Gregorio Martín García: «Jornada y media trillando. Una parva de trigo valenciano, 1/3»

Orillando la carretera, muy cerca de la cuneta, marchaban de reata tres acémilas con voluminosas cargas de haces de trigo valenciano. Por la orilla derecha iban caminando y tras ellos el campesino que seguía a la reata de sus sufridos mulos. Dos del género mular, un macho romo y una mula mohína y hacía el tercio un burro de buena talla de la raza majorera, fuertes y dóciles animales.

Era la segunda carga que transportaba el campesino, tras haber madrugado en ocasión de evitar el centro del día en que un sol de justicia calentaba de tal manera el ambiente, que era alto difícil aguantar la flama.

Acababa de torcer la “Regüelta del Menuo”, cogido a la cola de la mula se dejaba ayudar por el tiro de esta a la vez que caminando con sus labios secos y algo agrietados por los calores del momento, balbuceaba una copla. Era un cante suave y monótono peculiar de las faenas de la “vará” del verano, su sombrero de paja de muy amplia ala hacia los ojos echado al objeto de filtrar los rayos de sol.

Cantaba y pensaba. Cantaba para acompañar y animar a sus tres bestias cargadas que le escuchaban. Así como para distraer su lento caminar hacia la era donde había de descargar la barcina transportada, así como pensaba y ajustaba cuentas de los viajes que había aún dar para completar una parva.

Borrico barcinando

Llegando a los Morales de la carretera que, había entre la curva ya pasada y el barranco del Cura. Asomó Pedro con su camión, “la cajetilla de mixtos” porque a eso se asemejaba aquel camión tan recortado en su estructura, que todos los días del año transportaba almagra desde las cercanas minas del Saladillo a Atarfe, estación del tren. El ya cercano ruido del vehículo y la polvareda que tras de sí traía le hizo, al mulero, despertar de su monótona rutina y adelantar corriendo su trío de semovientes al objeto de evitar cualquier percance serio. Pedro, el conductor, viendo su cercanía aminoró la marcha y desaceleró el motor, a pesar de ello, la mula mohína hizo un inesperado movimiento y un tirón de su ronzal que estuvo a punto de alcanzar el lateral del camión con una de las estacas de su angarilla.

Era la carretera muy estrecha, de tierra y con muchos baches y esto hacía que esta fuera dificultosa, si bien había días que nadie por ella circulaba a excepción de la Alsina, los camiones del óxido de hierro de las cercanas minas del Saladillo y alguna piara de ganado que a los pastos se dirigen en la Sierra del Pueblo.

Descargando la mies en la era

Descargaba con su horcón los haces de trigo de sus mulos, aliviaba la carga de los animales que, desde los Salobres a la Era del Pilar, donde ahora están las escuelas, a larga distancia está, lo que ocasiona enorme retraso en las faenas del campo de la cosecha veraniega.

Procuraba no amontonar mucho la mies descargada, ya que la trilla había de estar lo más seca posible y para facilitar el proceso no la amontonaba…que por otro lado los niños del lugar se encargan de anular con sus juegos y saltos sobre la parva. Apisonando ésta y desbaratando su forma. Era tributo que pagar por la cercanía al pueblo de esta nuestra era.

Unas sesenta cargas, quizá algo más, había de aportar a la era para que siendo suficiente ponerse a trillar. Todo en función de las parvas a laborar, de la capacidad de la era y del trigo u otras mieses que tuviera el agricultor.

En la plenitud del verano y en las fechas que estamos era raro que en las muchas eras del pueblo no se estuviera faenando, en la trilla en el aviento u otros miles faenas de aquellos lentísimos veranos de los años de nuestros abuelos.

Era tal la vida en la era que, casi todas las horas del día en ella se estaba de bucólica manera que, evoca de forma idealizada la vida en el campo la vida en la era.

Estas formas de trabajo, sin prisas impuestas tenían momentos muy agradables en el campo y en las eras, todo discurre según costumbre, todo era rutinario, todo ceremonioso y todo de años pasados copiado. Nada se dejaba al azar, todo se cumplía “al dedillo” y no importaba al labrador innovar ni descubrir otras formas de trabajar más que aquellas que sus padres y abuelos habían dejado como herencia a venideras generaciones.

Un descanso bajo el sombrajo con agua fresca, de un pipo justo a tu lado y, muy cansado de la briega veraniega, era algo tan agradable y sosegado que te introducía en un estado de relajamiento que te sientes agosto y satisfecho de todo lo hecho de todo lo laborado. Una siesta en el sombrajo muchas estrellas tiene, se descansa tan bien y a pierna suelta dormitando que hotel alguno se puede comparar con una siesta en el sombraje.

Allí descansan barcinadores, trilladores o cualquier otro labrador y hasta el Canela del perro que todo el día está tumbado ocupando un buen puesto.

Sombrajo

Las largas comidas en dicho lugar son dignas de recuerdo, no sé qué pasa, allí todo está bueno. Exquisitos gazpachos de los de pueblo, grandes fuentes de pipirrana con tomates de las hortalizas de sabor a nuestra tierra y a nuestros huertos.

Lugar de vivencias e historias inolvidables se cuentan y se viven a la sombra del sombraje. Se dice que una vez un mozo de un cortijo, en viendo lo a gusto que dormía el perro en medio de la gran sombra, ante todos quiso emular y envidio la vida del perro, cosa que oída por el patrón le ofreció si quería vivir igual que el perro y así sentirse a gusto como aquel hiciera todo el día sin hacer más que dormir o acaso ladrar al caminante.

Ante tal ofrecimiento el mozo no se resistió y es por ello por lo que desde aquel instante el mozo en perro se convirtió y faltó tiempo a éste para en el centro de la sombra estirarse ocupando gran parte de ella. He aquí que el dueño y amo viendo que el “perro” enmedio cogía casi toda la sombra, de mala uva se levantó y dándole un puntapié le espantaba del lugar con un grito a la par de: ¡¡¡Fueera!!! ¡¡ya!! con este vago perro… ¡No hace más que estorbar! Y, con el palo de la escoba de balear el pez de trigo dio en el costillar de aquel “perro” tal estacazo que, hizo a este protestar y mascullando unos palabros, de inmediato, dimitió del empleo de can.

Una era con una parva

Daba por suficientes las cargas barcinadas, hace más de tres días los que llevaba transportando las mieses a la era y aunque creía haber perdido la cuenta solo con mirar sabía que allí había ya suficientes cargas para disponer la trilla. Con decisión se dispuso a emparvar todos los haces a los que cogiéndoles del nudo del ramal que les hacía, con maña bien aprendía tiraba sobre el suelo de la era el haz de mies que de forma acertada caía formando la parva que pronto trillaría.

Dio un repaso a los aperos, a ver, veamos cómo están estos: El trillo está listo y repasado por el herrero. Los anterrollos que habría de colocar a sus mulos, estaban bien y rellenos de blandos y suaves hilas que se acomodan al cuello del animal procurando no dañarlos. Los tiros estaban también listos para el trabajo, sujetos al volantín de tiro que enganchaba al gancho delantero del trillo.
Foto: 7
Todo a punto. Preparado para mañana en hora ya avanzada y que el sol hubiera calentado y secado bien la parva para facilitar ser triturada por el trillo que, con sus rulos estrellados bajo la tabla y el asiento, estos con sus vueltas y giros a la parva, a fuerza de pasadas trituraba paja y desgranaba espigas consiguiendo poco a poco ir transformando en paja la mies de trigo y en espigas desgranadas de aquellos gordos y saludables granos de trigo valenciano.

[Continuará. /…]

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

 

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