VIII. El SEXO Y LA MUJER O LA ASTUCIA DE LA NATURALEZA
Schopenhauer enlaza, finalmente, su metafísica del amor con su metafísica en general, iluminándola “con nueva luz”. Su metafísica del amor y, en particular, la enorme, viva y activa atracción entre los sexos confirma dos verdades nucleares de su posición filosófica general: 1ª) la verdad de la indestructibilidad del ser en sí que sobrevive al hombre en esas generaciones por venir y 2ª) la de que el ser en sí reside en la especie más que en el individuo. Ese impulso de atracción y esa simpatía entre los sexos no podría existir de manera tan indestructible ni ejercer sobre el hombre tan gran imperio “si el hombre fuese efímero en absoluto y si las generaciones se sucedieran real y absolutamente distintas unas de otras, sin más lazo que la continuidad del tiempo” (AMM, 81).
El interés por la constitución especial y personal de la especie, de la raza venidera –origen de todo comercio sexual y amoroso, desde el capricho más fugaz hasta la pasión más seria- es, en verdad, para cada uno el mayor negocio, al que se subordina y sacrifica todo otro interés personal: lo que prueba que “la especie le importa más que el individuo, y que vive más directamente en la especie que en el individuo” (AMM, 81). La atracción, viva y ferviente, que atenaza a los amantes y enamorados, suscitada por un determinado hombre o por una concreta mujer es “un gaje de la indestructibilidad de la esencia de nuestro ser y de su continuidad en la especie” (AMM, Idem).
Esa esencia oculta es precisamente lo que está en el fondo de nuestra conciencia y forma su “punto céntrico” y es, en tanto cosa en sí, libre del principio de individuación, algo que “se encuentra absolutamente idéntica en todos los individuos, lo mismo en los que existen entonces que en los que les suceden” (AMM, 82). A esto es a lo que Schopenhauer llama la voluntad de vivir, es decir, la aspiración apremiante a la vida y a la duración, una fuerza inmutable que la muerte conserva y deja intacta, sometiéndonos a la perpetuación de la cadena de sufrimientos, tormentos y desdichas sin fin en que consiste nuestra existencia fenoménica. Como sintetiza Alicia Puleo:
“Todo individuo varón, para Schopenhauer, con la excepción de aquel que logra el ideal ascético, es un seducido por la voluntad de vivir, expresada paradigmáticamente en el instinto sexual. Y como la mujer es la que encarna “la astucia de la especie” para propagarse a costa de los sufrimientos de los individuos, el individuo schopenhaueriano es burlado por la mujer, la especie y la secuencia genealógica” (1).

Por su parte, Amelia Valcárcel ha analizado este papel de la mujer o de lo femenino como una estrategia de la naturaleza para reproducir el ser: “En verdad llamamos femenino, a causa de una tergiversación espiritualista, a lo que en términos propios hay que llamar “lo hembra”. La naturaleza es ella misma hembra y persigue perpetuarse porque ese es el fin único que tiene, dado que en ella ni hay ni puede haber una ulterior teleología”. La naturaleza es en sí misma inconsciente e inconsciente de sí misma, la misma inconsciencia de lo hembra y “está presente en la especie humana a través de las mujeres que tienen todas y cada una las características generales de lo hembra”. Considera nuestra filósofa que lo hembra es inconsciente, ininteligente, corto de miras, incapaz de formar representaciones o conceptos, incapaz de prever el futuro, incapaz de reflexionar sobre el pasado, en fin, un puro existir sin conciencia de sí misma. “Y como lo hembra es una continuidad a lo largo de la naturaleza se sigue que una vaca, una perra, una gallina y una mujer se parecen mucho más entre sí que una mujer y un varón, que sólo aparentemente son de la misma especie” (2).
Lo que aleja a las mujeres de la especie humana, según nuestra filósofa, es que precisamente son hembras. Aunque a veces parecen seres humanos, hablan, se comportan, parecen seguir normas, esto es pura apariencia. La sabiduría consiste en poder fijar una mirada más profunda y ver cómo a través de ese aparente ser humano lo que en verdad sucede es el surgir de una estrategia de la naturaleza para perpetuarse. Las perfecciones de este ser son falsas y utilitarias: belleza o gracia o atisbos de inteligencia sólo tienen por fin la reproducción y la prueba es que ese ser las pierde en el momento en que se reproduce. Mientras que los varones tienen madurez, las mujeres florecen y se agostan. La naturaleza, que las utiliza, se venga de ellas” (3).

