Era una mañana muy cruda de un invierno de los años cincuenta, típica del lugar. Sus gentes se levantaban tarde temiendo al cortante frío que helado subía por la depresión del río invadiendo calles y plazas de la villa.
Eran las nueve y media, Benalúa de las Villas, estaba desierta, tan solo alguna madre que agarraba la mano de su hijo y con la otra abrigaba su cuello con la apretada bufanda. Algún chaval que otro, solo y con alguna libreta o libro entre sus manos, dirección de la escuela iba arropando con sus hombros elevados para que no se enfriaran, sus oídos a la vez que, una tiritona se le escapaba entre los temblorosos dientes que con sonoro tintineo no dejaban de sonar. Sus labios morados por el frío y resecos por el aire.
Pero ¡Qué curioso! por la calle Real viene camino de la escuela otro niño que de su mano cuelga, con un largo alambre, una lata vacía de las conservas, con sumo cuidado la trae retirada de su cuerpo y piernas ya que en ella lleva ascuas de la lumbre de su casa. Mira, por allá por la puerta de la iglesia sube otro chaval que bien abrigado y con unos libretos en una mano ocupa la otra con otro de aquellos “braseros” de rescoldo y ascuas llenos. ¿Para qué serán esas latas? Llenas de buenas ascuas y brasas de olivo y encina vienen.
Entraron en la “Escuela de los niños grandes”. Enseguida supe para qué eran aquellos fuegos que varios alumnos llevaban a la escuela del pueblo.
El maestro recibía aquellas brasas con satisfacción y contento. Hacía mucho frío en la escuela casi tanto como fuera. Eran un número importante la de aquellos hornillos ardientes que bajo los pupitres ponían en igualada distribución para calentar la sala de aquella vetusta y vieja escuela. El señor maestro se ponía bajo su mesa y junto a sus pies una de las mejores “latas calefactoras” que los alumnos traían.
Con la regla, símbolo de castigo ejemplar, de manos golpeadas, también llamada regleta, el maestro movía el rescoldo avivando su calor. Y pienso yo, y pienso con bastante miedo. Allí, puertas y ventanas permanecen cerradas y unas cuarenta o más bocas respirando a la par. Entonces mi juventud no me dejaba pensar para ver aquella barbaridad, pero ahora recuerdo y pienso que alguna vez nos pudimos quedar todos dormidos y atolondrados encima de nuestros pupitres y bancos. Todos atufados. ¿El maestro no pensaba en esto…? ¿Hacía tanto frío que ocasiona que la prudencia olvidará el riesgo? ¡Peligrosas, muy peligrosas aquellas fogatas encerradas con un montón de críos! Sí recuerdo que los cristales de las decrépitas ventanas verdosas con agrietada pintura, se ponían con tanto vaho que chorreaba hacia abajo y descargaba en los poyatos. Posiblemente evitaba el peligro de asfixia el hecho de que las dos grandes ventanas y la puerta de entrada, eran tan viejos y descuadradas, estaban tan estropeadas que, algún agujero y rajas en sus maderas y malos encajes en sus cierres evitó que alguna vez una tragedia se lamentara.
Si con las latas se calentaban, imagínense cómo sería el resto del aula. Una sala rectangular con dos hileras de viejos pupitres a ambos lados colocados, en la cabecera de la sala junto a la mesa del maestro, en el centro de la pared, una muy antigua pizarra de metro y medio de larga por unos ochenta centímetros de ancho en madera fabricada, con una repisa debajo para poner las tizas y junto a éste un clavo en el marco para sujetar el trapo para limpiarla cuando se había llenado de números, letras o garabatos. Un cuadro de Franco había en la pared de enfrente, y hacia el que nos volvíamos para cantar la canción del régimen que se hacía al salir.
Un gran mapa de España al final de la pared lateral derecha y cerca de la pizarra, adornaba un poco el lugar por ser de color fuerte los resaltados y límites de sus regiones y provincias, ríos y montes de aquel rustico dibujo que todo eso mostraba. No había nada más, absolutamente nada, solo los asientos, una tabla abatible que tenían los pupitres acoplada y, unos tinteros de plomo en forma de sombrero, colocados en sus agujeros y donde mojamos nuestras plumas insertadas en un palito llamado plumero. Muy poco tiempo hacía que las plumas; plumas, plumas de ave me refiero, eran usadas, por lo que podemos deducir que estrenábamos invento. Aquellos plumines de lata con una raja por el centro para darle juego al grueso de lo que se estaba trazando o escribiendo.
Era así la “Escuela de Niños Grandes”, así popularmente conocida juntamente con la ”Escuela de Niñas Grandes”, en el otro extremo del edificio del ayuntamiento y la “Escuela de los Niños Chicos o Meones”, así conocida la de párvulos que ocupaban los más pequeños, sito en un primer piso de una casa particular alquilada por el ayuntamiento frente a la iglesia,
En Benalúa de las Villas, siempre hubo otra escuela: “La de Laureano”. Hombre formal y de cabales formas que víctima de accidente juvenil, le faltaba el brazo izquierdo. Fue este trance el que D. Laureano, aprovechándose de su cultura suficiente para tal menester, abrió una escuela libre, no oficial que, por una módica cantidad impartía sus clases, sobre todo a esos que no podían acudir a la nacional por estar trabajando y en horas nocturnas aprendían con el Sr. Laureano lo que allá en las otras escuelas no podían lograr. Así, las salidas al recreo o entradas y salidas a clase era un verdadero enjambre de vida, un torbellino de gritos y juegos de todos los niños y de todas las edades del pueblo…y entonces, había más que ahora. Entonces, llenaban la plaza con sus juegos.
Entonces, nadie se iba a ver la tele, nadie con sus pantallas o consolas de juegos, no las había y por ello todos a gozar la vida, todos a mover sus músculos y con sus juegos de ocio y algunos deportes preparaban sus cuerpos con el desarrollo necesario para el trabajo agrícola del campo que a casi todos esperaba.
– Maestro D. Antonio… ¿Puedo salir a mear?
Así de brusco así de mal dicho. Dirigido al Sr, maestro lo requerido por aquel niño. El vocabulario era malo pero el respeto al maestro, al solicitar el requerimiento, era absoluto y máximo.
Nadie le quitaba el “don” nadie le rebajada al tuteo, todos de Usted y señor. Ese era el tratamiento. Pero todos, todos. Niños y padres abuelos y abuelas y todas las fuerzas vivas del pueblo. Era cosa muy distinta y problema solo del niño ¿A dónde mearía? qué fue para lo que al maestro hace un rato permiso le pedía. No echemos la culpa al alumno cuya tripa salió a vaciar, sino que era culpable de ello el Ayuntamiento Pleno… casi casi que tampoco, era tal la costumbre de no tener cuarto de aseo que tales menesteres todo o casi todo el mundo los hacía en el campo a las afueras del pueblo o en cuadras y corrales. Es por ello por lo que el niño que, ya se meaba porque tiempo no le dejamos para ello, tenía varias opciones: Subir al Cerro y allí hacerlo, ir a las Piqueras y allí evacuar o acercarse a su casa y hacerlo en su corral. ¡¡Quia!! ni hablar. Allí no iba Juanito, que así se llamaba el niño, sino que sacándose el pito lo hizo muy cerca del portal que bajo las escaleras de la escuela había, lugar que muy claramente otros muchos lo hacían. Terminó. Sacudió y, escaleras arriba subió. Tras presentarse al maestro dando cuenta de su vuelta se fue a su asiento.
Granada, agosto de 2023
[Continuará. /..]
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