Desde el Suspiro del Moro,
bajando para Motril
hasta el término de Ízbor,
se delinea el perfil
del paraje que se expande
por el Valle de Lecrín,
donde la Natura exhibe
su más ameno perfil
y la pleamar de la vida,
en su perenne latir,
va sembrando los caminos
de los gozos del vivir.
Pueblos de bellos topónimos
por este Valle se asientan
con el albeo de las casas
entre el verdor de las huertas
que jalonan los parajes
esplendentes de esta tierra,
blanca con el azahar
al llegar la primavera
pero ambarina en otoño
cuando la luz centellea.
A la sombra del Caballo
y anclado en la baja sierra
entre maizales, almendros,
castañares y nogueras,
arraiga un tranquilo pueblo
con el nombre de Nigüelas
cuyas aguas van cantando
por el dédalo de acequias
que fluyen bajo las calles
como la sangre en las venas.
Justo a los pies del Zahor,
donde se alza La Rasuela,
una vista panorámica
con deleite se contempla
abriéndose la comarca
en mayúscula grandeza.
La música, desde siempre,
tuvo presencia en Nigüelas
bien con encuentros corales
venidos en primavera
a regalar sus conciertos
al cobijo de la iglesia,
como en antiguas rondallas
o en invitadas orquestas.
Finalizado el verano,
cuando el otoño comienza
y los caquis y membrillos
se columpian por las huertas
los nigüeleños se afanan
con La Función de sus fiestas,
la Virgen de las Angustias,
la patrona de Nigüelas,
a quien los auroros cantan
mientras el alba despierta
y las campanas repican
en la torre de la Iglesia,
bello templo de san Juan
con estructura mudéjar.
El Entierro de la Zorra
es un rito en que se quema
un raposo de papel
que la maldad representa
poniendo el punto final
a las entrañables fiestas.
Otro atávico festejo
se celebra por san Marcos,
cuando todo el mundo va
a degustar sus hornazos,
los panecillos de aceite
con un huevo en su regazo.
La musical armonía
orquestada en las acequias
es un rasgo distintivo
de la villa de Nigüelas
junto a la hospitalidad
que sus vecinos despliegan.
Por los jardines de Müller,
los castaños centenarios
se balancean con la brisa
mañanera del Caballo,
mientras dormita la Falla
que en Nigüelas se ha asentado
cual natural monumento
geológicamente alzado.
En la Casa de los Zayas
se instaló el Ayuntamiento,
un hermoso palacete
de estilo Renacimiento,
con un patio columnado
y un salutífero huerto
donde arrayán y rosales
se amanceban lisonjeros.
Existe un viejo molino
nominado “Las Laerillas”
hoy, museo de la Almazara,
que recuerda la pericia
de extraer el oro líquido
enclaustrado en las olivas.
En los tiempos nazaríes
Nigüelas era “Atalaya”
para contemplar el Valle
en visión privilegiada
controlando los caminos
de estas tierras de Granada.
La Guerra de los Moriscos,
nacida en Las Alpujarras,
dio personajes curiosos
que lograron cierta fama
como el Nacoz de Nigüelas,
el monfí, que en la algarada,
tuvo la ingeniosa idea
de reconquistar la Alhambra
escalando con herpiles
las torres de la Alcazaba.
En la rambla, el río Torrente,
escoltado por adelfas,
baja espumando sus crines
al rozarse con las piedras,
cuyos murmullos rebotan
por balates y laderas
hasta amuermarse en silencio
entre enramadas de yedra
y mosaicos de glicinias,
mientras la luna baldea
con monástica liturgia
los tejados de Nigüelas.
Por el ocaso, en el pueblo,
cuando las sombras cimbrean
y los niños van y vienen
jugando por las placetas,
huele a pan recién cocido,
a tomillo, a hierbabuena,
cuyos aromas mezclados
dulcemente callejean
evocando hermosos tiempos
de infancia y adolescencia.
Próxima entrega: GALERA
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