Pero la mujer cumple su función de hembra a través de la mediación del sexo, del instinto sexual, y Schopenhauer imputa, pues, a ese instinto sexual, la perpetuación de la voluntad de vivir, la responsabilidad de mantener la cadena genealógica que nos condena a padecer dolor y muerte ya que: “trabaja en secreto para perpetuar toda la miseria y todos los tormentos, que sin ellos tendrían un fin próximo, fin que pretenden hacer vano, cual vano lo hicieron otros antes que ellos” (AMM, 83). De ahí que su actitud hacia la mujer en cuanto tal, el sexo en general y el acto sexual en concreto, sea esencialmente negativa. En lo que se refiere al acto sexual: es un acto que, al reflexionar fríamente, debe considerarse, por regla general, con desagrado y repugnante a cualquier consideración elevada. Pues, a su juicio, la propagación de la especie es algo completamente indeseable. Y si es verdad que el hombre es voluntad, haría mejor con dejar de desear y morirse, pero ésta es la única cosa que no puede hacer voluntariamente (4).
Lo único racional que cabe hacer frente a su insidiosa presión es renunciar a ella y, consecuentemente, al deseo sexual, suspendiendo así la secuencia fatídica de las generaciones. Como la representante por antonomasia de esa insidia es la mujer -que encarna la astucia de la especie y la defensa de sus intereses frente al individuo- el individuo ascético no tiene más recurso ante ella que alcanzar la noluntas, la negación de la causa del sufrimiento, es decir, del querer vivir y del deseo sexual. La única forma de salvación para Schopenhauer reside, pues, en aspirar al no-deseo, a la supresión de todo deseo “puede, sin embargo, libertarse de los sufrimientos y de la muerte por la negación de la voluntad de vivir, que tiene por efecto desprender la voluntad del individuo de la rama de la especie y suprimir la existencia en la especie” (AMM, 82) (5).
Sólo la abstinencia y la no procreación pueden llevar con el tiempo a la desaparición e la especie humana y a la extinción o abolición de ese deseo que nos encadena y esclaviza a la existencia, al sufrimiento (por la privación o el tedio) y a la muerte. Ello sólo será posible mediante el ascetismo que niega el mundo y el deseo, aproximándose así a las sabidurías estoica y budista que enseñaban que frente a la voluntad de vivir sólo vale la resignación o la indiferencia a nivel empírico.
Y, a nivel espiritual, añade Schopenhauer, la contemplación filosófica y artística y el misticismo. La contemplación filosófica es, en efecto, según nuestro filósofo, un “calmante de la voluntad”, una separación casi mística y un estado de auténtica quietud, como comprendieron bien los hindúes, los budistas y los místicos. El arte, a su vez, puede definirse como descanso de la acción mundana e interesada y, por tanto, también como una “suspensión de la voluntad de vivir”. La filosofía, la música y el arte son, pues, como bálsamos que adormecen transitoriamente el dolor de la existencia, algunos de los consuelos que le caben al hombre ante el sufrimiento, el tedio y el horror de la vida y del apego a la voluntad de vivir (6). Schopenhauer confiesa que no tenemos ninguna idea acerca de lo que entonces le sucede a esta voluntad, nos faltan todos los datos al respecto, pero se atreve a sugerir que sería un estado semejante al que en el budismo se denomina con la palabra nirvana.

La tesis nuclear de su metafísica de la voluntad se expresa en este texto: “Todo querer tiene su fuente en una necesidad, es decir, un dolor, a que su satisfacción pone término. Mas por un deseo que se satisfaga hay diez por lo menos que no pueden ser satisfechos. Además, el deseo es largo y las exigencias innumerables, mientras que la satisfacción es breve y estrictamente tasada. Este mismo contento es, en definitiva, aparente; el deseo cumplido deja lugar para un nuevo deseo; el primero es una decepción reconocida, el segundo una decepción que se prepara. Ninguna de las aspiraciones que realizamos nos produce una alegría prolongada y duradera. Es como una limosna que se da a un mendigo, que le salva la vida para prolongar su miseria hasta el día siguiente” (MVR, III, $ 38).
