Me dicen –y yo sí lo creo– que muchos ciudadanos de a pié comienzan a estar hasta el copete –tupé, vid. RAE– de padecer otras consecuencias distintas, pero con el mismo cantar, que el de la fiesta de Halloween cuando los más pequeños –o no tan pequeños– hacen sonar los timbres de las puertas de diferentes domicilios, complementando el sonido con su disfrazada presencia “terrorífica” y la frase “Dulce o truco, dulce o travesura, truco o trato, treta o trato o truco o trueque (…). El truco es una amenaza de broma a los dueños de la casa en el caso de que no se proporcionen golosinas”, es.wikipedia.org.
Pues bien, parece como si las viejas “técnicas” del chalaneo –que describiera a modo de historia romántica María Rosario Fernández-Golfín (“El chalaneo andaluz 2023”)– se hubiesen actualizado con la tan traída y llevada I.A., es decir, Inteligencia Artificial; usada, o mejor dicho, mal usada, por todos aquellos que anteponen su bien particular al bien común: tú me das, y yo te doy, siempre que no vean la luz las condiciones de lo acordado.
Y es que no me cabe duda, como os recordaba hace poco, que estamos en tiempo de colocación, pues lo compruebo cada día, por ejemplo, en esas fotografías llenas de abrazos que se publican en las redes sociales de los “electos” y sus “adláteres” –de forma despectiva, “personas subordinadas a otras de la que parecen inseparables”–, con posturas repetitivas y cercanas al fotomatón más rancio.
Volvemos a lo mismo: no nos ocupamos de valorar los méritos y la eficacia; a unos les basta con la obediencia y la sumisión, mientras que los otros sólo buscan mantener el estatus que entienden como propio.
Ya sé que estoy exagerando y que no todos los casos merecen esta descripción, pero es que me están tocando el ombligo… Lo cierto, al menos para mí, es que cada vez se hace más patente la imprescindible “elección personal” de los que me van a representar en cualquier entorno y el conocimiento limpio del equipo que les acompañará.
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de
Ramón Burgos
Periodista