Chirveches muestra su originalidad desde el principio. Nada de larga introducción, ni sesudo prólogo. Para la primera utiliza un escrito publicado en IDEAL en enero de 2007. Veinticinco líneas en las que da a conocer su “Poética” en la que se reitera en su convencimiento de que “en la poesía cabe todo. Todo, menos la prosa”, pues como reconocía “no termino de comprender la poesía que suena a prosa”. Como prólogo, una original estrofa: “Las palabras que yo escribo/ se leen, pero no se miran:/ mis palabras sólo dicen/ lo que tú quieres que digan”. Y como paradigma de esta preferencia sus jitanjáforas (palabras sonoras pero sin significado) repartidas por el poemario y, especialmente, en su “Soneto jitanjafórico”, compuesto a base de nombres de medicinas dedicado a su padre ya fallecido, Antonio López, y a su tío Antonio Viseras, ambos farmacéuticos de profesión.
En los 111 poemas de este libro ilustrado con un dibujo infantil de su hija, Alicia López, se puede ver su habilidad y preferencia por el juego con las palabras. Así nos lo aclaraba, “más que por el juego de palabras me gusta jugar con las palabras, lo que se puede ver claramente en alguno de los poemas y también en el título que es un juego con las palabras. Frente a mi anterior libro “La sangre de noviembre”, noviembre se refiere a la muerte, en este plantea, en general, la esperanza de la vida y de la primavera. Con él brindo un pequeño homenaje a una mujer madrileña, de ojos azules nacida en abril y muy importante para mí”.
Maestro en la cárcel
El también el autor de una colección de artículos de opinión publicados en prensa escrita y reunidos bajo el título “El traje de la ciudad” (Ámbito Cultural Corte Inglés y Asociación de la Prensa de Granada, 2010) indica que escribe para la gente que le gusta la poesía, que encuentra consuelo en la poesía”. Quizás por ello, se esfuerza por incluirla en su quehacer docente como maestro en el Centro Penitenciario de Albolote, donde ya ha comprobado que “la escritura sirve para evadirse de la cárcel de rejas y del alma. El hecho de escribir supone una evasión del momento triste que están viviendo. Por ello, los maestros pusimos en marcha un concurso literario que va ya por su séptima edición y al que suelen presentarse entre 60 o 70 textos”. En este sentido considera una “experiencia fascinante, ver cómo estas personas luchan por salir, por rehacer su vida y ayudarles en eso es algo que me llena de satisfacción”.
Quien lea este poemario comprobará lo acertado que estuvo su compañero en la presentación, Antonio Marín, cuando definió a Chirveches como “poeta del ritmo, la métrica, la rima, conservador de la tradición, nostálgico, meticuloso, lírico y, a veces, trágico”. Y si es verdad que a una persona se le puede conocer por sus gustos, este maestro, que tras acabar la carrera de Historia Contemporánea, ayudó durante dos años a su padre en la farmacia de su propiedad en Padul, se reconoce fan del Quijote, Beethoven y Zinneman, por su película “Solo ante el peligro”. Como comida favorita señala la fabada asturiana, como sentimiento, el amor, y como flor, la rosa. También indica que un lugar ideal para perderse podría ser cualquier rincón del interior de Galicia y que como ciudad para vivir prefiere Santiago de Compostela o Granada.
PALABRAS PRESENTACIÓN DE EL ABRIR DE ABRIL Juan Chirveches, 20 de octubre – 2011 Sede de la Asociación de la Prensa de Granada Hoy, desafortunadamente, como todos sabemos, loas niveles de lectura y de comprensión lectora, entre los jóvenes de nuestro país, son muy bajas. En los últimos muchos años, en las escuelas, en los institutos, apenas se ha fomentado la lectura en los alumnos, con medios como la animación a la lectura, los recitales o visitas de escritores locales a los centros de enseñanza; el desplazamiento de los escolares a las bibliotecas de la ciudad, etc. Ahora está empezando a hacerse todo esto, pero llevamos un notable y notorio retraso, con muchísimas promociones de estudiantes perdidas para esta cuestión. Y no podemos olvidar que la lectura es la base y el fundamento de la educación, de la cultura y de la civilización. Y la culpa es de todos nosotros: desde las autoridades a los padres. No les hemos enseñado, no hemos sabido enseñarles a nuestros chicos el amor por los libros. Los libros que son los joyeros donde se guardan los tesoros de la sabiduría, del conocimiento y de la sensibilidad de los humanos. Y si de libros de poesía se trata, entonces encontramos que los lectores son una minoría. Si el público lector escasea en general, el lector de poesía es una rara avis. ¿Por qué este desapego? Es algo difícil de responder, pero yo pienso, que, quizá, algo puede influir el que, sobretodo desde mediados del siglo XX, los poetas se hayan lanzado, mayoritariamente, a un prosaísmo plano, sin relieve, muchas veces ininteligible, y, frecuentemente, con la pretensión de aleccionar al lector bajo determinados parámetros ideológicos… Para mí la única ideología que debe tener la poesía es la de la calidad; la de la expresión de los sentimientos que siempre ha conformado el núcleo duro de la poesía (el amor, la muerte, el paisaje, la nostalgia, la duda, el desamor, la derrota, la victoria, la injusticia…) con palabras rítmicas, musicales, sonoras, vibrantes y claras. Eso, simple y llanamente es la poesía. Todo lo demás es teoría (aburridísimas e intragables teorías, las más de las veces), palabrería y verborrea. La única verdad de la poesía es la del texto frente al lector, y eso no tiene que estar respaldado por insufribles y pesadísimas poéticas, que, como he dicho antes, casi siempre se cobijan bajo presupuestos fuertemente ideologizados, y, por tanto, ya de antemano, manipuladores y engañosos. La poesía, entiendo yo, brota del asombro y de los tumultos interiores. Del asombro del ser humano ante el amor; del asombro ante la muerte; del asombro ante el paisaje, ante la melancolía, la duda, o la tierra de los antepasados. De los tumultos interiores que nos gritan dentro cuando llegan (reales o intuidos) el desamor, la soledad, la adversidad en cualquiera de sus formas. Unos asombros, unos tumultos, que el poeta trata de entender, o de echar fuera, mediante palabras que, sometidas a ciertas reglas, llamamos poesía. El asombro ante el amanecer: no existe ningún montaje teatral u operístico, por muy espectacular que sea, que se asemeje a la escenografía de la aurora, con se lento cambio de luces y la pausada llegada de la claridad con el regalo de los colores: Va a nacer un nuevo día. El asombro ante el rostro de la amada, o de cualquier mujer bella: Aquel cantaor decía: O el amanecer como fondo de una escena de amor, donde los besos los sentimos como volcanes que van explotando en nuestro cuerpo: En el lecho Asombro, también, ante las sugerencias y las combinaciones mágicas de las palabras. De los juegos, no de palabras, sino CON las palabras. Me fascina la jitanjáfora. Tanto en La sangre de noviembre, como en El abrir de abril, incluyo varias composiciones de este género que se escribe con palabras que no existen, inventadas, pero que tienen que poseer un fuerte poder de sugerencias, y una fuerte sonoridad como los poemas «Jitanjáfora» (nº 94) y «Soneto jitanjafórico (nº20). Las playas solitarias, siempre amenazadas por la bárbara especulación, son uno de los paisajes más hermosos que pueden contemplarse: Poema 100: Una niña y una playa Y, para terminar, voy a leer un poema muy corto, que se titula La liebre, y alude al conocido refrán: donde menos se espera, salta la liebre. Lleva el número 99, y dice así: Donde menos se espera, Muchas gracias. |
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