Gregorio Martín García: «Aló, aló… Llegó la cabina telefónica, 2/2»

Pero la vida evoluciona y también Benalúa la de las Villas necesitaba urgentemente buenas comunicaciones.

Pensaba el Sr. alcalde bajar a Granada a hablar con el gobernador del asunto… pero esto no era eficaz, otras veces que iban parecen acertar con el preciso día en que el gobernador está “reunido” o ¿quitado de en medio para no aguantar el tostón? Casi asegurado estaba que si el alcalde bajaba a “Graná” el gobernador tenía reunión, viaje o tomando un vermut en la calle de atrás del Gobierno Civil en visita institucional a bodegas y bares.

Esperemos unos meses más, le dijo el alcalde a todos reunidos en pleno en sesión ordinaria en la que constaba el asunto de la telefonía en uno de sus puntos.

Dejaban de correr las “chorreras” por las tierras húmedas y empapadas en invierno, la corriente del río se hacía más mediana y clara, los campos con sus recién nacidas hierbas que ya formaban sus capullos para romper en flor. Todo se despertaba.

Salido el invierno, la primavera llegaba, especialmente hermosa en nuestro pueblo, entonces, sembrado de trigo y cebadas formando bonitos espacios con cuadriláteros en donde rompía la monotonía los campos de yeros, veza o garbanzos que daban encanto a los sembrados de trigo al darles relieve y sombreado a aquel dibujo abstracto que formaba en el campo la naturaleza pujante despertando de su letargo invernal.

Tomando el sol estaba, después de desayunar en la puerta del bar de Juan Pedro el agente de la autoridad, señor Leonardo Adalid, al cual le fue entregado por el agente de correos un sobre lacrado con el sello del Gobierno Civil.

Una cabina de Telefónica

Pocas cartas llegan a aquel parado e inerte ayuntamiento, eso precisamente hizo pensar al señor Adalid que pudiera ser la carta del teléfono y su cabina.

Corriendo fue a entregarla al alcalde, lo pudo hacer al señor secretario, que estaba más cerca, pero quiso darle la nueva a la máxima autoridad para acercarse a él y tener ocasión de pedir le dijera cómo iba lo suyo de aquel papel que debía arreglar para renovar contrato.

La cuenta comenzó de nuevo, pasaron los días y nada se cumplía de lo que la carta decía de la pronta instalación de la dichosa cabina. Pasaban los meses y todo seguía sin buena y eficaz telefonía, casi pasaría un año si no fuera por una mañana temprano se presentó un camión en la plaza del pueblo, su conductor buscaba al alcalde.

Centralita telefónica, predecesora de las cabinas

Ahora era él el que no estaba y para una vez que venía algo a Benalúa el alcalde se había ido, ¡fuera protocolos! la cabina y camión estaba ya rodeado por todos, sí, todos los parados que suelen reunirse en el lugar, mientras a unos metros en el ayuntamiento trataban de suplir la falta del alcalde presidente de la Corporación. Como quiera que el conductor del camión lo único que pretendía era marchar pronto y seguir su día… ¡la entregó!

Ya está aquí, ya era hora. El punto de su colocación está pensado, sería instalada en la Plaza de España del pueblo. De inmediato unos peones comenzaron a construir una cuadrada peana de cemento y ladrillos, donde iría colocada la Cabina.

La chiquillería reunida toda en la plaza formaba un gran corro alrededor de los que trabajaban. El corro se incrementó, mujeres y hombres de toda la villa venían a ver la cabina.

El corro crecía, allí se encontraba toda la ciudadanía, contentos mostraban con gestos e incrédulos se decían todos si era verdad lo que veían.

Los obreros y técnicos de la colocación, terminada la base donde iría la cabina, conectados los cables que faltaban para su funcionamiento, se dispusieron a bajar de la tapia cercana que sirvió de muelle para bajarla del camión. Todos a una, con unas maderas a modo de parihuela la cargaron y todo hombre habido en la plaza se acercó a ayudar para su traslado.

Muy cercano está ya el habitáculo del teléfono de aquella plataforma preparada para anclar al suelo.

La gente en la plaza aumentaba, no se querían perder el momento en que instalan aquello que todos esperaban. Hasta algunas señoras, para acercarse a la plaza a ver el tal evento se habían arreglado a forma dominguera como si domingo fuera y solo era ver colocar en su sitio el artilugio esperado.

Ambiente de fiesta se formó, se daban la hora buena, se felicitaban y la conversación aumentaba de tono. Todos contentos el pueblo respiraba un buen ambiente.

Alguien, de los presentes que cierta confianza tenía en el ayuntamiento, entró en él y sacó un manojo cohetes de los que quedaron de las anteriores fiestas y comenzó a dispararles con emoción y alegría y trasladada a toda la audiencia al oír el chiiiffz… y posterior explosión del primer cohete comenzaron a aplaudir en manifestación creciente de júbilo por tener ya instalada su cabina de teléfono.

Aquel que disparaba los cohetes que era el semioficial encargado de dispararlos en todos los actos que fuera menester, terminó el haz de cohetes que había traído.

La gente avanzó y alguno creyó que ya podía hablar con su chiquillo que lo tenía en la mili en Melilla. Hubieron de pararle los pies y decirle que en un par de días podían comunicar con su héroe militar de recluta en Melilla.

Rodaje de la película ‘La cabina’ de Antonio Mercero que tantos éxitos cosechó

Todos a una, lanzaron ¡Vivas!, sí, vivas a la cabina y aplausos a su teléfono.

Alguien diría que aquello que allí se vivía ni lo había visto en ningún lado ni se lo habría imaginado. Fue la más espontánea fiesta y celebración de la colocación de una cabina telefónica en toda España. Y es que los ‘ahumados’ somos muy agradecidos y espontáneos.

Por los pueblos vecinos se extendió la noticia de que los de Benalúa con cohetes habían recibido una cabina.

Allí quedó plantada, quieta y dispuesta a recibir a cualquier persona que a través de ella hablara con la parte del mundo que quiera. Allí estaba ella, para aguantar algún gamberro y algún novio que a través del teléfono quería besar a su amada. Todo pasaba en aquel artilugio que habían “plantao” en la plaza.

Hasta bonita y guapa les parecía a los ‘ahumados’.

¡¡Caballeros que adelantos!!

[Final]

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

 

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