Hace varios años, Carmen comenzó una nueva andadura en su vida. Había recibido un golpe inesperado que la arrojó a las garras de la desolación y la incertidumbre y a la oscuridad de un pozo sin fondo.
Se vio obligada a aprender a vivir, y a desaprender el sobrevivir.
Aprendió a escalar piedras, tras padecer grandes traspiés.
Aprendió a seguir un ritmo lento, porque correr supuso perderse muchas veces.
Aprendió a dialogar con la niebla y la oscuridad, para saber valorar su compañía.
Y poco a poco, la claridad fue asomando tras las nubes del llanto. Los tropiezos y la desorientación experimentadas, le enseñaron a observar fuera para aprender a mirar dentro.
Esa Carmen soy yo, eres tú. Es cualquiera de nosotros. Hombre, mujer, anciano, adolescente o niño.
Desconocer qué nos ocurre nos hace vulnerables en muchas ocasiones. Así se sentía Carmen.
Utilizaba expresiones muy comunes como “hoy tengo un día raro”, “no sé que me pasa”, “estoy decaída (triste, apática, estresada, cansada de todo”, “no me entiendo ni yo”, etc. Algo le hacía estar mal, pero no se planteaba siquiera buscar el origen, solo lo resumía en un “mañana será otro día”, y continuaba con la rumiación de los pensamientos que iban enredándola aún más en su caos emocional.
Hoy, la memoria le recuerda aquellos días en los que no entendía qué significaba “mirarse”, “quererse”, o “darse mucho”.
Recuerda… que cuando le hablaban de emociones, le sorprendía que hubiera tantas palabras para identificar a los sentimientos.
Recuerda… que escuchar expresiones como “gestión emocional”, “crecimiento personal”, “autoconocimiento”, entre otras, la confundían aún más.
Entendió… que “mirarse” es poner la atención en su ser y descubrir qué siente, qué le molesta o qué le lastima. Ahora sabe que debe afrontar marejadas y grandes olas para navegar con tranquilidad y confianza, antes de que se produzca un temible tsunami emocional.
Aprendió… que “darse mucho” es traspasar el límite de la empatía, cuando no solo se ponía en los zapatos de los demás “sino que andaba el camino por ellos”.
Descubrió… que “quererse” es atender sus deseos y necesidades desde los detalles más pequeños, como darse un capricho, hasta respetarse siendo coherente en un comportamiento emocional sano: actuar conforme a lo que piensa y siente sin dañar a los demás.
Hoy, es una persona que ha mejorado su autoestima e incrementado su inteligencia emocional. Y cuando la vida le plantea otro reto, se dice a sí misma: ¡A por otro eslabón!
REFLEXIÓN
El texto resalta la importancia de la educación emocional. Si no gestionamos las emociones más profundas, las que están en la superficie (las que sentimos y los demás ven en nuestro comportamiento), serán solo la punta de un iceberg. Podemos estar enfadados, pero en nuestro interior muy probablemente estemos dolidos, decepcionados o tristes.
¿Cómo saber qué hacer si desconocemos la causa originaria?
Las emociones son como eslabones en nuestra cadena personal de vida. Se entrelazan, y generan toda una diversidad de sentimientos.
El aprendizaje, solos o con apoyo profesional, debe comenzar por uno mismo para, después, poder educar a otros: los padres a sus hijos y los maestros y profesores a sus alumnos.
Hay vivencias que no se recuerdan porque están en las profundidades de nuestro inconsciente: abrir la puerta y encontrar estancias desconocidas sorprende, mirar cajones desordenados agota, pero ordenar ese caos interior permite que la luz ilumine la estancia (el inconsciente), que se ventilen las gavetas (el subconsciente) y que se elimine lo inservible para quedarnos con lo que nos es útil (el consciente).
Se requiere una gran voluntad, y un trabajo personal a veces complejo cuandos e trata de sanar heridas profundas. Muchas cicatrizarán y otras requerirán cuidados toda la vida.
En todo caso, cada eslabón, escalón o paso adelante es un triunfo nuevo.
Eso es crecer, es conocerse y es gestionarse.
Nesilea Roca
Licenciada en Derecho
Narradora de Letras y Emociones
Reseñadora de Cuentos
Colaboradora en Revista Literaria Freibrújula
Ver relatos anteriores: