Gregorio Martín García: «Jornada y media trillando. Una parva de trigo valenciano, 3/3»

La buena señora valiéndose de sus avatares fue a pedir justicia a su sargento del alma y de la guardia civil que, le atendió muy bien, pero que, muy bien. Comiendo estaba en el cuartel, se levantó y de inmediato ordenó a dos de sus civiles fueran a casa del asesino de gallinas y le hicieran venir rápidamente al cuartel. A la sazón existente en la casa grande de la plaza del pueblo, ahora propiedad de los herederos de Antonio García Raya, alias “El Perlo”.

Tiempos eran para suponer que, si el que mató la gallina defendiendo su trigo, se le ocurriera entrar en el cuartel, algo podría pasarle cuando aquel sargento de ligue ligero y mal administrador de justicia y ante su amada granjera comenzará a “interrogar” a aquel.

Fue su hijo quien le avisó de la visita de las fuerzas de seguridad a su domicilio. Cuando la pareja de guardias civiles salieron de casa al comprobar que no estaba en ella al que buscaban, salió a toda prisa y corriendo al máximo a avisar al padre que en la era estaba guardando de los hambrientos animales, la parva…

– ¡Papa…papa!, los civiles han estado buscándote en la casa…- Le dijo al padre jadeando y apenas salían las palabras de su boca.

No fue necesario más, el padre quedó enterado de quién era la gallina “asesinada”, quien era la dueña de ésta, qué relación tenía con el portador del galón de sargento. Porque no era digno ni de categoría suficiente para honrar con la divisa el Cuerpo al que pertenecía.

Pareja de guardiaciviles

Todo comprendido asimilado y sabiendo la que se le venía encima si traspasaba las puertas del cuartel… Puso pies en polvorosa y siendo ya entrada la tarde, con la misma ropa de trabajo que tenía y sin apenas comida, salió caminando, rápido, hacia Granada.

A una calle del Realejo llegó presto, pero después de haber caminado casi cuarenta kilómetros. Llegó ya, en horas muy avanzadas de la noche en busca de alguien que conocía y sabía que podía ayudarle.

Mala suerte la suya, al que venía buscando no se hallaba en casa, era verano y él pudiente y se encontraba en Motril de veraneo.

La sirvienta de la casa, que le era conocida, viendo la preocupación con que llegó el que venía a pedir ayuda, se permitió, a pesar de la hora a llamar al señor a la playa. Al teléfono, por petición del veraneante se puso el que socorro pedía e informando pormenorizadamente de toda la historia, mandó al benaluense que ayuda le pedía, buscara un coche de punto (hoy taxi) y salir raudo hacia Motril.

En el camino de vuelta, en el coche de punto que a Benalúa encaminó la marcha, fue debidamente informado con todo detalle el personaje que se dirige al pueblo… “solo a ver qué había pasado” …

Pronto pasaban la revuelta del Ventorro y enseguida llegaron a la plaza del pueblo, donde en el mismo centro aparcó el haiga que los traía.

Abrieron el ayuntamiento, y secretario, alguacil y alcalde pronto estuvieron en sus puestos. El entrajado y enfadado visitante fue saludado por la autoridad del pueblo, cuando éste ordenó al señor alguacil, que sin perder un segundo fuera a llamar al sargento de la Guardia Civil. Que se suponía estaría durmiendo en el cuartel. A diez metros del ayuntamiento.

Plaza España de Benalua de las Villas

Atropelladamente subió las escaleras el comandante de puesto. Llegó presto frente a la mesa de aquel que le había citado ante su presencia. Fue tal el saludo y el cuadre en firme que hizo el sargento ante el coronel que tenía enfrente, que las paredes temblaron y lejos de mandarle descanso así lo mantuvo durante un tiempo. Mientras le mostraba a aquel que allí presente y, al que buscaba con las fuerzas a sus órdenes del cuartel.

-Bien, sargento, aquí tiene al que buscaba ¿Qué quería de él?

Requiérale en tiempo y forma y dígame ¿Qué gravedad había en la causa por la que le buscaba?

Acabado de corrido, con fuerte voz de mando y dando por terminado el conflicto, gritó al sargento:

– Vaya al cuartel prepare su maleta, despídase de su familia que, conmigo en el coche de punto, va esta noche a dormir en el cuartel de la Guardia Civil de Granada, sito en la Cuesta Las Palmas.

A los pocos minutos el coche que invadía la plaza dio media vuelta y tras los saludos de rigor, al señor alcalde del pueblo, secretario y alguacil. El coche puso rumbo a Granada, con su conductor en silencio, el coronel enfadado y el sargento de la Guardia Civil… Figúrense Vds. el estado.

