Este estado de tensiones y reparos vividos hizo que, entre clanes, grupos familiares y vecinos, adoptaran ciertos gestos, ciertos modales y comportamientos para comunicarse entre ellos situaciones de peligro y ponerse de antemano a salvo.
Las Angosturas y el Alamillo como vecinos que eran, adoptaron su sistema de avisos y comunicados de cortijo a cortijo con rapidez y eficacia. Más curioso y original no podía ser, más astucia e inteligencia no se le podía pedir.
Como quiera que, a la vista, ambos cortijos estaban y con amplios ruedos contaban. Los trapos para tender en las praderas circundantes de estos, para secar al sol después de ser lavados, era costumbre muy arraigada, normal y natural, que casi todos los días en los circundantes ruedos trapos tendidos hubiera. Pero he aquí que la astucia del rudo y semianalfabeto cortijero ponía los trapos de tal manera que en aviso convertía para el vecino. La situación de los trapos, la postura sobre la hierba e incluso el color de algunos de ellos, decían mucho de la situación que en cada cortijo se vivía, eran señales complicadas que solo ellos sabían interpretar. Con el uso, dicha lengua de trapos ampliaba su diccionario y cada momento transmitían los acontecimientos graves que a cada cual le ocurría o situaciones que vivían.
Recuerdo cómo, mi hermano alguna vez me dijo que era una señal muy clara y de las más importantes, tender una sábana blanca en toda su amplitud y sobre esta y en medio una toalla de distinto color. Dicho signo y postura informaban al vecino que tenían visita forzada de los “hombres de la sierra” y que dentro de la vivienda estaban. De más señales me informó, pero mi poco interés entonces de dichas cuestiones ha motivado que las olvide y el moho de los tiempos se han encargado de mi mente borrar. Ahora me arrepiento de hechos y acontecimientos que en ocasión de estar los dos trabajando la tierra, me comentó y que no he retenido. Estos comportamientos de recíproca ayuda de cortijeros vecinos les alertaban y adoptaban movimientos convenientes, al momento que estaban viviendo.
Era tal la cantidad de signos adquiridos y usados que hasta habíalos para preguntar a los vecinos del Alamillo o Angostura, de cómo andaban de pan que ellos no tenían. De inmediato se arreglaba el problema con la contestación adecuada con el movimiento de trapos sobre la hierba tendidos: -” Poco nos queda, pero manda al “niño” y os presto unas hogazas que tengo”. Era peligroso ser cortijero en esos tiempos, años cuarenta y algo del principio de los cincuenta del siglo pasado. En todas las cortijadas se dieron situaciones parecidas. Que por todos los medios hemos de evitar.
La conversación de los tres vecinos siguió por distintos caminos y temas, el lugar escogido se prestaba a ello y no era la única vez que en dicho punto se reunían. Yo, que, con mi corta edad, cinco o seis años, atendía y disfrutaba escuchando estos hechos, estos acontecimientos que los mayores intercambiaban. Era observador y gustaba de guardar en mi mente aquellos hechos que yo transportaba a escenarios diferentes y los imaginaba a la medida y forma de mi joven razón y conocimiento.
Ya saturado de escuchar, comencé a sentir molestias en mi pecho que un rato llevaba de bruces tirado sobre las piernas de mi querido padre, levante y marché todo contento y dando saltos con unos amigos que estaban cerca, llevaban rato jugando.
La llegada de mi hermano con la yunta, con sus dos mulos reatados y montado a lomos del Gallardo sobre las “mantas” de tiro del arado, hizo que terminara la tertulia de aquellos y el juego yo abandoné para recibir a mi hermano al que quería y respetaba mucho, dada su diferente edad conmigo, unos quince años mayor, hacían que el respeto hacia él que yo profesaba fuera cuasi paternal. Eso fue motivo para dejar el juego, pero reforzado por la costumbre que yo tenía de hacerme con la talega de su merienda y mirar en ella lo que habría, resto de su comida campera, alguna otra vez con sorpresa incorporada, que él con mucho cariño me traía del campo y que yo enormemente agradecía.
