Está claro que en época de crisis el hombre vive sin convicciones y, por consiguiente, cuando no las encuentra pasa con gran facilidad de la euforia a la desolación más absoluta para, en última instancia, terminar adaptándose al medio de manera resignada y cargar la responsabilidad de sus desdichas al sistema o la sociedad.
Es frecuente leer y escuchar en todos los medios de comunicación que en el mundo en el que vivimos se han perdido los valores, aunque de verdad no sé a qué valores se refieren. No sé si trata de valores religiosos, éticos, morales (entendiendo la moralidad en su sentido etimológico de costumbre) o los basados en la las leyes naturales. Valores que, por otra parte, habría que identificarlos con claridad así como sus finalidades.
Es una evidencia, por otro lado, que la moral es cambiante al transcurso de la historia, de las culturas y de las civilizaciones. Por ejemplo, a los griegos que llevaban pendientes eran considerados como gente marcada para la servidumbre; siguen existiendo civilizaciones en donde los maridos pueden repudiar sin alegar motivo alguno y las mujeres no; y el peor de los disparates: donde la condición de la mujer estaba tan mal considerada que las mataban al nacer y compraban mujeres al vecino para la ocasión.
Por todo esto y un sinfín de ejemplificaciones está claro que de la costumbre nacen las leyes de la conciencia y sentimos una intima veneración por las ideas o hábitos recibidos según la época y el espacio en que se habite. Así las cosas, las culturas de los pueblos no son más que un conjunto de soluciones creadas por el hombre para satisfacer sus necesidades, tanto de tipo material como de tipo espiritual en el devenir histórico. Y es de esta manera como las generaciones venideras se encuentran «el mundo organizado» en forma de leyes y se convierten en auténticos herederos de las mismas.
Sin embargo, lo que no puede ser es que cuando se emite una opinión fundamentada en la tradición, sujeta a los más elementales principios de la convivencia social y que hemos recibido colectivamente como legado al transcurso de miles de años, inmediatamente le echan a uno a pasear a Franco o a Hitler, por muy alejado que estemos de estos horrorosos personajes. Lo que sucede es que cuando la moral se sustenta en la mentira, para que ésta quede en pie, la cultura y la herencia espiritual de la verdad como valor se caen al suelo. Desde la razón o desde el sentimiento, no se puede tomar el falseamiento de la realidad como el que toma el sol.
Pues bien, resulta que tengo un amigo, cuyos argumentos pudieran parecer primarios, pero me da a mí que están profundamente arraigados en el inconsciente colectivo de muchas culturas y civilizaciones. Dice este amigo que es amante de las películas del oeste americano (western) por razones tan obvias (para él) de que el que la hace la paga. Es decir, pareciera que subyace un deseo más común de lo que pudiera parecer (que yo no me atrevería a calificar de venganza) de que la maldad hay que erradicarla con toda contundencia. Las excesivas garantías de las que gozan los asesinos, los violadores, los pederastas o el libertinaje en toda suerte de voluptuosidades en contra de la voluntad del otro no son aceptadas por la moral de las sociedades contemporáneas,
Y la verdad es que me parece a mí, que no soy experto en leyes, que legislar sobre la base de legitimar la mentira cuantas veces sea necesaria como fundamento de defensa de los asesinos o de violadores que apuñalan los genitales de las mujeres, por ejemplo, es desvirtuar la esencia de la verdad como un valor fundamental en los seres humanos y, por consiguiente, el triunfo de la mentira. Luego, ¿de qué valores hablamos? Si la mentira es el andamiaje sobre el que se sustenta todo aquello que va en contra lo normativo, la costumbre y la convivencia pacífica ¿cómo podemos admitir que sea el elemento aglutinador sobre el que se sostienen las defensas de corruptos, pederastas, asesinos, ladrones de toda gama, violadores y de todos aquellos que someten a almas inocentes a toda tipo de horrores y crueldades?
Por supuesto que cuando escribo estas líneas tengo en la cabeza a Marta del Castillo, Mari Luz Cortés, Diana Quer y a tantas otras víctimas de esa carroña criminal que puebla la tierra. Ahora entra el debate sobre la prisión permanente revisable, el cumplimiento íntegro de las penas, o modelos de reinserción de los criminales y violadores. Y aunque se insista hasta la saciedad sobre el objetivo de reinsertar a estos individuos nuevamente en la sociedad no les voy a decir lo que mi amigo (el de los western), yo los reinsertaría con el penoso trabajo de proteger y estar al cuidado de las familias de los que legislan, aun a riesgo de que me saquen a pasear a Franco.
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