Gregorio Martín García: «Aló, aló… Llegó la cabina telefónica, 1/2»

Contábamos nuestras aventuras, nos dábamos bromas y jugábamos. Comíamos pipas, pasaba el tiempo de aquellos años jóvenes color rosa. Nada nos impide vivir esa vida.

Cogí la palabra para decirles que, hoy había estado con mi padre en la fábrica de harinas de La Venta de Andar y había visto un hombre, desde la mesa de su despacho, comunicarse por un teléfono que, yo no había visto nunca, con otra persona y solo le dio a una rueda que tenía el teléfono, donde metía un dedo y le daba media vuelta y al poco ya estaba hablando con otra persona por el aparato, al terminar puso la parte del teléfono con el que había hablado junto a su oreja, sobre la otra parte que estaba en la mesa y ya terminó.

-Eso es un adelanto, como muchos que ya hay y sin embargo aquí en el pueblo aún hablamos dándole “guertas y guertas” a una manivela un rato y si logras hablar.

Respondió uno de los cuatro componentes del grupo que estaban sentados en el tranco de la puerta de la casa que existía junto al bar de “Tarabita” y que unos años antes había estado ocupada por una barbería que regentaba el barbero llamado Torcuato.

Era algo más de la una de la madrugada y aún manteníamos la charla y las bromas, pero es que la noche se prestaba a ello. Una temperatura ideal un cielo totalmente tachonado de estrellas…que me pregunto ahora, ¿Dónde habrán ido, donde estarán? ¿Aquel bordado de cuerpos celestes que luminosos y radiantes llenaban todo el firmamento? Era espectacular. Un privilegio poder admirar.

Fijamente, centrado en la profundidad de lo admirado te arrastra te absorbe, si te dejas llevar por su belleza, enseguida piensas…

¿Qué hacemos aquí a qué vinimos?

¿Tan insignificantes que somos quien fue ese alguien que nos puso en este camino?

Bóveda celeste estrellada

Salí de mis pensamientos, cuando alguien pasó y nos dio las buenas noches, y socarronamente nos advirtió:

– ¡Vamos ya! Ya está bien de tanto charloteo.

Nos burlamos de él y seguimos igual.

Las pipas se acabaron y decidimos ir a dormir. El pavimento de la calle quedó cubierto por una gran capa de cascarillas de pipas. Mañana seremos recordados junto con nuestra familia por la señora de la casa que escoba y cubo en ristre cuando salga habrá de limpiar nuestra poca vergüenza que quedó esparcida por el suelo.

Portada del libro Miguel Strogoff, de Julio Verne

Nos despedimos. No sin cierta desgana, nos gustaba trasnochar y nuestra charla, pero era tarde y debíamos ir a dormir ya.

En ocasión de esta costumbre que hacía que fuéramos de los últimos en acostarnos todas las noches, en plan broma que sin duda llevaba implícita una advertencia, a menudo mi padre me decía:

– ¿Es que vosotros sois los encargados de cerrar las puertas del pueblo cada noche?

Cada uno marchamos camino de casa, no sin darnos los últimos gritos y mensajes según nos alejábamos. Uno de nuestros amigos cuando caminaba por la puerta de David Romero justo donde se encontraba el vejestorio de la antigua central telefónica del pueblo, salió la operadora de la misma, un tanto preocupada y nerviosa, al ver al que hacía su casa marchaba, le pidió por favor, ya que decía estar sola en casa, de que se acercara rápido al final de la calle Madrid, cerca de la Fuente Junco y le dijera a la “Dorita”, la que vivía no muy lejos del cine, que viniera a toda prisa a la central telefónica que tenía una conferencia urgente de Valladolid.

Recibido el recado, nuestro amigo salió como una bala, y emulando al Correo del Zar, llevó el comunicado a su destino. Se levantó tal nerviosismo en la familia que, se organizó un jaleo de quejas gritos y ayes tremendo. Ya que temían que la noticia de esa conferencia fuera mala o muy mala.

Corriendo y jadeantes llegaron a la centralita. Nuestro amigo un tanto desconcertado y algo asustado, por lo que creía que él había originado, marchó rápido a dormir.

Al siguiente día el amanecer esclareció radiante, calles, campos y montañas con su invasora luz, que a la vez esclareció la noticia, que resultó no ser mala, sino (“adventus pueri”) el nacimiento, la venida de un niño.

