II. LOS ULTIMOS AÑOS: LA MUERTE DE UN FILÓSOFO
Todos sus biógrafos coinciden en destacar como determinante en el decurso de la vida de nuestro filósofo de Königsberg el conocimiento y la amistad con Joseph Green. Un auténtico acontecimiento que representa una inflexión casi radical en la vida y costumbres del creador de la Filosofía Trascendental. J. Muñoz Redón en Las razones del corazón (1), nos informa al respecto de que no se sabe con seguridad la fecha de su primer encuentro, lo que sí se sabe es que a partir de ella se vieron cada día durante el resto de sus vidas.
Debió ser poco antes de 1766. Joseph Green, que tanto condicionará la vida del filósofo en la segunda parte de su vida, era un comerciante inglés en granos, arenques, carbón y productos manufacturados; residente en Königsberg. Metódico, soltero y excéntrico, como Kant. Compartía muchas afinidades con el filósofo y tal vez fuese su ordenado y estricto modo de vida la fundamental: sus vidas estaban regidas por el reloj y el calendario. Corría el rumor, por aquella época, que Hippel, el comediógrafo amigo de Kant, se había inspirado en él para crear el personaje principal de su comedia “El hombre del reloj”.

J. Green estaba menos pendiente de sus negocios y de su vida profesional que de sus aficiones, era, sobre todo, aficionado a las nuevas ideas y a los avances y descubrimientos de las ciencias. De hecho, de estas cuestiones era de lo que hablaban los amigos. Con él, al que solía visitar por la tarde/noche casi todos los días de la semana, la relación llegó a ser tan estrecha que Kant discutía incluso cuestiones relativas a las tres Críticas, sus obras magnas, en gestación por aquel tiempo, llegando a confiarle y cederle sus pocos o muchos ahorros para que se los invirtiera.
Antes de conocerle Kant jugaba a cartas, iba al teatro, a conciertos, frecuentaba las tabernas. Era un hombre extrovertido que gustaba de pasar su poco tiempo libre con los amigos. Todo esto se terminó para complacer a su nuevo amigo, que cambió radicalmente sus hábitos y costumbres sociales. J. Green deploraba el juego y no tenía oído musical. Las comidas pasaron a hacerse en el interior de casa. Por las tardes Kant visitaba a su amigo en su casa. Esto empezó a ser más frecuente desde que la gota abdominal de éste se manifestó con más crudeza. Invariablemente se quedaba allí hasta las siete, de lunes a viernes o las nueve, los sábados.

Hasta el 30 de diciembre de 1783 su economía había sido bastante modesta, carecía de cualquier propiedad inmobiliaria. Pero en ese momento preciso, a la edad de 59 años, Kant se decidió a comprar su residencia definitiva. Sus amigos notaron un cambio notable y significativo en su conducta y en su vida social. Lo achacaron a la compra de la vivienda. En realidad, la causa de este cambio brusco de sus costumbres no fue la adquisición de esa nueva residencia sino la muerte el 27 de junio de 1786, de su íntimo y gran amigo, Joseph Green. Desde entonces y hasta el momento de su propia muerte —acaecida dieciocho años después— Kant estuvo mucho más solo y desamparado.
Antes de conocerlo, Kant se mostraba como un hombre extrovertido, y sociable que gustaba de pasar el tiempo libre con los amigos y divirtiéndose: conciertos, teatro, tabernas. Todo eso cambió para complacer al nuevo amigo (que deploraba el juego y la música). Hasta las comidas pasaron a hacerse en el interior de la casa y cuando enfermó Green, su amigo, casi todas las tardes lo visitaba en su casa. La muerte de su Joseph Green trastocó la vida de Kant hasta el punto de prescindir de sus salidas nocturnas y de otros muchos hábitos o rutinas de vida. Kant le sobrevivió 18 años.

