Quién no ha visto alguna vez el salto de Bob Beamon en Mexico’68 o la perfección de ? ¿Quién no ha soñado con ser un solo día Carl Lewis en Los Ángeles’84? ¿O jugar en el colegio al lado de Michael Jordan y el ‘Dream Team’ de Barcelona’92? ¿Se imaginan? Sería algo realmente maravilloso. Una de las grandezas de los Juegos Olímpicos consiste en obsequiarnos cada cuatro años con un repertorio de instantes convertidos en leyenda, momentos históricos que forman parte de nuestro imaginario colectivo gracias al registro ‘mágico’ del cine y la televisión.
Imágenes maravillosas que aún nos inspiran y nos hacen soñar. En realidad, desde hace décadas vivimos la primacía de las imágenes sobre las ideas. Es un fenómeno mundial, largamente estudiado. Como consecuencia, también vivimos el predominio de la imagen sobre la palabra: un proceso de transformación cultural que ha subordinado la palabra, y por extensión el libro, el intelectual y las humanidades en general, a la imagen y a la música moderna, los verdaderos signos de identidad de las nuevas generaciones.
En esta nueva cultura, ‘la civilización del espectáculo’ la define Vargas Llosa, los medios audiovisuales -el cine, la televisión, los videojuegos y ahora Internet- han ido relegando sin piedad la literatura, la pintura, la escultura y la música clásicas de forma irreversible en nuestros hogares y en las escuelas. Es decir, hemos sustituido los autores clásicos y las enciclopedias por múltiples pantallas, que nos acompañan y entretienen desde los primeros meses de vida.
Pero, sigamos con la fábula olímpica. Entre los once mil deportistas que han competido estos días en Londres 2012, ¿cuántos se habrán inspirado -como nosotros en la infancia- en las leyendas del olimpismo? ¿Cómo habrán afectado aquellas imágenes heroicas del cine y la televisión a sus carreras? Imaginen a Michael Phelps revisando una y otra vez las medallas de Mark Spitz en Múnich’72. A Usain Bolt soñando mil veces con su propia leyenda, al estudiar las finales épicas de Carl Lewis, su verdadero y único enemigo. A los jugadores de la selección de baloncesto emulando la hazaña de España en Los Ángeles’84 para alcanzar, de nuevo, la final soñada.
En efecto, los bebés aprenden hoy a manejar las ‘tabletas digitales’ antes que a andar, los niños se distraen con las videoconsolas e Internet por orden de sus padres, los adolescentes aprenden sus comportamientos sociales en las series juveniles y los adultos, finalmente, cierran esta gran espiral abducidos por su ‘móvil inteligente’ como única tabla de salvación en la rutina diaria. Esta es la realidad dominante.
A pesar de todo, y salvada esta consideración ‘apocalíptica’, parece evidente que la imagen conserva todavía un enorme valor icónico e incluso puede ayudar hoy a transmitir ideas que en principio parecía haber discriminado. Un buen ejemplo de esta función simbólica son los Juegos Olímpicos. Y Londres 2012 nos acaba de legar un valioso catálogo de bellas imágenes que se suman al archivo histórico de nuestra memoria colectiva, que ilustran de nuevo los grandes valores del deporte, que convierten en leyenda a los mejores atletas y sobre todo, que sirven a un noble ideal: ‘inspirar a una generación’, el lema de esta XXX Olimpiada.
Las imágenes de Londres nos han contado nuevas historias de esfuerzo y sacrificio, de trabajo en equipo y compañerismo, nuevos ejemplos de superación personal. Nos han revelado disciplinas minoritarias y nos han descubierto países remotos que no sabríamos localizar en un atlas. Es decir, han actualizado los grandes valores del deporte y la dimensión real del mundo, a través de los 204 países participantes. Por supuesto, también los éxitos y los fracasos, el triunfo y la derrota. Y a las leyendas de Beamon, Comaneci o Lewis hay que sumar ahora nuevos iconos: Phelps, Bolt o Rudisha.
En segundo lugar, la propia realización audiovisual ha alcanzado en esta ocasión la máxima calidad. Imágenes poderosas por el enorme realismo de la alta definición y el 3D. Admirables en su espectacularidad gracias al uso de las cámaras superlentas, con repeticiones inolvidables y planos detalle de deportistas y competiciones nunca vistos. Una dirección televisiva perfecta en la planificación y cobertura de todas y cada una de las modalidades, a través de las últimas tecnologías y los mejores profesionales, entre ellos los de RTVE. La televisión pública sigue siendo el contrapunto de la privada.
Incluso las ceremonias de inauguración y clausura tampoco han dejado lugar a dudas. El cineasta Danny Boyle y el director artístico Kim Gavin apostaron desde el principio por ‘la imagen y la música moderna’ y triunfaron con el Londres más creativo, excéntrico y popular. También alcanzaron cierto grado de excelencia al saber trasladar con enorme talento (y dosis de humor británico) la emoción y el espectáculo del deporte olímpico a 4.000 millones de espectadores.
Imágenes maravillosas que aún nos inspiran y nos hacen soñar, que no mueren con el paso del tiempo, sino que siguen vivas enriqueciendo a las nuevas generaciones, como si se tratara de grandes obras artísticas. ¿Cultura? Imágenes que deben inspirar ahora a una nueva generación, despertar en ella auténtica pasión por el deporte y servir de ejemplo a nuestros jóvenes para que aprendan a luchar y sufrir, a trabajar en equipo, a superarse y, por supuesto, a perder. Como la vida misma. Que los animen a emular a los grandes atletas y si es posible, también los suban algún día al pódium. ¿Quién no ha soñado alguna vez con el triunfo de sus hijos? Este es el mejor legado olímpico.
Artículo publicado en las páginas de Opinión de IDEAL, (20/08/2012)