El Banco Central Europeo dicen que ha rebajado el precio del dinero a limites históricos. Pues bien, yo tengo que reconocer que no sé qué significa exactamente eso, pues las personas de a pie seguimos viendo los precios carísimos, saben a lo que me refiero, ¿verdad?
Cuando en algún momento he retrocedido en el tiempo, siempre tengo aire de nostalgia, pues recuerdo todas aquellas personas entrañables y queridas que ya no están conmigo, abuelos, padres, amigos, aunque reconozco que una de las etapas más felices de mi vida fue la infancia. Mi infancia fue muy cálida, rodeada de la protección de los míos. No existían responsabilidades, ni preocupaciones, ni agobios, ni prisas y el tiempo parecía ir mucho más despacio que ahora.
Para todos aquellos que ya peinamos canas y rondamos los sesenta, la rubia y exultante peseta era algo primoroso y difícil de alcanzar. Incluso me elevaría a la perra gorda y la perra chica, tan habituales en nuestros bolsillos. De sobra recuerdo la máquina de bolas de caramelo de colores que tenía Paquito Franco en la calle Cristo y que funcionaba con una perra gorda. El chicle Bazooka costaba una peseta, las pipas de girasol costaban igual y Ramón «el de los Gallos» te daba un cucurucho pequeño de papel por una rubia peseta.
El periódico IDEAL, para aquellos pocos que lo compraban valía 2,50 y existía la moneda de diez reales gorda y oronda. El cine Yusuf costaba 10 pesetas en el patio de butacas y 4 en el gallinero, aunque éste había que ser muy valiente y pobre, pues con los pantalones cortos te ponías lleno de ronchas con las chinches de las sillas.
Los niños pasábamos mucho tiempo en la calle jugando sin peligro alguno, a juegos imaginarios o inventados, pues la economía era escasa, sin embargo los juegos eran muchos, como el escondite, pilla-pilla, policías y ladrones, al boli, al pincho, al corro de la patata y mil más. Calles llenas de vecinas sentadas en las puertas de la casas, charlando de sus cosas y escuchando la novela de la radio, porque las puertas siempre estaban abiertas sin ningún peligro.
Con el paso de los años la vida subió bastante, en enero de 1971 una barra de pan valía 3,5 pesetas, el sueldo de un auxiliar administrativo era de 7.500 pesetas, una cerveza valía 4 y un chato de vino 2 pesetas. Los «cascos» o botellas de cristal retornable, cuando los devolvías a la tienda de Santiago Romera o al Bar del Puga te devolvían su importe. Recuerdo que en el año 1970 en el bar El canario, me cobraban por un plato de caracoles y una cerveza seis pesetas y eso ya era caro.
La gasolina súper estaba a doce pesetas el litro y a mi padre le costó el Seat 850 especial, rojo intenso, 74.000 pesetas un capitalazo para esa época y muchos años para poder pagarlo. Viajes inolvidables al puerto de Motril y a Cerro Gordo, pues eran los primeros viajes de placer de entonces.
Antes había niños, hoy hay tecnología. Los niños éramos felices sin saberlo, entre otras cosas, porque no nos planteábamos qué era la felicidad, nos bastaba con ser, con vivir. Son bellos los recuerdos de mi infancia, la voz de mi madre cantando canciones de Antonio Molina y Conchita Bautista.
Mi mujer y mis hijas me recuerdan siempre que parezco el abuelo «batallitas» con el precio de las cosas, que si el kilo de chirimoyas, que si el precio de un sombrero, que tanto me gustan, que si el litro de leche. Por cierto la de días, semanas, meses y años que tuvo mi madre que vender la leche de las vacas a 15 pesetas, tres duros, el litro en el año 1970.
Así que la bajada del BCE en el precio del dinero sigo sin entender a quién beneficia, si no es siempre a los mismos, los bancos y los poderosos. O como dice la canción de Joan Manuel Serrat… «No hay nada más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí» bendita infancia!!!
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