Años brillantes, sin embargo, para el filósofo: en 1781, como antes señalamos, había publicado su primera Crítica, la Crítica de la razón pura; poco después los Prolegómenos, en los que confesará su reconocimiento a Hume por haberle despertado definitivamente de su “sueño dogmático” en 1783, y posteriormente sus Principios metafísicos de la ciencia natural (1786). La Crítica de la razón práctica se publicó en 1787, que estuvo precedida de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres en 1785, seguida por la Metafísica de las costumbres (1797) para alcanzar por último, en 1790, su tercera Crítica, la Crítica del juicio y otras muchas obras valiosas en las que no nos detendremos.
No podemos decir lo mismo con respecto a su salud. Dedicado durante casi toda su vida de manera obsesiva a dominar el arte de prolongar la vida, — a ello se debió su vida extremadamente metódica, en sus últimos años, su estrategia para conservarse sano —. Kant alcanzará la edad de ochenta años, aunque sus últimos años no se caracterizaron, precisamente, por gozar de una vida sana y físicamente feliz.

En su ya clásica obra Muertes imaginarias (2), el psicoanalista francés Michel Schneider, en el capítulo “Es suficiente, es suficiente (Emmanuel Kant, 12 de febrero de 1804)” dedicado a relatar la muerte de Kant, sigue la estela de otros muchos célebres escritores interesados como él en dar cuenta de los últimos momentos del gran filósofo germano uno de los más grandes de toda la filosofía occidental, reconociéndolo con estas frases:
“Contar los últimos días de Kant, recuperando, como yo, las palabras de Marcel Schwob que recupera la de Thomas de Quincey que, a su vez, recupera las de Wasianski y las de algunos otros, es hacer no tanto la historia de un pensamiento como la de un cuerpo. Si hubiese conocido las obras de Kant y no su persona, aun extranjero le habría sido difícil ver, en ese encantados y delicioso compañero, al profundo autor de la filosofía trascendental” (3).
Se refiere así nuestro ilustre psicoanalista a los antecedentes literarios que le precedieron en el dramático relato y asimismo a la situación de infantilismo debido a lo avanzado ya de su enfermedad, un proceso neurológico degenerativo. El propio Kant unos pocos años antes de su muerte en 1799, todavía en la etapa inicial de su dolencia había reconocido a algunos amigos: “Estoy viejo, debilitado e infantilizado, hay que tratarme como un niño”. Ya duerme mal, sus sueños eran pesadillas que lo arrojaban a “los pánicos de las tinieblas”.
Como nos recuerda Michel Schneider, Wasianski, íntimo colaborador de Kant en su etapa final y testigo presencial de estos últimos meses de su vida, levantó acta de las horas finales del filósofo, portando observaciones sobre su conducta y sobre los posibles síntomas de su enfermedad. En su obra, nos informa de la progresión de la enfermedad y recuerdos nocturnos alucinatorios de juventud que en vez de calmarle o socorrerle lo atormentaban, produciéndole insomnio pertinaz:
“Se pasa las últimas semanas desanudando y atando su pañuelo veinte veces por minuto, abrochando el cordón de su albornoz y desabrochándoselo con impaciencia; […] silencioso y balbuceante como un niño absorto y hundido en la torpeza o presa de imágenes y visiones” (4).
Francisco Mora, ilustre neurocientífico español y catedrático de fisiología de la Universidad Complutense, dedica parte de un largo capítulo de su obra Genios, locos y perversos a la enfermedad que Kant desarrolló en los últimos ocho años de su vida, probablemente a partir de 1796. Sus síntomas eran ya con toda evidencia de demencia, “que pudiera apuntar a una arterioesclerosis y a una demencia vascular”, por el hecho, en su opinión, de que su alimentación era rica en elementos cárnicos y grasos y llevar una vida sedentaria. En 1799 Kant mostraba ya serios problemas de memoria, cierta opresión en la cabeza y dificultad de concentración y un declive de su salud física.
Van apareciendo seguida y progresivamente alteraciones en su personalidad, episodios de desorientación y cambios en su estilo de vida. Tiene amnesia y va apareciendo preocupantes síntomas de agnosia. Cada vez lee menos, no recuerda ni las letras que formaban su nombre. Pronto en las últimas etapas de la enfermedad hacen acto de presencia, a saber, la apraxia y la afasia. Francisco Mora escribe al respecto:
“En 1802, la desorientación espacial era clara, sobre todo nocturna. Y ya el 8 de octubre de 1803 su estado de salud empeoró drásticamente. Se le detectó incapacidad para hablar y expresarse (afasia), comienza a realizar conductas estereotipadas, repetidas y sin sentido, pierde el apetito y muestra ya algunos impedimentos para desarrollar una vida diaria normal.”

