José Luis Abraham López: «La Naturaleza como refugio»

¿Quién no ha buscado alguna vez refugio en el concierto ordenado de la Naturaleza? ¿Quién ha creído reconocer en la soledad consentida la salvación a un permanente desasosiego?

Es muy extensa y conocida la tradición literaria que destaca los privilegios de la aldea frente a los inconvenientes de la ciudad, incluso para un ciudadano del siglo XXI, porque ¿quién no ha buscado alguna vez refugio en el concierto ordenado de la Naturaleza? ¿Quién ha creído reconocer en la soledad consentida la salvación a un permanente desasosiego?

El escritor italiano Paolo Cognetti perfila en el protagonista de la novela El muchacho silvestre (Editorial Minúscula, con traducción de Miquel Izquierdo) al joven que se siente asfixiado por la monotonía y automatismos de la vida urbana milanesa, así que decide marchar al apartamiento silencioso de las montañas. En un retiro casi espiritual en una cabaña de la pequeña aldea de Fontane, conocerá a Gabriele y Remigio, únicas presencias humanas. Su itinerario es, pues, cerrado y concreto en el que independientemente del momento del año y del ritmo narrativo de algunas acciones, el lector siempre tiene la sensación de calma desde la confianza que inspira la sinceridad del narrador desde que comienza la historia: «Hace unos años pasé un invierno difícil».

Cubierta de El muchacho silvestre, en Editorial Minúscula

En dicho entorno, el protagonista se aplica sobre las faenas del campo y del ganado, y recurre a lecturas que alivian su vida solitaria. Además de las percepciones que adquiere del ciclo de la Naturaleza y de sus seres vivos, son importantes las sensaciones que experimenta. Todo ello supone un estímulo para recuperar algo cuya animación había perdido: la escritura.

Racional en unas ocasiones, ingenioso otras y evocador en muchos pasajes, el narrador reconoce que el cobijo del entorno natural y su aprendizaje en sus labores elementales de supervivencia tampoco son suficientes para cumplir con el objetivo que le condujo hasta allí y que no duda en entonar: «no había aprendido a estar solo».

El narrador deja al descubierto sus referentes lectores, sobre todo escritores y poetas italianos del siglo XX, además de alguno francés y estadounidense de los que rescata pasajes con los que comulga.

Continuamente, el autor exhibe un lenguaje muy sensitivo en el que, a nivel sintáctico, predominan las enumeraciones ordenadas de acciones (gradación) donde el espacio narrativo principal (la topografía de la aldea de la provincia de Treviso) va variando sus tonalidades y elementos que lo conforman de acuerdo al ciclo estacional. Las secuencias alternas de la estaticidad de las descripciones con la dinámica que aportan las acciones confieren al conjunto una gran expresividad en el ritmo que configura la obra, que subtitula «cuaderno de montaña».

En esta ocasión, Paolo Cognetti se desmarca de la naturaleza idealizada en la que el sujeto, a pesar de adaptarse a su proceso perfecto, se siente incapaz de aplacar su insatisfacción.

http://paolocognetti.blogspot.com/

 

 

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