Arthur Schopenhauer-en 1815 por-Ludwig Sigismund Ruhl y Johanna Schopenhauer detalle por Caroline Bardua.

Arthur Schopenhauer: La mujer, cebo de la naturaleza (1/10)

Toda mujer necesita un amo
(Sobre las mujeres, en Parerga y Paralipómena,
Arthur Schopenhauer)

I. LA FORMACIÓN DE UN FILÓSOFO MISÁNTROPO Y PESIMISTA

Arthur Schopenhauer, nace en Danzig 1788, bella ciudad portuaria (actual Gdansk), en el seno de una familia de ricos comerciantes. Sus padres, Heinrich, comerciante acomodado de noble ascendencia polaca, y Johanna, veinte años más joven que su marido, escritora de novelas y de vida social agitada. De su padre, heredó una considerable fortuna, suficiente como para poder vivir con independencia económica el resto de su vida. De su madre, una serie de preocupaciones y problemas (1).

El futuro filósofo crece en una de las más esplendorosas casas de la ciudad. Contaba incluso, cuentan sus biógrafos, con una sala de baile donde su madre recibía a la alta sociedad de la ciudad, incluyendo a escritores y artistas. Gran parte de sus primeros años de vida los pasa en la paradisíaca finca rural de sus padres. Al pasar Danzig a manos de Prusia en 1793 y perder su estatuto de ciudad libre, la familia se asienta en Hamburgo, una rica ciudad portuaria del norte de Alemania más grande, y, como había sido Danzig, también ciudad libre, donde Heinrich, el padre, prospera aún más.

Cursa sus primeros estudios en un colegio privado de orientación pietista. Pronto descubre sus inclinaciones por las lenguas clásicas, latín y griego — los niños de la clase burguesa sólo recibían unas pocas clases testimoniales de latín — disciplinas esenciales para la universidad, pero irrelevantes para el comercio. En 1798, con nueve años de edad, reside una larga temporada, casi tres años, en Francia (Le Havre), a fin de aprender francés e iniciar su formación como futuro hombre de negocios, pues tal era el deseo de su padre, que quería que tomara las riendas del negocio familiar. En 1803, entre los dieciséis y diecisiete años, emprende con sus padres, durante dos años, un largo viaje de placer por Inglaterra, Escocia, Holanda, Bélgica, Francia y Austria.

A su término, la familia regresa a Hamburgo, donde una vida monótona y deprimente, aprendiendo comercio en una contaduría, aguarda al joven Schopenhauer. Entra en los negocios, empleado de la firma de un respetado comerciante de la ciudad. Tiene diecisiete años y se siente desdichado por no gustarle su ocupación. Su padre, tan experto conocedor de hombres, se equivocó de medio a medio con él. Los viajes, en lugar de despertar en el joven Arthur el gusto y la vocación comerciales, han servido tan sólo para desarrollar en él la afición por la libre contemplación de la naturaleza y una insaciable curiosidad de ver, de saber y de comprender, que, naturalmente, no podía satisfacerse con los fríos e insípidos libros de caja y con las aburridas operaciones burocráticas. En su Currículum, años más tarde, declara que sentía profunda e insuperable aversión por los negocios y por cuanto con ellos se relacionara.

Residencia de Arthur Schopenhauer desde 1793 hasta 1805 en Hamburgo.

De su situación agobiante le salva la muerte inesperada de su padre, en abril de 1805. Lo encontraron flotando en las aguas de un canal. Probablemente se suicidó (arrojándose desde la ventana de un granero almacén). El terrible golpe lo sumirá casi dos años en la tristeza y la depresión. Schopenhauer empezó a admirar a su padre tras su muerte más que en vida y nunca admitió que se hubiera suicidado. No deja de ser significativo que creyera que el carácter se hereda de los padres y la inteligencia de las madres; extraña opinión, ciertamente, si consideramos qué distinto era su propio intelecto del de su madre. El joven Arthur desdeñaba el carácter de su madre y menospreciaba sus tardías inclinaciones literarias, mientras que pronto consideró a su padre como un modelo de nobleza y sagacidad echado a perder por una esposa frívola en extremo.

Johanna (2), la madre, por fin libre de su anciano esposo, se decide a vivir la vida que le apetecía. Liquida la empresa, vende la casa familiar, y en 1806 se traslada con Adele, su hija, a Weimar, un minúsculo ducado independiente iluminado por el esplendor de su primer ministro, Johan Wolfgang von Goethe, el más célebre escritor de Alemania de la época, donde preside un salón de moda frecuentado por el gran poeta y al que acudían entre otros distinguidos invitados los famosos cuentistas hermanos Grimm. Schopenhauer describe a Goethe como “alegre, sociable, propicio, amistoso: ¡alabado sea su nombre por toda la eternidad!” (3). Johanna pronto se convirtió en una de las mejores amigas del gran hombre y en la más elegante de las anfitrionas de Weimar. Se convirtió en poetisa y novelista de éxito e incluso Franz Schubert pondrá música a uno de sus poemas. Su éxito mortificará a su hijo, quien, por el contrario, no obtendrá reconocimiento intelectual y social sino al cabo de mucho tiempo.

La situación psicológica del joven, entretanto, se agrava: la depresión crece de manera preocupante. Enterada su madre, por él mismo, de su infelicidad consulta con un joven instruido amigo suyo y asiduo de sus tertulias, el bibliotecario Fernow, el cual escribe al joven Arthur animándole a abandonar su trabajo y dedicarse inmediatamente a profundizar en el estudio del latín y del griego, sus pasiones juveniles. Schopenhauer abandona su vida de aprendiz de comerciante en mayo de 1807 e ingresa, contando ya con diez y nueve años, en el Gimnasium de Gotha, no muy lejos de Weimar, para culminar su bachillerato y preparar su ingreso en la universidad. Liberado de la promesa hecha al padre, el joven Arthur, más animado, reanuda sus estudios secundarios en un gimnasio de Gotha e inicia sus escarceos literarios. Un incidente con uno de sus profesores –- unos versos satíricos en los que lo escarnecía y ridiculizaba — le hace abandonar la escuela y continuar sus estudios con un profesor privado en Weimar.

Johanna y Adele Schopenhauer por Caroline Bardua

Cumplidos los veintiún años, alcanzada la mayoría de edad legal, su madre accede a transferirle su parte de la herencia paterna, lo que le permitirá vivir cómodamente y emancipado su indeseada tutela. En 1809 decide ir a la Universidad de Göttingen, donde estudia medicina un año, tras el cual se interesa por la filosofía, siguiendo los cursos del escéptico Schulze, su primer maestro de filosofía. Decide, pues, hacerse filósofo: “La vida es una cosa precaria (desdichada) y yo me he propuesto consagrar la mía a reflexionar sobre ella” (4), escribirá a Christoph Wieland, amigo de la familia, que le había prevenido contra el estudio de una disciplina tan inútil. El conocimiento de Kant y Platón y, más tarde, de los Vedas, los Upanishads y las doctrinas de Buda constituirán los pilares de su formación filosófica. Es una etapa de múltiples lecturas –desde Tácito, Horacio, Lucrecio o Heródoto hasta Schelling, Platón, Aristóteles, Kant, Shakespeare etc.- en las siete lenguas que ya domina: latín, griego, francés, inglés, español, italiano y alemán. Cuando no estudia, toca la flauta, asiste al teatro o a conciertos, conversa con otros estudiantes.

En 1811 ingresa en la Universidad de Berlín: allí otra generación de filósofos, liderada por Georg Friedrich Hegel, Schleiermacher y Fichte proponía ideas más emocionantes y más polémicas que las vigentes en Göttingen. Schopenhauer se matricula en la nueva Universidad de la capital de Prusia “con la esperanza de reconocer en Fichte a un filósofo genuino y un gran espíritu”. Interesado por el desarrollo del postkantismo asiste a las clases de Fichte y de Schleiermacher. En ambos casos la decepción es mayúscula. Se retira seguidamente a Rudolstadt, en Turingia, para preparar su tesis doctoral. Con veinticinco años, en 1813, escribirá su tesis doctoral De la cuádruple raíz del principio de razón suficiente, presentándola en la Universidad de Jena. El extraño título de la tesis lleva a su madre a preguntarle si se trataba de una obra dirigida a los farmacéuticos. Él le respondió que su libro seguiría leyéndose todavía cuando todas las obras de ella hubieran desaparecido. Su madre comentó chistosamente que ello se debería sin duda a que toda la edición de aquel libro permanecería por entonces todavía en los escaparates de las librerías. Por esa misma época Schopenhauer visita a su madre en Weimar, allí llega a relacionarse con Goethe, del que recibirá una profunda influencia. De esta época datan sus primeros contactos con la filosofía hindú de tanta importancia en su pensamiento. Tras una disputa con su madre — que desheredará a su hijo — abandona Weimar en 1814 y, al parecer, no volverá a verla nunca más, aunque viviría todavía veinticuatro años más.

Primeras páginas del libro ‘De la cuádruple raíz del principio de razón suficiente’

Seguidamente, el joven filósofo se instala en Dresde. Las relaciones de Schopenhauer con su madre fueron más que problemáticas. Debido, seguramente, a sus obsesivas y ambiciosas aspiraciones literarias, no debió congeniar con alguien tan arrogante y vanidoso como Arthur. Probablemente su carencia de amor maternal espontáneo podría explicar la incapacidad de dar y recibir afecto en las relaciones humanas que padeció a lo largo de toda su vida. Pronto surgió una tensa rivalidad literaria-intelectual entre ambos, que se acentuó por los reproches y recriminaciones que dirigía a su madre — por su vida frívola y galante y por estar despilfarrando la herencia del padre, de la que era administradora. En cierto momento, hasta llegó a responsabilizarla de la muerte del padre por su vida de despilfarro, frivolidad y su falta de amor, (5).

A partir de su ruptura, en 1814, pasa cerca de cinco años en Dresde, preparando su magna obra El mundo como voluntad y representación, que se publica en Leipzig en diciembre 1818. La obra pasará desapercibida por la crítica y por la academia. No pecó de falsa modestia a propósito de la importancia de su libro: “Mi obra es un nuevo sistema filosófico […], una cadena de pensamiento engarzada en grado sumo, como ningún hombre haya visto entrar antes en su cabeza”, le comentó a su editor Eberhardt Brockhaus, quien también publicaba las obras de su madre, Johanna (6). Al igual que Wittgenstein años más tarde, estaba persuadido de que con ella había resuelto todas las grandes cuestiones filosóficas.

Seguidamente, y para celebrar la conclusión feliz de su reciente obra, viaja a Italia donde más que nuevos estímulos, encuentra relajación: su humor, ciertamente, se iluminó bajo los cielos del sur, como sucedía a tantas gentes del norte. Visitó Venecia, Trieste, Florencia, Bolonia y Roma (en donde pasa el invierno). En marzo visita Nápoles para marchar luego a Venecia y Milán. Cuando regresa, en 1819, espera ser recibido con elogios y vítores, o al menos con críticas serias. Nada de ello obtiene. Cuando pregunta cuántos ejemplares se habían vendido, le responden que ninguno (en realidad en año y medio desde su publicación apenas se vendieron cien ejemplares). Esta falta absoluta de reconocimiento, que le acompañaría durante buena parte de su vida adulta, al principio le sorprendió, pero más tarde le amargaría profundamente.

