Como quiera que, la sombra que proyectaba el árbol de la puerta de mi casa era intensa por su buena copa y volumen. Era difícil pasara un día que al venir del campo los vecinos cansados no tomaran asiento a disfrutarla. Y así lo hacían aquella tarde que, como otras muchas, tras el cigarro, intercambiaban ideas y hechos que se hubieran dado aquella jornada en el trabajo. Adrián, buen vecino, de talle alto y muy delgado por ello, algo encorvado, rudo, buena persona, y como casi todos, poco preparado y formado, excepción hecha de sus labores agrícolas que en ello maestro era.
Aquella tarde, y tras estar viendo la puesta de sol, el buen hombre vino a recordar con melancólica tristeza su gran viaje al otro lado del “charco”.
Mirándome, con sus ojos algo húmedos de la emoción e indicando con su temblorosa mano el Oeste, me dijo:
– ¿Niño, ves un poco más a la izquierda de donde se pone el sol? Sin esperar mi contestación, continuó.
– Pues, yo, hace ya muchos años cogí un barco muy grande, enorme, en el puerto de Algeciras y partí hacia la Argentina, en busca de trabajo, que está por ahí, ¡muy allá!, por donde te indico.
-La Argentina está muy lejos. Continuó relatando.
-Tardamos en llegar más de cuarenta días de camino, éste era agua y más agua y toda agua. Yo viajaba con otros muchos en una especie de grandes almacenes donde íbamos cientos de personas en condiciones infrahumanas. Sufrimos dos o tres tormentas muy grandes y peligrosas, en una de ellas pasé mucho miedo y estuve casi dos días devolviendo, mareado y sin nadie que me cuidara. Lo pasé muy mal. Mucha hambre. Tuvimos piojos y muchas enfermedades.
-En el camino murieron dos personas. Siempre aburridos y casi siempre, mirando la gran estela del barco que era donde quedaba España. Y como ahora… ¡lloré! Lloré mucho.
Al decir esto intuitivamente miré sus tristes ojos y aquel hombre de edad avanzada, triste gesto y de figura un tanto afligida … ¡Lloraba! Solo de pensar en aquel viaje camino a ninguna parte que él hubo de hacer huyendo del hambre y el paro existente en su tierra.
Lloró su fracaso, lloró aquel desastre de vida que como a otros muchos le venía impuesto por la triste realidad de aquellos años en su España se sufría.
Hubo de volver de aquella Argentina, entonces en momento de expansión y riqueza. Que con trabajo y suerte para muchos de los allí llegados triunfaron, pero que él ¡No encontró! ¿Mala suerte?, ¿Infundadas esperanzas a él transmitidas por otras gentes?
Creo yo, ahora. Y él también daba a entender, que todo fue por su falta de fe en lo que hacía, su escasa preparación personal, así como falta de resolución para afrontar problemas, dado su espíritu apocado. Aquel día nos hizo sentir tristeza por la aventura de aquel buen hombre que se lanzó a una gran empresa que pudo costarle la vida. Tras permanecer un poco tiempo en Argentina, sin apenas trabajo, hubo de volver y huir de su mala fortuna, de aquella hambre mayor que la que aquí había dejado.
Ayudado por algún conocido pudo hacerse con el pasaje y volver con más miserias que las que le habían llevado. Su regreso y llegada fue la de un ser desengañado, confundido y cansado. Tardó su recuperación, si bien la escasez aquí continuaba, pero ahora estaba con sus gentes con sus conocidos. Él ahora estaba en su España.
Ante tanta tristeza yo no sabía que hacer, estaba algo aturdido de ver aquellos tristes ojos verter a sus mejillas y hasta el suelo mojar, lágrimas de dolor. Saturado de aquel relato de aquella triste vivencia que, un buen hombre ya de edad nos había contado y abierto su corazón nos transmitió tanto sentimiento que al igual que él, alguno más sus pupilas humedecieron.
No sé por qué, pero narrando su historia, miraba y se dirigía a mí, como si para mí fuera aquello que sacaba fuera de su corazón. Y, quizá así era, me miraba a mi porque en mi viera un cúmulo de años por vivir y deseaba no fueran como los que a él le tocó sufrir.
Quizá en aquel niño que boquiabierto le escuchó, viera que en la salida estaba de una carrera por vivir y toda, aun entera, por cubrir. Aquel hombre de amable semblante y que siempre intentaba algo noble y bueno por hacer, en su devenir diario. Era de cortedad y humildad manifiesta. Era analfabeto, pero no inculto, como casi todos los de su época, pero virtudes y principios tenía de una gran persona y mejor vecino.
Al poco de aquel día en el moral de mi puerta, Adrián… ¡murió! Yo, toda la calle y el barrio, mucho lo sentimos.
Y allí quedó el escalón que este hombre ocupó en el poco tiempo de gozo que su existencia le donó. Allí estaba su lugar donde tantas veces con sus vecinos y amigos, charló, escucho y, también allí se fumó el Cigarro Vital practicando vivencias en su merecido descanso Adrián. Frasquito, Gregorio, Antonio y Telesforo. Todavía os veo. Charlando bajo el árbol o bien, en cualquier otro punto de aquella nuestra calle o escuchando el “parte” a las diez de cada noche, en aquellas reuniones que hacíais en mi casa para escuchar una radio que, por falta de tecnología, más que noticias ruidos emitía.
No obstante, a pesar de aquel ruido sacábais conclusiones rematadas con sentencia de lo que habíais escuchado:
– “No… si esto algún día dará un “chispazo” y nos veremos otra vez en un lío”. A pesar de mi corta edad y de mi normal inocencia, temía aquella frase que más de una vez allí se pronunció.
Vuestra retórica y charla, el repaso a vuestra existencia en cada reunión eran de gran valía. Sufrida o gozada, pero al fin vivida. Yo testigo fui y ahora os quiero emular. Guardé en mi mente y corazón lo vuestro… ¡Lo ejemplar!
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Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y
Autor del libro ‘El amanecer con humo’
Comentarios
2 respuestas a «Gregorio Martín García: «Los escaños de mi puerta, 3/3»»
Con esta tercera entrega y con el personaje de Adrián dando una imagen triste bajo él follaje del moral y rodeado de amigos y vecinos expectantes de su amarga esperiencia y su frustración a la hora de buscar mejor vida lejos de su tierra y tener qué volver en peores circunstancias qué tenía cuando sé fue escelente trabajo.
Paco, entre nuestras gentes alguna habrá que acertaron con la emigración a las américas, pero muchas mas fracasaron. Pero si observamos en Benalúa y sus contornos, sabemos de algunos que, pobres ellos, no acertaron, pero yo, Paco no conozco a nadie de estos lares que millonario sea por haberse enrolado en tan tremenda odisea. Posiblemente haya alguno, pero no muy destacado a no ser que pase como en el devenir diario, guarde muy bien los cuartos en el fondo del «armario».