Isidro García Cigüenza, por las calles de Granada con su burrita Molina

Isidro García Cigüenza: «’Saber caminar’ es ‘Saber observar’

A mediados de los 70, en Guizaburuaga (Vizcaya), cuando entré por primera vez como maestro en aquella clase, lo primero que hice fue girar los pupitres y orientarlos hacia los ventanales. Así, en lugar de mirar al encerado —plagado de cuentas y dictados, con el crucifijo y la foto de Franco presidiendo la sala—, los alumnos y yo nos pusimos de cara a la luz y al paisaje. Ellos aún me lo recuerdan.

La observación es una de las competencias fundamentales en la infancia. Constituye una vía privilegiada para vincular al niño con el entorno natural, social y cultural. Desde la Pedagogía Andariega, la hemos entendido siempre como una acción activa: mirar, sentir y reconocer lo que ocurre alrededor con atención, afecto y apertura. Un “alrededor” que se amplía y enriquece a medida que caminamos.

La práctica de la observación adquiere un sentido profundamente emancipador cuando se sitúa en espacios abiertos, en contacto con la vida que transcurre fuera de los muros escolares. Frente a un sistema educativo que aún hoy se sostiene, en gran medida, sobre el encierro en aulas, la repetición de lecciones y la dependencia excesiva de los libros de texto o los tutoriales de internet, la observación al aire libre devuelve a la experiencia directa su lugar central en el aprendizaje.

Caminar, observando

El niño que observa un árbol en crecimiento, una plaza donde conviven distintas generaciones o el recorrido del agua en un arroyo no solo adquiere conocimientos, sino que aprende a leer el mundo real como su primer libro. Esta experiencia contrasta radicalmente con un aprendizaje descontextualizado que se limita a reproducir esquemas prefabricados, a menudo alejados de la vida cotidiana del alumnado.

La observación externa implica también liberar el cuerpo y los sentidos: caminar, desplazarse, agacharse, tocar, escuchar, preguntar. Allí donde la escuela tradicional impone, aún hoy, quietud, silencio y obediencia, la práctica observacional al aire libre abre paso a la movilidad, la curiosidad y la construcción de significados desde la experiencia.

No se trata únicamente de cambiar un espacio por otro, sino de transformar la lógica del aprendizaje: del encierro al descubrimiento, de la explicación cerrada a la pregunta abierta, del libro único o la tableta a la pluralidad de lecturas que ofrecen la naturaleza, la ciudad y los objetos culturales.

La Pedagogía Andariega reconoce en la observación externa una vía para recuperar la dignidad del aprendizaje: que los niños no sean simples receptores de información, sino exploradores activos de un mundo compartido, capaces de generar vínculos afectivos y críticos con lo que les rodea.

Un ejemplo concreto que practico habitualmente con alumnos en la Serranía de Ronda es la lectura de indicios. Son salidas que hacemos siempre en compañía de la burrita Molinera —una fuente de estudio en sí misma—. Se trata de la lectura de huellas, entendida como la capacidad de percibir señales sutiles que permiten inferir hechos, comportamientos o estados. Entre los indicios más habituales se encuentran los rastros que dejan los seres vivos en su entorno: pisadas, arañazos, mordeduras, excrementos, pelos, plumas, restos de comida, madrigueras abandonadas, nidos vacíos o marcas de roer. Cada señal ofrece información específica sobre la especie, su actividad, la dirección de su movimiento o sus hábitos. A los niños les apasiona descubrirlas.

Dibujo realizado por Isabel

La historia de la pedagogía ofrece un hilo común con nuestros objetivos: los grandes educadores coincidieron en reconocer la observación como primer peldaño del aprendizaje auténtico. Antes que memorizar, repetir o sistematizar, todos ellos reclamaron mirar, escuchar y atender al mundo con sensibilidad despierta. Algunos ejemplos:

Johann Heinrich Pestalozzi (1746–1827) sostenía que “todo conocimiento comienza con la experiencia de los sentidos”. Para él, la observación directa era la base de la enseñanza elemental: el niño debía mirar y tocar antes de leer o abstraer.

Francisco Giner de los Ríos (1839–1915), creador y director de la Institución Libre de Enseñanza, afirmaba: “Se nos enseñan muchas cosas, menos a pensar y a vivir”.

Maria Montessori (1870–1952) situó la observación en el corazón de su método, tanto para el maestro como para el niño: “La observación es el punto de partida de la educación; el maestro debe observar al niño y el niño debe observar el mundo.”

Ovide Decroly (1871–1932) defendió que el aprendizaje debía nacer de la observación de la vida misma. Su principio de “centros de interés” partía de fenómenos naturales y sociales que despertaban la curiosidad genuina del alumnado.

John Dewey (1859–1952) vinculó observación y democracia: observar el entorno y los problemas reales permitía a los niños aprender a pensar críticamente y a participar en la vida comunitaria. Para Dewey, “aprender a través de la experiencia” comenzaba por la mirada atenta a lo que ocurre alrededor.

En conjunto, estos pedagogos coinciden con nosotros en que la observación no es un lujo ni un recurso accesorio, sino la condición de todo aprendizaje genuino. La Pedagogía Andariega retoma y actualiza esta herencia, reclamando la observación en movimiento y en el exterior como base de una educación viva, digna y conectada con el mundo.

Isidro García Cigüenza

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Comentarios

3 respuestas a «Isidro García Cigüenza: «’Saber caminar’ es ‘Saber observar’»

  1. Completamente de acuerdo.
    Mis primeras experiencias en la naturaleza y pedagógicas, serias, racionalistas, ecologistas,
    colaborativas y educativas fueron en el curso 1978-1979 con tres cursos octavos en el colegio público ‘Sierra Nevada’ (Zaidín-Granada).
    Pero hasta hoy no había leído sobre tu Pedagogía Andariega, gracias Isidro CG.
    A tus autores añado Freinet, Ferrer y Guardia, A. Benaiges y buscaría algun@s más. Saludos.

  2. Tomás Moreno Fernández

    Amigo ISIDRO: ya se echaba de menos la presencia de tus crónicas y enseñanzas de tu entrañable pedagogía andariega y juanramoniana que, con la inestimable ayuda de tu Platero, tanto amor a la naturaleza, ternura y conocimientos estaba y está repartiendo entre los niños y niñas andaluces. Gracias y ADELANTE

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