Niños nómadas digitales

Isidro García Cigüeza: «Global Wayfaring Pedagogy»

Encuentros entre la Pedagogía Andariega, las familias nómadas digitales y los desplazamientos humanos

Mientras, caminando, diseñaba una Situación de Aprendizaje en la que quería poner en relación a profesores de instituto con una Asociación de Recreación Histórica de la localidad, me llamó la atención un grupo de niños jugando en un parque infantil, a orillas de la playa y a una hora inusual.

Nuevas tendencias educativas

Fue entonces cuando se me hizo la luz y comencé a pergeñar lo que he dado en llamar Pedagogía Andariega Global, o en inglés, Global Wayfaring Pedagogy.

En un mundo donde moverse se ha convertido tanto en una posibilidad como en una urgencia, el acto de caminar adquiere nuevos significados. Algunas familias eligen desplazarse porque el trabajo remoto y las redes les permiten vivir aprendiendo entre distintas geografías. Otras caminan porque no les queda más remedio: emigran, buscan refugio, huyen de la violencia o del hambre.

Entre ambos extremos del movimiento humano —el viaje elegido y el desplazamiento forzoso— se abre un territorio pedagógico de enorme potencia: el de una educación que camina, acompaña y vincula.

La Pedagogía Andariega nace de esa intuición: aprender es andar. Andar por el mundo con los ojos abiertos, con los sentidos atentos y con otros al lado. Es una pedagogía que se construye fuera de los muros, en el contacto con la tierra y la comunidad, en la conversación que surge del trayecto compartido. En ella, el movimiento no es distracción sino método; no es huida sino pertenencia.

Frente a la educación sedentaria y cerrada que aún predomina en escuelas e institutos, la mirada andariega propone un aprendizaje que se desplaza, que escucha y que se deja transformar por el entorno. Por eso encuentra resonancia tanto en las comunidades itinerantes y adineradas como en los programas que acompañan a niños y jóvenes migrantes que viven la movilidad desde la fragilidad y la penuria.

Caminar es la forma más antigua de aprender. Desde los orígenes de la humanidad, el conocimiento se transmitía mientras se caminaba: poner nombre a las cosas, aprender de otros, aprender del sol, de las montañas o de los ríos. Instruirse ha sido siempre un acto colectivo, itinerante y sensorial.

La Pedagogía Andariega recupera ese principio y lo actualiza: camina como práctica de observación, de reflexión y de vínculo. La experiencia colectiva se convierte así en texto, y el territorio, en aula.

Las familias nómadas digitales, que viajan mientras trabajan y educan, retoman esa antigua intuición desde una realidad contemporánea. Para ellas, el mundo se convierte en un espacio educativo continuo. El aprendizaje no se mide en horas lectivas, sino en experiencias vividas. Allí donde la escuela tradicional impone un espacio fijo, estas familias exploran el aprendizaje como tránsito.

Pero hay otros caminantes menos afortunados: niños que cruzan fronteras en brazos de sus padres, jóvenes que abandonan su país en busca de futuro, personas que aprenden a vivir de nuevo en un lugar que no los esperaba. En su movimiento también hay una forma de aprendizaje —dolorosa, forzada, pero profundamente humana— que la Pedagogía Andariega no puede ignorar.
Educar en el desplazamiento es, en estos casos, restituir la dignidad del paso: convertir el camino en un espacio de escucha, de cuidado y de reconstrucción del sentido de pertenencia.

Entre quienes eligen moverse florecen propuestas que reinventan la educación desde la libertad. El worldschooling propone aprender a través del mundo: viajar para conocer, integrar la cultura y la naturaleza en el currículo vital. El unschooling, por su parte, defiende que los niños aprenden naturalmente cuando se les permite seguir sus intereses sin la rigidez de un programa.

Ambas visiones coinciden con la Pedagogía Andariega en confiar en la autonomía del aprendiz y en reconocer que el conocimiento surge de la experiencia. Sin embargo, la Andariega aporta una dimensión ética y comunitaria: no basta con moverse, hay que arraigar, aunque sea en tránsito. Cada lugar visitado debe ser también una oportunidad de reciprocidad.

Ese principio se vuelve esencial cuando el desplazamiento no es voluntario. Las pedagogías que acompañan a emigrantes y desplazados deberían recuperar esta idea andariega: no solo enseñar contenidos, sino reconstruir el vínculo con el entorno y afirmar la identidad del caminante. En los caminos forzosos, el acto educativo se convierte en refugio emocional, en territorio simbólico de seguridad.

En los últimos años han emergido metodologías que comparten con la Pedagogía Andariega un mismo anhelo: reconciliar la educación con la vida. La nueva Pedagogía Andariega Global no busca sustituirlas, sino entretejerlas desde una ética del movimiento consciente.

Un alto en el camino

El aprendizaje-servicio (service learning) demuestra que el conocimiento cobra sentido cuando se pone al servicio de la comunidad. La Pedagogía Andariega integra este principio de forma natural: quien camina puede contribuir, escuchar, dejar huella. En una escuela andariega global, los proyectos educativos no son itinerarios turísticos, sino trayectos de cuidado mutuo.

El ABP (Aprendizaje Basado en Proyectos) conecta la escuela con la realidad. La Andariega amplía ese vínculo: el territorio mismo se vuelve proyecto. Aprender geometría observando mosaicos urbanos, estudiar geografía siguiendo ríos, descubrir historia dialogando con los mayores. Cada pregunta abre un sendero; cada hallazgo, comunidad.

Las forest schools y el aprendizaje experiencial, por su parte, reivindican el contacto con la naturaleza. La Pedagogía Andariega comparte esa visión, pero añade la dimensión simbólica y cultural del paisaje. No se trata solo de jugar o explorar, sino de reconocer el entorno como sujeto pedagógico, como maestro y memoria colectiva.

Caminar es aprender sin prisa. En un mundo saturado de estímulos, la Andariega Global encarna el slow learning: aprender al ritmo del paso humano, dejar que la experiencia respire y la emoción decante.

Por otra parte, el pensamiento de diseño (Design Thinking) fomenta la empatía y la resolución de problemas reales. En la Andariega, esa creatividad se hace territorial: diseñar una fuente para un pueblo, un mural para la memoria, una ruta para conocer las aves locales. Innovar caminando, imaginar con los pies en la tierra.

En el ámbito de la migración —que es el que más nos llega al corazón—, la Pedagogía Andariega se hermana con las pedagogías interculturales y de frontera. Ambas promueven el reconocimiento mutuo entre culturas, la mezcla como riqueza, el diálogo como supervivencia.

Una Pedagogía Andariega Global podría convertirse en un marco educativo para comunidades nómadas, migrantes y acogedoras, donde aprender a convivir sea el primer aprendizaje.

Concluyendo. Caminar educa porque obliga a mirar. Quien anda, observa; quien observa, comprende; quien comprende, se transforma. O, como dicen en mi pueblo: “Quien mueve las piernas, mueve el corazón.”

Así, la Pedagogía Andariega, en su dimensión global, propone recuperar esa ética del paso a paso frente a una cultura que mide el aprendizaje por resultados inmediatos y no por vínculos.

Mi burrita Molinera podría darnos una lección sobre todo esto. Porque, en el fondo, todo acto educativo es una forma de andar. Y cuando el aprendizaje camina —ya sea entre montañas, por las redes o por los caminos del exilio—, la humanidad y el individuo se reencuentran consigo mismos.

Isidro García Cigüenza

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