V. El AMOR AL SERVICIO DE LA VOLUNTAD DE VIVIR
Sin embargo, en La metafísica del amor sexual no se deja traslucir tan explícitamente, como en escritos posteriores, la perspectiva misógina de Schopenhauer. Ante todo, en ella se trata, en primer lugar, de desvelar el engaño que la naturaleza tiende al individuo, de quitarle el velo, de mostrar que el amor no es más que instinto sexual idealizado, una manifestación de la voluntad de reproducción de la especie, una trampa, una celada de la naturaleza (AMM, 102), una ilusión necesaria para la continuación de la especie. La atracción de los sexos es esclavitud del individuo a la especie. El instinto sexual prueba la supremacía del inconsciente sobre la reflexión y el intelecto.
En segundo lugar, considera que hay que devolver a las mujeres a su lugar, subrayando que:
“En el fondo, las mujeres existen únicamente para la propagación de la especie, y toda su misión se reduce a eso; de ahí que vivan más en la especie que en el individuo, y se tomen más a pecho los asuntos de la especie que los individuales. Ello confiere a todo su ser una cierta levedad y, en general, una orientación radicalmente distinta de la masculina” (ATM, 44).

Dada la importancia que Schopenhauer confiere a la sexualidad, desde el punto de vista no sólo biológico sino también ontológico, será menester para comprenderlo en su dimensión propia, esbozar sumariamente, al menos, la metafísica en la que aquella se integra y adquiere su pleno sentido; metafísica que se expresa en su obra magna El Mundo como voluntad y representación (1). Situado en el contexto de las filosofías iiracionalistas antihegelianas, Schopenhauer se enfrenta al pensamiento de Hegel argumentando que Kant tiene razón al defender la distinción fenómeno/nóumeno y mantener ambos planos de la realidad -mundo como voluntad (noúmeno) y representación (fenómeno) – aunque disienta de Kant al afirmar que el intelecto humano sí puede acceder a la naturaleza del plano nouménico de la realidad.
Lo real en sí está constituido por la voluntad, fundamento último de todo cuanto hay. La voluntad da nombre, pues, a una fuerza ajena y previa, una potencia extraña, en sí incognoscible, que obra sin fines y que se manifiesta en nuestro interior como deseo, siempre insatisfecho y que bautizó como voluntad de vivir (Wille zum Leben) y definió como el inherente impulso de todos los seres vivos –objetivaciones fenoménicas de esa entidad- de mantenerse vivos y reproducirse, de mantenerse en el ser. La voluntad es irracional y condena a todos los seres vivientes a ser arrastrados y destruidos por su incesante devenir (2).
Ambos sexos aparecen presos de esa voluntad de la especie, que trata de perpetuarse y de producir individuos mejores. Hasta el enamoramiento más idealizado no es sino engaño del genio de la especie; es travestir ilusoriamente un instinto, la libido, cuya única finalidad es engendrar precisamente ese determinado individuo, que solamente podrá nacer de la unión de ese hombre con esa mujer:
“El deseo amoroso que los poetas de todos los tiempos se esfuerzan por expresar con mil formas […] que une a la posesión de cierta mujer la idea de una felicidad infinita y un dolor inexpresable al pensamiento de no poder conseguirla; ese deseo y este dolor no pueden tener por principio las necesidades de un individuo efímero; ese deseo es el suspiro del genio de la especie, quien, para realizar sus propósitos, ve una ocasión única que aprovechar o perder, y exhala hondos gemidos” (AMM, 69-70).
Esta peculiar cosmovisión le facilita a Schopenhauer la explicación del fenómeno del enamoramiento, o, más bien, la explicación de por qué no puede explicarse. A los seres humanos siempre les ha desconcertado el carácter ciego e irracional del enamoramiento. Siempre se lo ha relacionado con palabras como “locura”, “delirio”, etc. Freud lo llamaba “la psicosis de las personas normales”. Los amantes creen que persiguen su felicidad, “pero la han sacrificado al bien de la especie”. Schopenhauer insiste en la infelicidad provocada por el amor pasional, que va en beneficio de la especie y no de los individuos.