Precisamente el final de la extinción de la voluntad, ideal ascético de la filosofía de Schopenhauer, es, según Wanda Tommasi, “lo que nos puede dar a entender mejor, por qué resurge en este autor el sentimiento de una misoginia digna de los Padres de la Iglesia más violentamente hostiles a las mujeres” (7). O incluso, como afirma Fernando Savater, por qué Schopenhauer sostiene una repugnancia ante la sexualidad y la fecundación digna de los propios gnósticos. Y es que, en opinión de Savater, Schopenhauer “es el último gnóstico: y, como los gnósticos, abomina de la creación, se niega a rendir culto al demiurgo, escupe sobre los ajetreos de la paternidad y del erotismo, lamenta cada uno de los vínculos que nos unen a lo irremediable […] y está convencido de que la gnosis — cierto tipo de conocimiento particularmente elevado — puede servirnos para cortar con su puro láser de luz inteligente las ligaduras que nos atan al dolor” (8).
En este mismo sentido, Ludwig Schajowicz ha señalado cómo la filosofía de Schopenhauer queda vinculada a ciertas corrientes heterodoxas de Occidente: “Para decirlo grosso modo: los antecedentes espirituales de Schopenhauer son los gnósticos, los maniqueos y los neo-maniqueos (entre estos últimos, los cátaros), cuya importancia para el desarrollo de la sensibilidad religiosa y erótica del hombre medieval y del hombre moderno ya no suele ponerse en duda, pues a diferencia del temple vital que ejemplifica el budismo, se nota en el dualismo gnóstico un fermento revolucionario” (9). Por su parte Celia Amorós diagnostica igualmente este componente pesimista sexual y genésico en Schopenhauer, subrayando la afinidad del filósofo germano con otros dos pensadores misóginos tan representativos como Sade y Kierkegaard:
“Es común”, escribe nuestra filósofa, “a Schopenhauer y a Sade –- y, también a Kierkegaard — la fobia antigenealógica, el horror a la reproducción. No quieren mujeres madres, a diferencia de los varones que se autoidentifican con las clases emergentes. Su voluntad es una voluntas de cierre genealógico. Si, en el declive del mundo del estatus, la genealogía ya no legitima, la voluntad sádica y la voluntad romántica preconizan el bloqueo genealógico. Para Schopenhauer, no querer mujeres madres se identifica con no querer mujeres en absoluto, al menos en los términos en que el contrato social-sexual de la modernidad las brinda: matrimonio monógamo, concesión a la esposa de cierto estatus, aunque sea adjetivo” (10).

Con notable perspicacia Wanda Tommasi también destacará la afinidad del filósofo alemán con la tradición misógina cristiana de significativos Padres de la Iglesia, con estas palabras: “Así como algunos autores cristianos eran sañudamente enemigos de la mujer, porque constituía un obstáculo en la perspectiva de la unión con Dios, según el ideal ascético que perseguían, en Schopenhauer, la representación de un ideal análogo de ascética hace que la presencia femenina se perciba como una peligrosa tentación, que aparta al hombre del objetivo de la noluntas” (11). Como más adelante veremos, también Otto Weininger, se caracteriza por esta actitud antifemenina, antigenealógica, sexofóbica y gnóstica, por su aversión a la mujer, a la sexualidad y a la fecundidad humanas.
BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS
1) Alicia Puleo, Cómo leer a Schopenhauer, op. cit., p. 80.
2) Amelia Valcárcel, La memoria colectiva y los retos del feminismo, en Los desafíos del feminismo ante el siglo XXI, Amelia Valcárcel, María Dolors Renau, Rosalía Romero, op.cit., pp. 31-32.
3) Ibid.
4) El suicidio no es, en su opinión, ninguna escapatoria o salida, no es una negación eficaz de la voluntad de vivir. Aniquila el fenómeno individual de la voluntad, pero no la voluntad misma. La voluntad crea enseguida una nueva encarnación, a semejanza del pensamiento hindú de la reencarnación. Anticipándose a Freud, Schopenhauer considera que el suicidio es una forma de autoagresión y que comporta específicamente una afirmación de la voluntad. “Lejos de negar la voluntad, la afirma enérgicamente. La negación no consiste en detestar males, sino los goces de la vida” (MVR, IV, 69, p. 203).
