El 7 de marzo, 31 personas habíamos quedado con el guía para hacer una visita a Perpiñán y Colliure, en el sur de Francia. A las 7:00 horas estábamos todos en un aparcamiento al aire libre, pero faltaba un matrimonio y el autobús no había llegado. Yo había oído que teníamos que esperar al matrimonio y le solté a bocajarro, a Rubén, el guía catalán: ¿Vamos a estar esperando media hora a estos?
Con templanza me respondió que no, que esta visita a Francia la realizaba otro día el matrimonio. Poco después emprendimos el viaje desde Calella (Barcelona) hasta la frontera de la Junquera, duró una hora y cuarenta y cinco minutos. El viaje se hizo algo pesado y por fin llegamos a Perpiñán, en la comarca del Rosellón. Visitamos el centro histórico, la catedral y el Castillet, un castillo medieval de color rosado. Perpiñán es la capital de la Cataluña del norte, pero cuando Francia se anexionó este departamento, mediante un tratado con España, prohibió hablar y publicar en catalán, según el guía Rubén. Perpiñán está en el departamento de los Pirineos Orientales, en la región de Occitania, y los catalanes no son un problema para el gobierno centralista francés. Sin embargo, ya vemos las continuas reivindicaciones que el nacionalismo catalán plantea a los diferentes gobiernos democráticos de España. Los cines de Perpiñán fueron famosos durante la dictadura de Franco, porque miles de españoles venían a ver las películas prohibidas por la censura, la más famosa en los años setenta fue El último tango de París, protagonizada por Marlon Brando y una joven actriz francesa.
El autobús continuó hasta la ciudad de Colliure, donde está enterrado el poeta Antonio Machado, y esta es la razón por la que me apunté al viaje. Antes de llegar, el guía nos habló de la Guerra Civil: A Francia llegaron medio millón de españoles, en los últimos días, pues la guerra finalizó el 1 de abril de 1939. Vinieron a pie hasta aquí y los gendarmes los concentraron en la playa de Argelès-Sur-Mer. Mi abuelo paterno fue uno de esos refugiados, aunque sobrevivió. Aquí se le quebró la voz y se quedó sin poder hablar durante unos minutos, porque se emocionó, y poco después habló de otros temas. El autocar siguió avanzando por la carretera y en un momento dado apareció en el horizonte la larga línea de la playa de Argelès-Sur-Mer. Aquella imagen me impresionó de tal manera que las lágrimas brotaron de mis ojos y comencé a sollozar, como si estuviera viendo la foto de un lugar conocido y un familiar cercano hubiera fallecido allí. Esa imagen panorámica nunca la había visto antes, pero me impactó como si alguien me llamara la atención sobre el espantoso sufrimiento por el que pasaron miles de españoles, en aquel trágico campo de concentración. Puede que esto se debiera a que tengo grabadas en la memoria las fotografías de los refugiados, hacinados en la playa y entre las alambradas, o en las improvisadas letrinas. Sin embargo, es muy extraño que te emociones con lo que nunca has visto antes, pero sabes lo que ocurrió.
Los franceses montaron un campamento improvisado, sin barracones, y lo vallaron con alambre de espinos en la arena. Allí metieron también a las mujeres, a los niños y a los ancianos. Durante el siguiente invierno hicieron temperaturas de diez grados bajo cero, por lo que centenares de ellos murieron de frío, hambre y enfermedades, como la disentería, el sarampión y el tifus. Seis meses después, en septiembre de 1939, comenzó la II Guerra Mundial y muchos refugiados españoles se alistaron en el ejército francés y en el maquis. Los que fueron capturados por los nazis los llevaron a los campos de concentración, de manera que en Mauthausen (Austria) había 7.300 prisioneros españoles. En Argelès hay un Museo del Memorial del Campo, con los expedientes y los datos de los refugiados, también está la Ruta de la Memoria, que señala los límites del campo de concentración y dentro hay un monolito en memoria de los republicanos españoles. En el Cementerio de los Españoles hay una estela con los nombres de los fallecidos, mientras que un árbol recuerda a los 70 niños que murieron en la playa.
El autocar nos dejó cerca del cementerio de Colliure, donde visitamos la tumba del poeta Antonio Machado y también está enterrada su madre Ana. Aunque me hice una foto, lo cierto es que no me impresionó como cuando la veía en fotografías, posiblemente porque estábamos allí unas cincuenta personas. La Academia de las Buenas Letras de Granada había depositado recientemente una corona de flores encima de la lápida, la que se ve arriba en la imagen. Allí me acordé del famoso verso que encontraron en el bolsillo del poeta cuando ya había fallecido, y que recito de memoria: Estos días azules y este sol de la infancia. Precisamente, el siete de marzo hizo un sol esplendido de primavera. El poeta llegó el 28 de enero de 1939 a Colliure y encontró albergue en el Hotel Bougnol-Quintana. Falleció el 22 de febrero y su madre Ana murió tres días después. Sobre las catorce horas, cuando ya estábamos comiendo en Figueras, le expliqué a unos amigos el extraño suceso de la playa y de nuevo volví a emocionarme.
Manuel Valls fue primer ministro de Francia, años después estuvo de concejal en el Ayuntamiento de Barcelona pero en las últimas elecciones municipales ya no se presentó, pues salió bastante desengañado. Nació en Barcelona y su padre fue un republicano que huyó a Francia, donde vivieron. Cuando Manuel Valls abandonó la política en el país vecino, acusó al Gobierno francés de entonces de no dar los alimentos necesarios a los refugiados y de dejarlos abandonados a su suerte. Ese día seguramente reivindicó la memoria de su padre y se sintió reconciliado con él.
En Perpiñán, un matrimonio le pidió varias veces al guía Rubén visitar un recinto amurallado, incluso lo pusieron en un aprieto, pero él les respondió que iban con el tiempo justo. Hablé con él en privado y le dije para animarlo: tú eres el guía y has diseñado el programa… Mientras le decía esto, me echó la mano al hombro en señal de amistad. Por eso, al llegar a Calella le dije al despedirme: Eres un tío noble. Y él me respondió: ¡Adiós majo! Finalmente, quiero destacar dos cosas: los catalanes y los emigrantes son amables y corteses con los de fuera (cuando les preguntas, o ellos mismos te dan conversación), pero lo chocante es que cualquier comercio está rotulado en catalán, inglés u otro idioma menos en español. Es más, a veces multan a los comercios por rotular en español pero no en otro idioma. Sin embargo, donde hay visitas de turistas españoles (van a miles a Cataluña), donde hay pelas, si incluyen la información en español.
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Funcionario jubilado, articulista y autor de los libros
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Comentarios
2 respuestas a «Leandro García Casanova: «Viaje al sur de Francia»»
Buena crónica. Enhorabuena.
Gracias, amigo Juan José. Los españoles olvidados y Antonio Machado se la merecen