La “alarma” era el nacimiento de un nieto. Alegre si era, pero la forma de dar la noticia desde Valladolid no fue la más adecuada. Además de que, en aquellos tiempos, recibir una conferencia o un telegrama era, seguro, augurio de malas noticias y de algo malo.

Mujer barre la puerta de su casa

Formas y modos de entonces y de sus redes telefónicas. Una “cadena de eslabones rotos” que complicaba el comunicarse. Teléfonos particulares en casa de Benaluenses, apenas había ocho o diez, no más. Casi todos puestos por esnobismo por saberse distinguidos, porque las comunicaciones eran escasísimas. Había un teléfono que estaba colgado un mes y solo movía el ama de casa para quitarle el polvo. Amén de ser centralita local de los vecinos del barrio.

Así andaba la Telefónica Nacional de España con la red de telefonía en casi todos los Montes Orientales. Las anécdotas, la casuística y las dificultades se daban a diario. Recuerdo cómo llegó una tristísima noticia a nuestra villa que la convulsionó. En el norte de nuestra España ocurrió un lamentable acto que acabó con la vida de un paisano muy querido en el pueblo, tanto él como la familia. En una maldita hora de un aciago día llegó a la central de teléfonos de Benalúa de las Villas la fatídica comunicación de un centro oficial de Madrid. La operadora quedó clavada en el suelo, paralizada y espantada de lo que oía, cuando pudo escapar de su estado anímico, salió a la calle llorando intensamente y buscando a alguien adecuado que fuera a llamar a la familia. ¡Chico trámite!

Aquella señora, aquella mujer, operadora de la centralita, casi sufrió un desvanecimiento, el efecto sufrido por su ánimo no aguantó a los sentimientos que exteriorizó amargamente.

Miles de casos, miles de molestias y de atrasos sufridos por el momento que se vivía en España, ocasiona aquella vetusta centralita telefónica que no ayudaba a la normal marcha y desarrollo del pueblo.

Que habría ocurrido si en aquellos largos tiempos de espera de una conferencia telefónica, algunas veces hasta de bastantes horas en la que esperabas hablar con un hijo emigrado lejos, se presentará un extraño hombre con un raro aparato en la palma de su mano y a aquellos que esperaban conferencia les dijera:

-Tomad, aquí tenéis una cabina. Un artilugio que llevarás en tu bolsillo y te podrás comunicar en distintas formas con cualquier persona del mundo. Toma, llama que enseguida al habla estará sea cual sea la persona o el lugar.

Una ola de espanto o como menos admiración había corrido por las calles del pueblo. Y aquel forastero de la cabina en su mano, casi seguro habría sido expulsado del pueblo al ser confundido con el diablo.

Dos jóvenes usan su móvil

A la vista de tantas deficiencias de comunicación y la respuesta de aquella vieja centralita telefónica y así como que, la gente del pueblo y algún concejal vieron cabinas telefónicas en otros pueblos, el Ayuntamiento comenzó, con la tozudez de quien pide lo que le deben con la cabezonería de la gente de pueblo y por la gran necesidad a reivindicar la instalación inmediata en el lugar más adecuado, de un punto de telefonía público donde a cualquier hora y por líneas adecuadas se pudieran hacer llamadas sin las exasperantes esperas y falta de confidencialidad de las mismas.

Varios precisos y conducentes escritos mandó el alcalde. Años se estuvo esperando arreglar el entuerto y así en el pueblo era una odisea tratar de hablar con un hijo con tu tía o pelar la pava con tu novia que trabaja en Granada.

El tiempo, los años pasaban y la cabina no estaba, ni instalada ni en camino esperada ni cuasi se recordaba cuando la habían pedido. Yo y mis amigos un poco mayores, seguimos comiendo pipas, ensuciando el suelo con sus cascarillas, trasnochando hasta muy tarde, después de haber estado contando chistes y riendo en cualquier tranco del pueblo.

Este seguía igual, como tantos años atrás en los que no se necesitó teléfono alguno, lo más que se hacía dar voces de cañada a umbría y así se comunicaban cada día en sus tajos de trabajo gañanes, campesinos y obreros para darse un recado y sentir los ecos de los comunicados.

Continuará…

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

Gregorio Martín García

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