Con esta serie de artículos queremos desarrollar las propuestas que ofrece nuestra Pedagogía Andariega. Una Pedagogía que, como si se tratara de un “ritornello” musical, se presenta como alternativa educativa en esta época de incertidumbre y desorientación.
Para nosotros, caminar no consiste en repetir, uno tras otro, un millón de movimientos rutinarios. Ni siquiera se trata de un desplazamiento, sin más, de un lugar a otro. Bien al contrario, el acto de andar supone un Método, una Heurística y una Proyección. En definitiva, todo un Arte.
El nuevo homo viator representa al viajero; al andariego que lleva a cabo su propio viaje iniciático. Un viaje indeterminado que deja tras sí unas huellas perentorias, es verdad, pero huellas al fin y al cabo. Como escribiera Antonio Machado: “Caminante, son tus huellas el camino y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar”.
Porque paseando, se piensa, se recuerda, se imagina, se canturrea al compás del sonido de nuestros propios pasos o del animal que nos acompaña. Un acto que física y espiritualmente nos conecta con la esencia humana. “Un outil idéal de formation personnelle, d’apprentissage par corps et tous les sens de l’existence”, que diría Le Breton.
Animados por nuestro propio impulso, al avanzar prestamos atención no solo al entorno; también a nuestros pensamientos y aspiraciones, creando así un estado superior de conciencia: «Todos los pensamientos verdaderamente grandiosos se conciben al caminar», escribió Nietzsche en su Crepúsculo de los ídolos. Porque caminar es una experiencia genuinamente humana que reconcilia tanto la vida contemplativa como la de acción. En su devenir damos pie a la interpelación, a la conversación, al deporte y a la vida al aire libre.
Estoy por afirmar que no se puede pensar con claridad, componer, crear e inspirarse si no es caminando. ¿Somos románticos? Sin duda. Pero no por ello permanecemos ajenos a los principios que redescubre la ciencia de continuo. El psiquiatra Eric Kandel, Premio Nobel por sus trabajos sobre los mecanismos fisiológicos de la memoria, demostró que si llevamos a cabo una marcha animada, nuestros huesos segregarán oseocalcina, una hormona neurotrófica que provoca la generación y supervivencia de nuevas neuronas en el hipocampo, fundamentales para la consolidación del entendimiento.
Al deambular revertimos el tiempo y el espacio. Vivimos, exploramos, somos conscientes de nosotros mismos y de nuestras posibilidades. Y ello porque, por una parte, al respirar, inspiramos el mundo y lo hacemos nuestro; y, por otra, al exhalar, devolvemos al exterior el aire interiorizado. Y es entonces, sólo entonces, cuando tomamos conciencia de que formamos parte del Cosmos. Un Cosmos en constante movimiento. Podríamos decir que es ahí donde el Universo del que formamos parte y nosotros mismos participamos del mismo hálito, del mismo destino.
Constatamos el beneficio socializador que dicho acto supone para los muchachos de cuya formación somos responsables y que caminan bajo nuestra guía. Sabemos por propia experiencia que el acto de caminar conlleva una comunión universal de todos los seres humanos que nos permite tener más información sobre nuestro carácter y el de los que avanzan a la vera nuestra. No hay duda de que el ritmo, la postura, la actitud… ofrecen aspectos reveladores para conocer “de qué pie cojea” cada uno.
Es transitando de aquí para allá, como la comprensión hacia el que comparte su viaje con nosotros se lleva a efecto. El diálogo, la liberación de las obligaciones y de las preocupaciones cotidianas, nos devuelve nuestra esencia virginal: la de pertenencia a la humanidad. Una esencia y una versatilidad vitales que nunca debimos perder.
Didácticamente, caminar suscita inspiraciones literarias, espiritualidad, vivencias estéticas, comprobaciones científicas, descubrimientos artísticos reveladores y autoconocimiento. Incluso, un estado positivo y crítico que nos lleva a revelarnos contra el orden de desarrollo establecido.
¡Ah! ¡Qué soterrada crueldad ejercemos con nuestros alumnos al mantenerlos encerrados en esas aulas que son jaulas; en esos colegios, institutos y universidades que semejan centros penitenciarios al uso! Instituciones que los mantienen ajenos al transcurrir de la vida ahí fuera, encadenados al duro banco de las galeras librescas que conforman los pupitres, y esas anodinas pizarras y dispositivos digitales…
Porque los profesores nos hemos convertido en funcionarios de ventanilla. Empleados que practicamos el “vuelva usted mañana” cuando los jóvenes nos plantean los graves problemas educativos a que los somete el establishment educativo actual.
A muchos padres, educadores y sobre todo políticos de quita y pon, les aterra el hecho que supone poner a nuestros niños y jóvenes en permanentemente movimiento. Una actividad, la andariega, que les produce vértigo a los cómodamente aposentados. Un ejercicio, a la postre, que es un puro y solidario acontecimiento formativo. Y todo porque se trata de un fenómeno nunca susceptible de ser controlado, que reniega de programaciones y proyectos curriculares, que escapa al control y al dominio institucional… Una actividad que, como el propio camino, siempre es susceptible de conducirnos hacia ignotos y aventureros destinos educativos.
Transitar supone respetar el orden natural. Entender la naturaleza, la calle, los talleres… como el medio más idóneo para adquirir cualquier proceso de aprendizaje, dado que considera la realidad de las cosas como garantía de hollar en la verdadera cantera.
Caminar facilita pensar la educación desde varias cosmovisiones pedagógicas. Se trata de un proceso que lleva consigo una situación totalmente idónea para que el sujeto viva un proceso, pudiendo desarrollar sus capacidades intelectuales, morales o estéticas. Una forma de indagar, descubrir indicios y autoformarse. Las caminatas educativas suponen en nuestra Pedagogía Andariega una apuesta para conseguir vivir más satisfactoriamente; enseñar cosas verdaderamente importantes y transformarnos en mejores ciudadanos.
Frente a las propuestas alienantes de la inteligencia artificial, los resultados académicos, el consumismo tecnológico o la cultura del emprendimiento como “pelotazo” socialmente exitoso…, nosotros aspiramos a la simpleza vital que nos marca ese dicho arrieril de que: “no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”.
Continuará
Isidro García Cigüenza
Blog personal ARRE BURRITA