Mientras él guardaba aperos y encerraba los mulos, yo le ayudaba, creo que sería más fiel si dijera que, yo le estorbaba. Me ponía delante de él cortándole el camino haciéndole mil preguntas de dónde había estado, qué había hecho, qué había visto y si era bonito el sitio donde había trabajado…lo abrumaba a preguntas, lo aturdía, pero él contento a casi todo me contestaba con aquel sentido del humor tan peculiar que tenía, con un tanto de ironía un mucho de misterio, que sabía dar a sus respuestas, era eso lo que me gustaba, el embrujo el misterio y su sátira al informar de aquello que le acababa de preguntar. Mi hermano era noble, era muy bueno, en mi mente está y lo recuerdo con mi respeto y cariño correspondiente a su bondad. Ya marchó hace años al otro lado de nuestra existencia, y recuerdo con mucha frecuencia su paso por esta tierra y mi relación con él. Al igual que recuerdo tengo, muy lejano y entre nieblas de los tiempos, perdura en mi mente muy difuminada la existencia de otro hermano, Emilio, que siempre recordé con mucha morriña, él solo vivió unos días y como la desgracia de entonces con los niños. Murió.
Los tres vecinos se despedían de su tertulia, alguno de ellos llegado del campo, como los dos restantes, aún no había llegado ni a su casa, sino que directamente tomó asiento en uno de los escalones de debajo de la morera, uniéndose a sus dos vecinos en la conversación y en el cigarro fumado, que a modo de ritual lo hacían.
Sacando uno picadura de tabaco mientras otro aportaba el librito de papel para liarlo haciendo lo propio aquel que el encendedor, chisquero o cerillas preparaba. Todos eran maestros de la faena de liarlos, que tomando el tabaco en el hueco de la palma de su mano derecha, además, ésta ayudaba a la izquierda a extender el papel, ponerlo formando una canaleta entre el pulgar y el índice, lugar donde dejaban la picadura de tabaco y ya con ambas manos sirviendo particularmente de sus pulgares, daban una vuelta al pequeño tubo formado al tiempo que a su lengua lo acercaban para humedecer la goma que el papel portaba quedando sellado entre sí y formando un bien liado cigarro que enseguida prendían con el fuego de aquel les cedía.
Dos o tres chupadas de cierta intensidad al principio daban para que el fuego agarrara el cigarro prendiera y así consumiera la dosis de nicotina que guardaba.
[Continuará….]
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Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y
Autor del libro ‘El amanecer con humo’
Comentarios
4 respuestas a «Gregorio Martín García: «Los escaños de mi puerta, 2/3»»
La tertulia bajo él moral da para mucho más, esta vez toca a la correspondencia entre vecinos de cortijos qué no por lejanos no era frecuente sus visitas de ahí los signos por los que sé comunicaban quien se podía imaginar que por la forma de tender la ropa se avisaban de los peligros de asaltantes como de la necesidad de algún producto alimenticio, bajo esa morera se compartia algo tan arraigado como liarse un cigarrillo una vez de una petillera y el siguiente de la del vecino esto no está en los libros por desgracia se pasa de voz en voz una vez más pones de manifiesto lo importante que fue tú hermano en tú niñez y lo muy agradecido que estas a él. Buen relato que te deja queriendo mas.
Paco, es que los viejos saben mucho, por eso era mi gran afición meterme entre ellos y, yo sabia que había de guardar silencio si no quería un «sopapo» para escuchar lo allí narrado por ellos. Alucinante su charla e interesantes sus palabras…hasta que relajado y a gusto sobre mi padre, me dormía.
Excelente y didactico relato de hechos y costumbres pasadas.Como en todos sus escritos nos sorprende su progiosa memoria, y con algunas anecdotas desconocidas . En este caso la manera de comunicarse entre cortijos cercanos .
Enhorabuena por este articulo D.Gregorio.
Un saludo cordial
Gracias D. JBA, por el estupendo escrito que me ha enviado. Sí , era muy curioso las señales entre cortijeros con sus trapos tendidos en el ruedo. Hace años, yo sabia un montón de sus secretas señales, que me había enseñado mi hermano y que yo he olvidad, ¡imperdonable! Mi hermano a veces ejercía de empleado de telégrafos ya que con sus años sabía manipular los trapos.