Como hijo de maestro, Antonio Carmona sabía que la docencia es una vocación que requiere entrega y sacrificio. Su muerte, después de una larga enfermedad, ha causado a todos los que lo conocimos un profundo dolor. Era natural de Tíjola (Almería). Estudió Filosofía en Granada, ciudad a la que siempre tenía un especial cariño. Durante muchos años, ejerció como jefe de estudios en el IES Alto Almanzora de Tíjola; junto al director, Emilio Molina, era el alma del centro, porque Antonio tenía carisma y una gran capacidad de trabajo y de organización.
Yo estuve allí destinado como profesor de Lengua y Literatura durante siete cursos. Él vivía entonces en Purchena. Todas las mañanas, antes de que comenzaran las clases, tomábamos los dos café en el bar que hay enfrente del instituto. Era un rato en el que charlábamos amigablemente, porque a Antonio le gustaba mucho conversar sobre los más variados temas. Era inteligente y observador. Una de las cualidades que más se apreciaban en él desde el principio era su carácter abierto y dialogante; jamás imponía sus ideas: procuraba siempre manifestarlas, debatirlas. Algunos días la conversación que manteníamos se prolongaba en el aula donde realizábamos la guardia, ya que Antonio también se adjudicaba horas de guardia a pesar de ser jefe de estudios. Pasaba, en realidad, poco tiempo encerrado en su despacho; lo normal era verlo, cuando no tenía clase, en cualquier otra dependencia del instituto, en muchas ocasiones hablando con un grupo de compañeros en la sala de profesores, siempre atento a sus opiniones, a las necesidades o a las quejas que tuvieran.
Antonio era, ante todo, un hombre positivo: siempre hallaba una salida, un modo de escapar de cualquier situación, por muy apurada que fuese. Cuando en las reuniones de Claustro o de Consejo Escolar se planteaba algún problema que no parecía tener solución, se le veía tranquilo, con un rictus de reflexión dibujado en su semblante, tomando notas en unos papeles sueltos que solía llevar consigo, hasta que al final, después de que se le hubiera dado muchas vueltas al problema, él levantaba la mano para exponer con detalle la manera de resolverlo. Un compañero con el que le unía una gran amistad, Juan Lucas, recuerda una frase que decía con frecuencia en los partidos de fútbol que jugábamos en el pabellón de deportes de Tíjola y que revela muy bien el espíritu que animaba a Antonio: «En cinco minutos siempre se pueden meter cinco goles», decía a los jugadores de su equipo cuando iban perdiendo.
En sus clases de Filosofía, enseñaba a los alumnos a pensar; para él era, sin duda, más importante el cultivo del pensamiento que la acumulación de saberes, ya que sin la facultad de discernimiento los saberes no tienen a menudo provecho; es, en verdad, algo que debería inculcarse en cualquier materia. Cuando un alumno era expulsado de un aula o era amonestado con un parte de disciplina por un comportamiento inadecuado, conversaba con él en el despacho, tratando de descubrir el motivo que había justificado su actitud, ya que para él siempre había un motivo, una causa que llevaba al alumno a comportarse de una determinada forma. No corregía, pues, con reprimendas o con castigos, sino con el diálogo, con el acuerdo de unos compromisos. Antonio Carmona no solo cumplía con sus deberes de docente, sino que también era una persona entrañable, muy amante de su familia y de los vecinos con los que a diario trataba. Estaba, por lo demás, enamorado de su tierra, del valle alto del Almanzora.
En el mundo de la enseñanza faltan figuras como Antonio, voces como la suya. El docente, igual que hacía él, debe estar al lado del compañero y del alumno; debe abrir caminos, porque los métodos, como decía Unamuno, son caminos. Hay que unir, tender puentes entre opiniones que parecen contrarias, entre ideas o creencias que en principio se muestran distantes. Las normas de convivencia han de ser pautas de comportamiento, guías de conducta. El cúmulo de información no sirve si no se piensa, si no se razona. Las situaciones de aprendizaje no deben entenderse como metas, sino como puntos de partida.
No, Antonio no se ha ido; sigue estando entre nosotros, animándonos, aportando una solución en medio de nuestras tribulaciones. Continúa transmitiéndonos su aliento, porque en cinco minutos se pueden meter cinco goles. Tengo que confesar que es uno de los compañeros de profesión a los que más he valorado con el tiempo, pues me he dado cuenta de que tenía un talento extraordinario para el ejercicio de la docencia. En la vida, ciertamente, es bueno tener modelos; Antonio Carmona, desde luego, constituye ya para mí un modelo de persona íntegra y de docente comprometido con la construcción de un mundo mejor.