Schopenhauer afirma que la explicación de ello es que el amor o deseo sexual es el acto mediante el cual lo noumenal entra en el mundo del fenómeno y esta incursión, como ya se ha dicho, es intrínsecamente inexplicable, es decir, no está sujeta al principio de razón suficiente y no puede estarlo. El por qué la voluntad se manifiesta respecto de unos y no en otros, no es una pregunta que podamos contestar, como ya hemos señalado. De modo que –teniendo en cuenta que para que exista cada uno de los fenómenos que son los seres humanos, para que exista un determinado individuo, es necesario que copulen dos individuos determinados y no otros. La imposibilidad de explicar la copulación de una determinada pareja forma parte de la imposibilidad de explicar la llegada al mundo de cualquier individuo.

Hombre y mujer están embaucados por la ilusión del amor, producida por el impulso o deseo sexual que es la voluntad de vivir –a la que indistintamente llama genio de la especie-, esa soberana fuerza que atrae exclusivamente -uno hacia otro- a dos individuos de sexo diferente y que trata de realizarse según sus fines en el hijo que debe nacer de ellos; es la voluntad de vivir manifiesta en toda la especie y que persigue el fin de la constitución de la generación futura, la autoperpetuación de la especie. La generación futura con entera determinación de sus individuos es quien está empujando para entrar en la vida… En la creciente inclinación mutua de dos amantes late, por así decirlo, la voluntad de vivir del nuevo individuo “que ellos quieren y pueden engendrar”. Este querer “engendrar” es inconsciente, pues lo que atrae a dos personas de sexo diferente es el placer que el uno puede proporcionarle al otro, el goce físico como necesidad imperiosa de la naturaleza. Por eso, para Schopenhauer entre todos los deseos y fines que se propone la vida humana no hay ninguno que sea más importante:
“La constitución y el carácter preciso y determinado de la generación futura, ¿no es un fin infinitamente más noble que sus sentimientos imposibles y sus quimeras ideales? Y entre todos los fines que se propone la vida humana, ¿puede haber alguno más considerable? Sólo él explica los profundos ardores del amor, la gravedad del papel que representa, la importancia que comunica a los más ligeros incidentes. No hay que perder de vista este fin real, si se quiere explicar tantas maniobras, tantos rodeos y esfuerzos, y esos tormentos infinitos para conseguir al ser amado, cuando al pronto parecen tan desproporcionados. Es que la generación venidera, con su determinación absolutamente individual, empuja hacia la existencia a través de esos trabajos y esfuerzos” (AMM, p. 48).
BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS
1) El título de su obra –El Mundo como voluntad y representación– es ya un epítome logrado de su doctrina filosófica: “El mundo es mi representación”: con este principio general, que remite a la tradición Idealista que culminará con Kant, comienza Schopenhauer su magna obra. Con esa expresión Schopenhauer viene a decir que a mí no me están inmediatamente dadas las cosas mismas (noúmeno), sino mis representaciones de las cosas; no el árbol, sino sólo mi representación del árbol; no el sol, sino sólo el ojo que lo ve, y éste sólo como representación. Se puede decir también: todo el mundo contenido en nuestras representaciones e incluso nuestro propio cuerpo –en principio- no es más que un mundo de apariencias, y el conocimiento humano y la ciencia no van más allá de él. Kant tiene razón: conocemos “apariencias” (fenómenos), no las cosas en sí (noúmenos), y mucho menos un absoluto o un Dios. Pero inmediatamente añade Schopenhauer un segundo principio