5) No otro será el deseo de Weininger, en esto fiel seguidor de su maestro Schopenhauer. La explicación de ello es que, para Schopenhauer, el deseo sexual, como cualquier otro deseo o apetito, es efecto de una carencia y causa de insatisfacción, y, por tanto, de dolor e infelicidad. El sufrimiento y el horror de la existencia se debe fundamentalmente a este dominio esclavizador de la voluntad sobre los individuos que opera a través del deseo, siempre insaciable, siempre insatisfecho.
6) La experiencia estética (arte, música, literatura), según Schopenhauer, nos permite liberarnos temporalmente de la voluntad en la medida que nos permite apartarnos de la corriente del tiempo, de la causalidad y de las cadenas de relaciones. En ella no existen ya para nosotros ni el dolor ni la dicha; en la contemplación desinteresada, anulado el poder de la voluntad, no somos más que sujetos puros de conocimiento. “Entonces lo mismo da contemplar la puesta de sol desde un calabozo que desde un palacio” (MVR III, $ 48), durante ese momento “estamos liberados del impertinente apremio de la voluntad, celebramos el sabbath del trabajo forzado de la voluntad, la rueda de Ixión se detiene”. El arte nos proporciona un conocimiento de efecto aquietador, pues, “al obrar sobre la voluntad, no le suministra motivos como los demás conocimientos, sino un calmante, un aquietador” (MVR, III, $ 48). Así, pues, el arte está en otro plano que la vida. Lo que encontramos terrible e insoportable en la realidad, como un asesinato o un naufragio, se transfigura en las representaciones del arte bello en algo que nos proporciona gozo y actúa como un bálsamo sobre nuestras heridas permanentemente abiertas. Pero el arte, claro es, “no le emancipa para siempre de la vida, solo le liberta de ella por breves instantes; no es más que un consuelo provisional en la existencia, hasta que sintiendo sus fuerzas desarrolladas en este ejercicio y cansado por fin del juego, atienda a la cosa seria”. (MVR, III $ 52).
7) Wanda Tommasi: Filósofos y mujeres, op. cit p. 156.

8) Fernando Savater op. cit. Schopenhauer. La abolición del egoísmo. Barcelona, Montesinos, p. 19. Borges, que tanto sigue y admira a Schopenhauer, en su relato: “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” se hace eco de esa herejía: “Entonces Bioy Casares recordó que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres” y en El tintorero enmascarado, Hákim de Mery se opina, escribe Borges, que “los espejos y la paternidad son abominables, porque la multiplican y afirman”. Para el tema gnosticismo y sexualidad véanse los citados en el capítulo que dedicamos a Weininger.
9) Ludwig Schajowicz, Los Nuevos Sofistas. La subversión cultural de Nietzsche a Beckett, UPRED, Universidad de Puerto Rico, Barcelona, 1979, pp. 103-104.
10) Celia Amorós, Tiempo de feminismo, op. cit., p. 230. “Si en Sade el dolor […] es el signo de que el placer se está tomando a sí mismo como ley, en Schopenhauer el dolor nos aparecerá como la consecuencia sistemática del mismo. En efecto: como la esencia de la realidad es sufrimiento y dolor, la reflexión no podría tener sino efectos interruptivos en el funcionamiento de la cadena del ser. En la medida en que nos comportamos de acuerdo con ella, la consecuencia lógica que se extraería de tal análisis y de una valoración de tan rotundo pesimismo sobre lo que constituye la urdimbre última de la vida sería la abstinencia de toda relación sexual, que genera seres condenados al dolor, y la práctica de la más absoluta ascesis”.
11) Wanda Tommasi, Filósofos y mujeres, op. cit. p. 156.
ÍNDICE
I. LA FORMACIÓN DE UN FILÓSOFO MISÁNTROPO Y PESIMISTA
II. SCHOPENHAUER: PERSONALIDAD Y PROYECCIÓN HISTÓRICA
III. LAS MUJERES EN LA VIDA DE SCHOPENHAUER
IV. METAFÍSICA DEL AMOR EN SCHOPENHAUER
V. El AMOR AL SERVICIO DE LA VOLUNTAD DE VIVIR
VI. LA ELECCION EN EL AMOR Y LA CONCORDANCIA DE LOS SEXOS
VII. DE LA IMPOSIBLE FELICIDAD EN EL AMOR PASIONAL
VIII. El SEXO Y LA MUJER O LA ASTUCIA DE LA NATURALEZA