Schopenhauer versus Hegel

Pasa casi dieciocho años sin publicar una sola línea. En 1820 opta a una cátedra de filosofía en la Universidad de Berlín, sin éxito. Como “privat-docent” obtiene una licencia en dicha Universidad para impartir un curso privado. Imparte sus clases a la misma hora que su rival Hegel quien, en un edificio próximo, da las suyas. Con Schopenhauer se matriculan cinco alumnos, Hegel es escuchado por más de trescientos. Su fracaso es total: ante la inasistencia de alumnos a sus clases, se ve obligado a suspender el curso, que apenas ha durado un semestre. Su hostilidad visceral hacia Hegel estará, pues, más que justificada.

Así valorará, más tarde, a su rival: “En lugar de pensamientos, sólo alberga palabras […]. La desvergonzada fechoría de este charlatán, la verdadera “improbitas” (desvergüenza) de su acicate, consiste en juntar palabras que delatan operaciones imposibles por parte del intelecto, esto es, contradicciones y absurdos de todo tipo; con su lectura el intelecto queda sometido a un verdadero tormento […]. En su conjunto, la filosofía de Hegel contiene tres cuartos de “puro sin sentido” y un cuarto de “ocurrencias corruptas” (7). Lo que no tenía ningún valor ni ningún sentido encontraba amparo en una exposición y lenguaje oscuros.

Fichte fue el primero en aprovecharse de este privilegio y utilizarlo; denunció, manifestando su exasperación con la oscuridad filosófica de Fichte, que muchos desde entonces también habrán sentido. Pero Hegel aún le parecía peor: “aquel charlatán torpe y nauseabundo, aquel individuo pernicioso que desordenó y arruinó las mentes de toda una generación” (8). Su sombrío orgullo le había impedido cambiar el horario de su asignatura y arruinado sus posibilidades de encontrar destino en Heidelberg o Würzburg cuando lo solicitó en 1827. El enviado bávaro responderá a las peticiones de referencias con acritud: “(Schopenhauer) no goza de ninguna fama aquí como escritor ni como profesor” (9).

En 1822 viaja a Italia por segunda vez, permaneciendo allí cerca de dos años (Milán, Florencia, Venecia). A su vuelta, abandonada ya toda actividad docente resuelve dedicarse a la traducción: traduce al alemán el Oráculo manual de Gracián, pero las editoriales rechazan su propuesta de traducir a Kant al inglés y Tristan Sandy, la novela de Sterne, al alemán. Profundo conocedor de las lenguas clásicas greco-latinas (sus libros moralistas están plagados de citas clásicas: Epicuro, Horacio, Séneca), fue también gran lector de la literatura romántica alemana y de la europea, en general. Leyó a los clásicos franceses (Voltaire, La Rochefoucauld), ingleses (Shakespeare) y españoles, sobre todo del siglo de Oro: Gracián, Cervantes, Calderón, además de la literatura cristiana e hinduista.

‘Schopenhauer, Nietzsche, Freud’ de Thomas Mann, (Barcelona, 1984)

Todo esto es confirmado por Thomas Mann cuando escribe al respecto que “su cultura literaria no era, en modo alguno, sólo humanista: se extendía a las literaturas europeas de todos los siglos, pues su facilidad en el manejo de las lenguas modernas databa incluso de una época anterior a su estudio de las antiguas, y sus libros están cuajados de citas de escritores ingleses, franceses, italianos, españoles, también de la 103 poesía alemana, en especial de Goethe, y de la mística, casi todavía más que de citas de escritores antiguos. Sus libros dan la sensación de haber sido escritos por alguien que ha corrido mundo, que se halla por encima de la mera especialización, por un hombre docto, un literato mundano” (10). A todo ello habría que añadir sus amplios conocimientos de las ciencias naturales de su tiempo cuyo interés se remonta a su época de estudiante en Gottingen y que fue completando a lo largo de toda su vida como apoyo y corroboración empírica de sus tesis metafísicas.