complementario del primero: “El mundo es mi voluntad”. La palabra “voluntad” se ha de entender en sentido amplio: el hombre conoce o, mejor, siente su más íntima esencia como esa “voluntad de vivir” que configura y rige todos y cada uno de los órganos, impulsos, instintos, deseos, aspiraciones, pasiones y hasta el mismo conocimiento. Frente a esa voluntad, el intelecto cognoscente es algo derivado, subordinado, de segunda categoría; no tiene más que un papel 116 auxiliar: No por el conocimiento (de acuerdo con Kant), pero sí por la voluntad (en desacuerdo con Kant) podemos entrar en contacto con la “cosa en sí” (noúmeno).El hombre, como ser corporal, experimenta su cuerpo de dos maneras: externamente, como objeto de la representación o fenómeno, internamente como expresión de la voluntad, de modo que la voluntad de vivir, tal como yo la experimento en mi propio cuerpo, es a la par la “clave de la esencia de todas las apariencias de la naturaleza” (I. 164). Esa voluntad es lo que aglutina internamente el mundo de nuestra representación –– desde la fuerza de la gravitación hasta la conciencia humana, desde las fuerzas de la naturaleza, el crecimiento de las plantas y el instinto de los animales hasta el instinto de conservación del hombre — y esa entidad no es el espíritu, ni un absoluto, ni tampoco un Dios. Es una fuerza, impulso o potencia primigenia ciega, irresistible, incógnita, inexplicable, indeterminada que es lo que aparece o se manifiesta en todas las apariencias/fenómenos del mundo. El mundo de la representación existe en cuanto voluntad apareciente. El mundo es en esencia íntegramente “voluntad” y, a un mismo tiempo, íntegramente “representación” (MVR, I.).

2) Schopenhauer: MVR, II, op. cit. Dicho en términos más sencillos: para Schopenhauer, todo en la Naturaleza es voluntad, desde el movimiento de los astros hasta el vuelo de las mariposas. En el hombre, la voluntad se manifiesta como hambre de dominio, como afán constante de imponerse. La voluntad se presenta claramente en la conciencia que tenemos de nosotros mismos. Y es gracias a esa conciencia, que nos revela nuestra más profunda esencia que podemos darnos cuenta que todo lo demás también es manifestación de la voluntad. En el mundo animal, la voluntad se vale del instinto para realizarse; y en el hombre, además del instinto, se vale de la razón o intelecto. El intelecto le permite al ser humano captar las regularidades de la Naturaleza y, en consecuencia, manejarla para su propio beneficio; le sirve, asimismo, para manejar a los demás hombres. Pero no deja de ser un mero instrumento de la voluntad, por eso cuando se cree guiado por él el hombre se engaña a sí mismo. Todo lo que hace con su intelecto o razón no es sino para conseguir fines de los cuales es inconsciente. Por eso la vida humana no es sino un conjunto de ilusiones falsas. Así el amor entre hombre y mujer es engaño de la voluntad que sólo persigue la reproducción para perpetuarse en su ser: el enamorado adorna con flores, palabras y poemas su enamoramiento, pero lo único que está haciendo es colaborar con el impulso ciego de la voluntad, que sólo persigue la existencia sempiterna de su propio dinamismo. Cf. también: A. Schopenhauer, Sobre la voluntad de la naturaleza, Alianza Editorial, Madrid, 1970.
ÍNDICE
I. LA FORMACIÓN DE UN FILÓSOFO MISÁNTROPO Y PESIMISTA
II. SCHOPENHAUER: PERSONALIDAD Y PROYECCIÓN HISTÓRICA
III. LAS MUJERES EN LA VIDA DE SCHOPENHAUER
IV. METAFÍSICA DEL AMOR EN SCHOPENHAUER
V. El AMOR AL SERVICIO DE LA VOLUNTAD DE VIVIR
VI. LA ELECCION EN EL AMOR Y LA CONCORDANCIA DE LOS SEXOS
VII. DE LA IMPOSIBLE FELICIDAD EN EL AMOR PASIONAL
VIII. El SEXO Y LA MUJER O LA ASTUCIA DE LA NATURALEZA





