José Manuel Martínez Alcalde: «Los impuestos, ese campo de batalla (1)»

Sigue llamando la atención el protagonismo creciente que los dirigentes políticos y los medios de comunicación dan a los impuestos, unos planteando su urgente y masiva reducción como bálsamo curativo infalible de nuestros problemas de crecimiento económico y de desempleo, y otros dando por imprescindible una reforma fiscal que reparta de forma más justa las cargas impositivas.

El tema ha adquirido un papel central y son numerosos los artículos de opinión, las tertulias televisivas y radiofónicas o los debates en redes sociales que no contribuyan a que también en este aspecto se manifiesten de forma polarizada dos modelos de pensamiento antagónicos e irreductibles. Se hace por ello necesario reflexionar sobre este tema, tan sensible y tan importante para el mantenimiento de nuestro estado de bienestar, y hacerlo procurando soslayar los prejuicios existentes al respecto. Realizaremos esta primera aproximación desde una perspectiva que argumenta, justifica y defiende la importancia de los impuestos en una sociedad moderna y democrática, como es el caso de España y de todos los países de nuestro entorno europeo. Dejamos para el artículo siguiente algunas consideraciones dirigidas a quienes plantean objeciones y críticas reduccionistas y hasta demagógicas a sistemas fiscales que no satisfagan exigencias extremas y semiconfiscatorias de programas políticos que están fuera de la realidad.

Es indudable que desde una perspectiva egoísta e irreflexiva, se conceptúa negativamente el pago de impuestos y también es cierto que una de las razones que dan muchos ciudadanos para su visceral fobia fiscal es su desacuerdo con el destino de algunos o de muchos de esos recursos por diferencias ideológicas de calado y porque cada españolito cree tener el mejor perfil para ejercer como Ministro de Hacienda o como Presidente del Gobierno. El rechazo no pasa de ser, no obstante, un simple desahogo verbal ante amigos o familiares y no se convierte en lo que sería imprescindible: un clamor social y una exigencia por cauces adecuados (entre otros, iniciativas legislativas populares, interpelaciones a responsables políticos, foros periodísticos, redes sociales con argumentos y no con insultos…) para que se empleen racionalmente los recursos públicos.

Dicho esto, abordaremos las frecuentes contradicciones que se manifiestan en algunas de las posiciones sociales al respecto. La más cercana en el tiempo es la que se produce al invocar como receta infalible para el crecimiento económico la bajada de impuestos en un momento como el actual, en que desde todos los ángulos y sectores del país se reclama la intervención generosa del “papá Estado” para paliar, entre otros muchos capítulos, los efectos devastadores de la Dana en la Comunidad de Valencia, los ERTES, las ayudas a la hostelería, al turismo en general y a otros sectores afectados por la pandemia del COVID, iniciada en 2020, el incremento de personal en Sanidad y Educación o la respuesta rápida y completa a los gravísimos estragos que produjo la erupción volcánica de La Palma. Indudablemente, no sería posible una respuesta medianamente aceptable si tuviéramos un sistema fiscal que considerara, como a menudo dicen sus partidarios, que el dinero de los impuestos “donde mejor está es en los bolsillos de los contribuyentes, no en manos del Estado”. Está lejos esa visión de la imagen que con motivo de la pandemia dieron todos los países desarrollados de nuestro entorno, que inyectaron cantidades ingentes de recursos públicos en los sectores más castigados, por estar dotados mayoritariamente de potentes sistemas fiscales. Con esos recursos – parece que se nos olvida cuando reiteramos una y otra vez el tópico-, se ha reducido y se sigue reduciendo el sufrimiento de los ciudadanos más vulnerables.

Hay otros lugares comunes que también contribuyen a la simplificación demagógica del tema de los impuestos: En los últimos años, hemos oído o leído en algunos medios de comunicación “pintorescos” o, mucho más, en redes sociales, tres afirmaciones, repetidas de inmediato por sus entusiastas partidarios: “Con Franco no se pagaban impuestos”; “Un Estado solo debería pagar el ejército y la policía y por tanto, solo debería recaudar impuestos para esos dos fines”; “La nueva Ley de Educación adoctrina de forma sectaria al proponer que sea contenido educativo la importancia de que todo ciudadano pague impuestos”. La segunda afirmación, afortunadamente, solo se atreven a mantenerla, en pequeños círculos, algunos políticos de nuevo cuño, defensores acérrimos de la versión más ultraliberal de la economía.

En cuanto a la generosidad fiscal de Franco, fue precisamente la aplicación casi exclusiva de impuestos indirectos, idénticos para los más y para los menos pudientes, lo que creó las desigualdades escandalosas entre unos y otros y también la inflación desorbitada de los primeros años de democracia. Quienes invocan nostálgicamente aquel sistema no dicen nada del pésimo estado de las carreteras nacionales en aquellos años, la mayoría estrechas, con trazados tortuosos, sin arcenes y con escasísima señalización; de la existencia de poquísimos centros públicos donde los jóvenes pudieran estudiar secundaria de forma gratuita, con el consiguiente gasto, nada despreciable, en centros privados, para las familias que deseaban que sus hijos accedieran a algo más que a una formación básica. Tampoco dicen nada de las diferencias en cobertura educativa o sanitaria, en prestaciones sociales o de lo que ha sido posible poner en pie en las ciudades y municipios, no solo en infraestructuras, en equipamientos educativos, sanitarios, culturales, deportivos y asistenciales, sino también en ofertas lúdicas y formativas muy ricas y diversas para todos los ciudadanos. Todo eso y mucho más es lo que articula nuestro no bien apreciado estado de bienestar, que no estarían dispuestos a que desapareciera muchos de los que reniegan de la alta carga impositiva. Por cierto, esa carga fiscal, tan desmesurada para muchos, es seis puntos menor en España que la media de los países de la Zona Euro.

La rotundidad con que ese medio periodístico tan dado al sensacionalismo proclama que la nueva Ley de Educación adoctrina al defender la necesidad de pagar impuestos, es un síntoma más del desparpajo de algunos defensores del “Cuanto menos Estado, mejor” y del adelgazamiento extremo de los gastos sufragables mediante impuestos. Tan no son así los nuevos aires de la economía mundial, que nada menos que el G20 decidió crear hace algún tiempo una tasa mínima del 15% como impuesto para las grandes empresas, lo que supone el primer golpe de gracia a los paraísos fiscales.

Finalmente, deberíamos recordar la cruda realidad que viven muchos ciudadanos americanos, como consecuencia de una de las derivadas del sistema ultraliberal: la salud y la educación no forman parte, o lo hacen de forma extraordinariamente discriminatoria, de las obligaciones del Estado, por lo que muchas familias se han arruinado al hacer frente a una grave enfermedad o se han endeudado de forma considerable para pagar estudios de sus hijos. Ese parece ser el modelo de los nuevos paladines de la teoría de que cada palo aguante su vela.

( NOTA: Este artículo es una actualización del publicado en IDEAL el 23 de noviembre de 2021)

José Manuel Martínez Alcalde

Granada, 21 de enero de 2025

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