Tras residir varios años en Berlín, en 1831 una epidemia de cólera estalla en la capital prusiana y Schopenhauer decide abandonarla para instalarse en un apartamento de la ciudad provinciana de Francfurt am Main — ciudad en la que residirá permanentemente hasta su muerte, por espacio de treinta años sin que ninguna preocupación material agobie su ánimo debido a las cuantiosas rentas de que disponía — donde lleva una vida retirada y austera, renunciando definitivamente “al demonio de los viajes, entregado apasionadamente a la filosofía, a la música (Rossini o de Haydn), a tocar la flauta, a pasear y a escribir su obra.

BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS

1) Para los datos biográficos de Schopenhauer hemos consultado fundamentalmente: Ben-Ami Scharfstein: Los filósofos y sus vidas pp. 255-272; Rüdiger Safranski: Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía, versión española de José Planells Puchades, Madrid, Alianza Editorial, 1991; Luis Fernando Moreno Claros, Schopenhauer, Algaba Ediciones, Madrid, 2005; “Arthur Schopenhauer. El Bodhisatva deslucido”, en Locura filosofal, Nigel Rodgers y Mel Thompson, traducción de Albert Fuentes, editorial Melusina, España, 2006, pp. 51-77; Bryan Magee: Schopenhauer, traducción de Amaia Bárcena, editorial Cátedra, Madrid, 1991. William Wallace: Arthur Schopenhauer, prólogo de Fernando Savater, traducción de Joaquin Bochaca, Ediciones de Nuevo Arte Thor, Barcelona, 1988; Y. Vecchiotti, Qué ha dicho verdaderamente Schopenhauer, Doncel, Madrid, 1972.

2) Johanna Trosinier, su nombre de cuna, era una mujer independiente y con grandes ambiciones literarias, Autora de unos 24 volúmenes de novelas, diarios, ensayos y relatos de viajes, formaba parte de los primeros grupos de mujeres emancipadas de su época como Germaine de Stäel, Caroline Michaelis, Henriette Herz, Carolina von Günderrode o Bettina Brentano, por citar algunas de sus coetáneas. En su tertulia literaria de Weimar se relacionó con escritores y artistas, entre otros con Goethe, Wieland, los dos Schlegel, Tieck y otros. Sus relaciones con su hijo Arthur fueron tormentosas.

Rüdiger Safranski, Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía

3) Rüdiger Safranski, Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía, op cit., p. 248.

4) Ibid, p. 151.

5) Ya anciano confesará a uno de sus discípulos: “Conozco a las mujeres. Sólo les interesa el matrimonio como institución de beneficencia. En la época en que mi propio padre languidecía, confinado miserablemente a una silla de enfermo, habría quedado totalmente abandonado si no fuera porque un antiguo sirviente puso en práctica el denominado amor al prójimo. Mi señora madre organizaba tertulias mientras él se consumía en su soledad, y ella se divertía mientras él soportaba amargos tormentos. ¡Hete ahí el amor de las mujeres!”. De “A. Schopenhauer, Gespräche”, ed. por Arthur Hübscher, Stuttgart, 1971, 101 p. 152 (citado en Franco Volpi, “Introducción” a Arthur Schopenhauer, El Arte de tratar a las mujeres, Alianza Editorial, p. 20).

6) Nigel Rodgers, Locura filosofal, op. cit., p. 70.

7) A. Schopenhauer, Manuscritos berlineses. Sentencias y aforismos (Antología), versión castellana de Roberto R. Aramayo, Valencia, Pre-Textos, 1999, pp. 171-172.

8) Nigel Rodgers, Locura filosofal, op. cit. p. 67

90) Ibid.

10) Thomas Mann, Schopenhauer, Nietzsche, Freud, Barcelona, 1984, p. 82.

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Tomás Moreno Fernández

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