Su diagnóstico es claro y concluyente: sin duda la enfermedad que malogró su salud durante los siete u ocho últimos largos años de su vida y le produjo la muerte fue la de Alzheimer (5). Su única hermana y su amigo y biógrafo Wasianski lo atienden con solicitud, cariño y respeto en sus últimas horas. La muerte tuvo lugar el 12 de febrero de 1804, a las once de la mañana, en su ciudad natal, cuando le faltaban escasamente dos meses para cumplir los ochenta años, ya muy disminuido.Al parecer sus últimas palabras balbucientes y casi incomprensibles fueron “Es suficiente…” Pero, para terminar, dejemos proseguir el relato a Michel Schneider:
“Era domingo. La noche anterior había caído una nevada y, aprovechando el silencio, una banda de ladrones había entrado en el patio de Kant para desvalijar a su vecino joyero. Le afeitaron la cabeza, hicieron un molde en yeso de su cara y expusieron el cuerpo ante una multitud de gente de toda condición.” (6).
Las campanas de Königsberg acompañaron su sepelio. El cortejo fúnebre estuvo encabezado por veinticuatro amigos y fue enterrado con todos los honores dignos de uno de los hombres más egregios de su ciudad. Kant, vivió casi ochenta años en una época en que lo normal era morir a los sesenta.
BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS
1. Josep Muñoz Redón Las razones del corazón. Los filósofos y el amor, Ariel, Barcelona, p. 54.

2. Michel Schneider, Muertes imaginarias, EDA Libros, Málaga 2021, pp. 93-98.
3. E. Wasianski y T. de Quincey, Vida íntima de Kant, trad. de José María Borrás, Renacimiento, Sevilla, 2003.Veintitrés años después de la muerte del filósofo y llevado por una mezcla de admiración y morbo, Thomas de Quincey, el heterodoxo y singular escritor inglés escribió Los últimos días de Emmanuel Kant, un opúsculo que inspirado en el relato de Wasianski, donde nos ofrece un retrato del filósofo como un hombre perfecto, o mejor, como un cadáver perfecto, porque el hagiógrafo se recrea en la decadencia física y mental de una de las mentes más influyentes de la historia.
4. Michel Schneider,Muertes imaginarias, op. cit, p. 97.
5. Francisco Mora,Genios, locos y perversos, Alianza Editorial, Madrid, 2009, p. 120 y su diagnóstico completo en pp.119-121.
6. Schneider, op. cit., Muertes imaginarias, op. cit., p. 97.
INDICE
I. KANT. PERFIL PSICOLÓGICO DE UN FILÓSOFO SOLTERÓN
II. LOS ULTIMOS AÑOS: LA MUERTE DE UN FILÓSOFO
III. SEXUALIDAD HUMANA, AMOR Y MATRIMONIO
IV. KANT. INFERIORIDAD BIO-PSICOLÓGICA FEMENINA
V. KANT. INFERIORIDAD MORAL FEMENINA
VI. KANT. INFERIORIDAD INTELECTUAL FEMENINA
VII. SUMISION Y EXCLUSIÓN DE LA CIUDADANÍA DE LA MUJER






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