Me he propuesto escribir algo, que no sé cómo comenzar, no sé cómo narrar ni terminarlo. Gran impacto me invadió y que aún pervive en mí, cuando veo a ese hombre, a ese amigo, que sufre ante una cruel acción de la naturaleza venida y, que le hundió. Pero… ¿Le derrotó?…
Habíamos estado trabajando todo el día, barcinando. Ahora todos lavados, bien perfumados, zapatos brillantes a un cortijo de Las Provincias nos dirigimos. Todos contentos y dispuestos a hacer la noche “harina” en aquel guateque que en dicho lugar hoy, organizan.
Éramos varios los que a dicha fiesta nos dirigimos, deseando llegar para ver el ambiente que allá se respiraba, ver las chavalas que en él habían recalado, casi todas ellas vecinas del complejo vecinal de Las Provincias.
Alguien tuvo la idea. Llegados al cortijo Puerto Guerra acortar camino por el terraplén habido detrás de este cortijo hasta el río, entonces muy bajo, aun no estaba el pantano. Mucho cuidado habíamos de echarle al caminar por dicho atajo: Zapatos nuevos y brillantes, pantalones limpios domingueros y camisas, más de una nueva, que lucimos.
El terreno es muy duro por falta de lluvia y sobre este una gran capa de chinarro esparcida. Los pasos dados eran peligrosísimos por ello habíamos de ir agarrándose a los chaparros y de vez en vez algún espino majoleto que nos aspaba las manos al cogerlos. En grupo para mejor protegerse avanzábamos. El patinazo de los zapatos de uno, con la suela de cuero echada, dio el gran resbalón y arrastró a los seis aventureros bailarines que, esquiando con sus nalgas se deslizan pendiente abajo sobre aquellos chinos que a su cuerpo masajeaban con atroz tormento.
Cerca del cauce del río pararon, despacio se levantaron, quejándose. La oscuridad impedía ver lo que a cada cual le ocurría amén de los dolores de cuerpo que padecían. Como quiera que, cerca del baile estaban, hasta donde habían llegado intentando quitarse el polvo del arrastre, decidieron entrar, máxime cuando alguno, sangre derramaba por la mano izquierda de su mano.
Luz eléctrica ya había en ese cortijo, fue abrirles la puerta y ver que parte de las culeras de algunos pantalones no existían, más de una manga o pechera de recién estrenadas camisas se había quedado raspadas por los chinos de aquella cuesta o prendida en algún espino cuando patinamos con nuestros traseros sobre aulagas, romeros y tomillos que perfumaron nuestros limpios traseros recién duchados y ahora expuestos a toda la asistencia de aquel baile que enseguida que se abrió la puerta y la luz de la fuerte bombilla colgada en el techo derramó sus rayos hacia la oscura placeta .
Un grupo guerrillero que hubiera perdido una batalla, parecían los intrépidos visitantes, lo que motivó que la explosión de risas de los asistentes al cortijero baile fuera fuerte y prolongada. Las féminas, esas a las que ellos querían conquistar, querían pretender, eran las que más reían.
Sonrojaron estos y sometidos a burlas y chanzas dieron media vuelta y se alejaban del cortijo del baile habiendo dejado sus virtudes conquistadoras arrojadas y solas junto a la puerta de aquel cortijo hasta donde llegaron eufóricamente conquistadores…uno de los nuestros, muy enfadado, volvió sobre sus pasos y con sigilosos movimientos buscó el cable que por la fachada bajaba de las baterías que cargaba un molino de aspas que en el tejado había y que no dejaba de dar vueltas además de sembrar de ruido los alrededor.
Encontró el cable de la luz que alumbraba el baile. Dio tan fuerte tirón de él que arrancó todas las grapas que a la fachada le sujetaban quedando colgada su parte de arriba bamboleando, y trayendo la veintena de metros de cable que asida en su mano traía arrastrando el “esfarata bailes” …¡pies para que os quiero! Fue el regreso hasta el pueblo.
Al siguiente día estaban siendo buscados por las fuerzas del orden.
La oscuridad de aquella noche y la rapidez del acto ocasionado por nuestros aventureros evitó fueran identificados o quizá alguno de los que abrió la puerta del cortijo y dejó aquella estampa de fracaso ante el respetable, les conociera, pero no quiso hablar y en el silencio quedó todo. No así en todo nuestro pueblo donde, por un tiempo fuimos ¡Aclamados!, como fracasados conquistadores y pardillos del baile de aquella noche en Las Provincias, a donde llegamos a pie muy altivos y ligeros formando cuadrilla éramos: El Noni y yo (Gregorio, el que esto escribe, apodado “Poloriato”) de los demás no me quiero ni acordar por si en ellos queda aún el sabor del fracaso y creo es mejor “no meneallo”.
Continuará. /…
Ver más artículos de
Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y
Autor del libro ‘El amanecer con humo’