El soñador ingenioso
don Quijote de la Mancha,
un hidalgo castellano
moldeado a la vieja usanza,
a lomos de Rocinante,
nada más nacer el alba
se fue a deshacer entuertos
poniendo en la empresa el alma.
A golpes de corazón,
en astillero la lanza,
sin su galgo corredor
pero con su antigua adarga
salió ufano de su aldea
tras calarse la celada
buscando a los malandrines
que en el mundo el mal sembraban.
Al descubrir los molinos
cuyas aspas braceaban
los embistió con denuedo
pensando que eran fantasmas
o unos gigantes siniestros
que a las personas dañaban.
Tras el embate cayó
dando una gran costalada
mientras Rocinante huía
y asustado relinchaba.
D. Quijote mordió el polvo
pero de aquella batalla
también salió victorioso
pues su honor mantuvo en alza,
su decoro, enaltecido
y su valentía, salvada,
demostrando por doquier
la grandeza de su alma.
Defendió siempre al humilde
con arrojo y con templanza
y nunca le tembló el pulso
para enfrentarse a la infamia.
En cuestiones amorosas
tampoco quedó a la zaga
y en el pueblo de El Toboso
llegó a inventarse una dama
a quien llamó Dulcinea
y en su gran imaginaria
por la moza se enfrentó
en no sé cuántas batallas
buscando fama y honores
con que poder ensalzarla.
Al toparse con los duques
don Quijote y Sancho Panza,
y llevados con engaños
a la ínsula Barataria,
el hidalgo soñador
siempre mantuvo la calma
siendo sus sabios consejos
los que al final les salvaran.
Todos con finas argucias
y con grandes carcajadas
de don Alonso Quijano
y de Sancho se mofaban
pero nuestro caballero,
a aquella gente insensata,
dio lección de sensatez
y de cordura preclara.
“La libertad – dijo a Sancho –
es la más excelsa gracia
que a los hombres donó el cielo”
y en sufrida contumacia
Cervantes y don Quijote
por ser libres se afanaban.
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Profesor jubilado y escritor, autor de
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