ración de sal, también servían para punto de reunión donde se trataban la actualidad política e intercambio de opiniones sobre la siembra o cualquier asunto relacionado con la actualidad del pueblo hoy se echa de menos el calor de lo que se debatían en dichas plazas.

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