Gregorio Martín García: «Un dilema: amor entre dos corazones, 2/3»

Una tarde cualquiera, no sabe cómo, de súbito, se encontró ante aquella mujer. ¡Sí!, ante la mujer de su vida, a solas junto a ella y a pocos centímetros de su bonita cara que, hasta su nervioso jadear oía alterado el que a ella quería dirigir lo más sincero de su sentimiento.
Supe después, ya pasados algunos días de esto, que el encuentro se dio en las inmediaciones de la Fuente Junco.

Por un momento cruzaron sus miradas todo en silencio, solo se oía el chorro de agua que llenaba el pilón de la fuente cercana, acompasado este con el ruido de mi corazón que golpeaba con fuerza dentro de mi pecho.

No recuerdo. Fue tan bonito que cerrado y sellado quedó en algún lugar dentro de mí. Entre otras cosas hermosas, si recuerdo y muy bien que solo le dije y, le dije con esmero y sinceridad absoluta, intentando rozar su mano, “¡Té quiero!” No hubo respuesta verbal ni falta que hizo, pero hubo un cruce de sentimiento y amor que todo lo dicho y escrito quedó con letras de fuego en nuestro interior. Y fue un SÍ mutuo que los dos nos transmitimos. Nuestros ojos clavados en los otros, fijos y destellantes hablaban a voces a la par que, todo nuestro ser, de aquel preciso instante tan importante en nuestras vidas.

-Luego en el cine nos vemos.

Dije con la voz más entrecortada que jamás en mi oí y mi corazón saltó al ser correspondido con aquel:

-Sí. Allí nos vemos.

Aquella tarde de un alegre verano que comenzaba, sirvió de partida para toda una vida de felicidad y vivencias que en ella se dieron.

Enamorados cogidos de la mano

Era exquisita mujer, querida por todos, ejemplar esposa y madre perfecta. Las virtudes que le adornaban eran las mejores virtudes con las que consiguió conquistar el mundo que le rodeaba.

Fue fácil y hermoso vivir con ella y fue más fácil y grande quererle. Nos quisimos y ello facilitó la felicidad de por vida, acotada por disposición o imposición vital dispuesta por el Gran Hacedor que todo nos da.

Un desgraciado desenlace vino a romper aquello que vivíamos con verdadera alegría formando una bonita familia.

Los designios de Dios son casi siempre distintos a los nuestros y por ello pensamos que alguna vez estos pudieran ser castigo de Aquel que todo nos dio y de repente nos quita, dejando desalmado nuestro ser, con nuestro solitario corazón destrozado y nuestra alma clamando por un poco de piedad para sobreponer nuestra fuerza a la destrucción y vencer al gran vacío de la soledad sobrevenida.

La maldita enfermedad

La vida se vuelve hacia atrás, ya no mira horizontes ahora mira recuerdos. Te aferras a ellos y no quieres que se pierdan entre el caos que vives ahora: Desorientado, errático, acobardado y más solo de lo que te pudieras haber imaginado.

La vida se impone, a sí misma se recompone y nuestra mente trata de apartar aquellos horribles momentos vividos y reemplazar por actos de vida más alegre y divertida que venga a cambiar todo lo sufrido.

Hacía tres años de la pesada ausencia y de mi solitaria existencia que mi afección había malvivido, que volviendo en mí volví a activar mis normales constantes vitales y emprender aventura con grupos de amigos para renovar mi vida y seguirla viviendo en el mejor de las formas y no destruirla sumido en la tristeza.

La calle y las alegres y recuperadas salidas con mi grupo de amigos consigo ir cambiando mi estado anímico y sentirme alegre y libre en mí, aun, joven mundo con algo más de cincuenta años.

Jóvenes de fiesta

Las consecuencias de mis terribles años pasados hizo que un día tras haber vivido alguna que otra nueva experiencia, una común amiga y en pintoresca y agradable circunstancia fui presentado a
una bonita y alegre mujer que desde el principio al cruzarme en su vida de chica libre y soltera ocupó una gran parte del hueco que en mi habían horadado los más tristes años de mi existencia.

¿Era ella, aquella mujer la que llenaría mi vida? ¿Podría recuperar la felicidad perdida?

Tenía virtudes para ello, ella alegre, coqueta, simpática y bonita que según pasaba el tiempo con ella encontraba virtudes que me gustaban y saturaba mi sed de amistad de compañía y de verdadero cariño y amor y además era culta, fuerte y pujante mujer que sabía animar mi estado y entrar en otro de singular complacencia.

Hubo un tiempo de readaptación, los dos ya mayores hubimos de coordinar nuestras vidas, pero enseguida descubrimos que nuestros complementos vitales venían a llenar el del otro y esto se elevó a verdadero amor. Amor que no rivalizaba con ningún otro, era amor y por serlo era algo bueno y nada más.

En este mi caso no hubo momento para “pretender” su amor, como antes se hacía en los pueblos, como antes hice en el pasado.

Nuestro estado de “pretensión” duró muchos años y como sabia e inteligente mujer cada día pretende de mí, mi amor para ella y hacía que yo entrara en el juego y en el arte de pretender el suyo para mí.

 

 

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

Gregorio Martín García

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