Habló con el dueño, quien, sin dejar la faena, yendo y viniendo, esquivando su mirada, le expuso con mucha claridad las condiciones del trabajo, y que eso era lo que tenía. No podía ofrecerle otra cosa porque a él también le afectaba la tremenda crisis, y ando medio asfixiado, me fríen a impuestos; toda esa gente que ves por ahí, en realidad es engañoso porque vienen a mirar, no compran casi nada, esta casa es un ruina, y demás frases consabidas y tópicas. Total.
Lunes a viernes de nueve de la noche a nueve de la mañana; los fines de semana, por estar cerrado el desguace, jornada completa: desde el sábado a mediodía hasta el lunes a la hora de abrir; cada tres fines de semana, o a lo sumo cuatro, eso te lo prometo, como hay Dios, intentaría buscar a alguien que lo supliera. Seiscientos euros mensuales. Sin contrato. Sin papeles. Como comprenderás. Sin seguro. Esto es así, de hombre a hombre. Entre tú y yo. Sin vacaciones. Sin nada.
Deogracias Adorador Castán tiene mujer y dos hijos pequeños. Cobra la ayuda familiar. Nunca llega a fin de mes. Necesita los seiscientos euros. Pero duda ante las condiciones draconianas, inhumanas, que le proponen. Ha de pensarlo. Mañana le daré a usted la respuesta. Sale. Queda a sus espaldas el desguace, y le pareció que dejaba atrás el cementerio donde iba a parar toda la herrinosa chatarra del alma humana.
Tiene que consultarlo con su mujer. El empleo conlleva estar separados todas las noches del mundo, y también todos los días, y todos los fines de semana, cuándo los abrazos, cuándo las caricias, cuándo el amor, que todavía eran jóvenes. Ha de hablarlo con ella, pues nos espera el frío de la noche y nos espera el por qué no estás. Maldita crisis.
Deogracias Adorador Castán camina por las calles del pueblo, sumido en la duda. Tropieza con su viejo amigo, Leonardo Lobo García. Durante los años boyantes fueron socios; copropietarios de una cristalería que no paraba de recibir encargos para montar ventanas, cerrar terrazas, renovar cristales en las mil y una promociones inmobiliarias o urbanizaciones que, como una absurda y venenosa floración de piedra, brotaron a lo loco y a lo bestia por todos los rincones de España.
Aquello, que fue un sueño corto, ahora es una pesadilla larga. Se hizo mil añicos el espejismo de vidrio de los cristaleros. Y los dos, como tantísimos otros, estaban en el paro.
Deogracias Adorador Castán le contó sus dudas, qué abusón, qué desgraciado, el tío, explotador, sinvergüenza, pero es que no hay otra cosa, a su amigo Leonardo Lobo García, no sé lo que hacer, está todo fatal, y el tipo, encima, tenía aquello lleno de clientes, claro, todo el mundo buscando la segunda mano, cómo está España.
En fin. Que Deogracias Adorador Castán llegó a su casa, que besó a los niños, que habló con la mujer, que hay que ver cómo está todo, y la mujer: que nos sacrificamos, que será temporal, que ya lo verás, que vas y se lo dices, que empiezas por la noche, que nos hace falta, cenaron algo. Se durmieron.
Al día siguiente, a media mañana, Deogracias Adorador Castán volvió al desguace. Se dirigió al dueño. Me quedo con el trabajo. Empiezo esta noche. Y el desguacero, que lo sentía mucho, que como lo había notado con dudas, el puesto se lo dio a otro. Lo apalabró a primera hora, porque cuando fue a abrir el negocio ese hombre ya estaba esperando a la puerta para pedirle el empleo.
Vaya por Dios, exclamó enfadado Deogracias Adorador Castán. Y ¿podría saber quién se me ha adelantado, si casi nadie conoce lo de este trabajo? Y el dueño: no tengo inconveniente alguno en decirte su nombre. Espera, que lo tengo ahí apuntado. Entró en la cabina. Salió. Lleva un papelillo en la mano.
Aquí está, se llama… Leyó. Y Deogracias no sabe qué pensar o qué no pensar, no sabe qué hacer o qué no hacer, no sabe si tiene frío o calor, no sabe si sube o si baja cuando oye el nombre que acaban de decirle: Leonardo Lobo García. El nombre de su amigo.
J. Ch.
Publicado en el diario IDEAL. Granada, 7 de octubre de 2012
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