El que fue librado de las consecuencias de los amoríos del sargento y, seguro que también, de “algún exabrupto y mal gesto”, tras haberle sometido a un duro interrogatorio.

Quedó muy agradecido con su salvador y amigo.

Jornada de trilla, 2023, Cuevas del Campo ::A.A,

El trillo era ya arrastrado por las acémilas que a veces corriendo y otras casi durmiendo daban vueltas y vueltas a la parva, que poco a poco se mostraba más triturada.

Tenían un buen trillo fabricado y forjado por su pariente Juan Manuel “El chivirritor”, de los que no arrollaron, pero sí que trituraban y muy bien.

Era el momento de volver la parva, con bieldos de madera. Poner lo de arriba abajo y viceversa, abriendo calles de lado a lado de la mies semipicada y ya desgranada. Otras dos vueltas darían hasta que totalmente la paja en su punto estuviera y ninguna espiga de trigo quedará entera.

A punto estaba la paja y por ello un trillero entrando en medio de ella con un bieldo hurgaba examinando si aquello estaba para arrejuntarlo.

Poco antes de decidir si dar por terminada la trilla, pararon a comer el bocadillo de media mañana. Buen pan del Ventorrillo de la cooperativa del pueblo hecho por Manolo y, en medio, emparedado, un buen trozo de chorizo de orza y una cuña de jamón ibérico de los de verdad, con más tocino que negro porque era propio de estos perniles estar tan bueno o más el tocino como su magro.

Descansaron, estaban cansados de bregar alrededor de la parva y sobre el trillo montados arreando los mulos y dirigiéndolos para que pasaran por todos los sitios de la molienda para que no quedaran partes en desigual picadura y desgrano.

Volviendo la parva ::A.A.

Se fumaron tranquilamente un cigarro alejado de la parva y bajo el chamizo y su sombra. Antes de levantarse sendos tragos de agua se tomaron y limpiando su boca con las bocamangas de sus camisas, al unísono decidieron que la molienda estaba lista. Los mulos comían tranquilos de la misma parva que trillaban, ambos levantaron sus cabezas al ver venir a sus amos. Los cuales deciden cuál sería la orientación que darían al montón alargado que formarían.

Los dos coincidieron que, la juntarían y pondrían de este a oeste ya que los aires de los últimos días corrían del sur, provenientes de la sierra Colomera. Enganchando la viga rastrón estaban cuando uno cambió de opinión y la expuso: La juntaremos en un montón redondo y así queda dispuesta para lanzarla al aire y separar paja de grano viniera de donde viniera el viento. Así hicieron con los animales tirando del tablón y montados sobre este, juntaron los dos trilleros la parva de trigo valenciano.

Organizaron la era, retiraron el trillo los tirantes y anterrollos al rincón de las granzas donde juntaban todos los aperos necesarios para la faena de la era.

Allí había, además del trillo y sus guarniciones. Horcas de cuatro dientes y de dos también había. Pala aventadora, bieldos de madera, rastrilleros y rastrillos y también dos buenas escobas de rama que eran muy necesarias, como las horcas, en estas faenas. Dos buenas esteras de pleita enrolladas en sí mismas, para que al aventar cayera el trigo en ellas separado de la paja.

Amontonando la parva con el rastrón, en Cuevas del Campo ::A.A.

Un gran montón de granzas de anteriores parvas, y lugar muy agradable para a la caída de la tarde y puesto el sol, recostarse sobre éstas y descansar. Era especialmente agradable dormitar sobre las granzas las que servirán para dormir en las noches en que, habiendo pez de trigo limpio en la era, quedaba alguien al cuido.

Era una pasada acostado boca arriba y cubierto con una manta, mirar las palpitantes estrellas en una celeste bóveda inmensa tachonada de ellas.

En la lejanía escuchar el canto del cuco y despacio cerrar los párpados vencidos por el sueño y cansancio del trabajo veraniego. Todo estaba pagado con esa tremenda estampa con esa maravillosa escena que sobre nuestras cabezas brilla con azulados rayos de luz dulce y serena.

Si la noche era linda nada tenía que envidiar la llegada del alba cuando descorre los velos de la noche ya pasada. Cuánta belleza, cuánta grandeza y que majestuosidad se nos regalaba, tras el acto de trillar.

La Naturaleza, nuestro trabajo y la grandeza de dormir bajo aquel techo estrellado, por colchón unas granzas y almohada un saco medio lleno de paja, vienen a corroborar la hermosura de gozar en aquella noche de guardia del fruto de nuestro trabajo, ¡lo bello que es vivir! 

 

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

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