Uno de los mayores expertos, que más y mejor ha escrito, es Larry Cuban de la prestigiosa Universidad de Stanford (Graduate School of Education). Junto a David Tyack, en 1995 publicó un libro (En busca de la utopía. Un siglo de reformas de las escuelas públicas) donde demostraban que, más que cambiar las escuelas, éstas habían cambiado las reformas. Un siglo de reformas en USA no había logrado alterar la “gramática básica” (estructuras, reglas y prácticas que organizan la labor cotidiana de la enseñanza) de la escuela, que ha permanecido imperturbable a los cambios externos. Esta continuidad en la gramática de la enseñanza “ha desconcertado y frustrado a generaciones enteras de reformadores que intentaron cambiar estas formas organizativas estandarizadas”, señalaban.
Ahora acaba de sacar un libro, publicado como el anterior en la Universidad de Harvard, que se titula “Dentro de la caja negra de la práctica en el aula: reformas sin cambios en la educación americana”, donde vuelve otra vez a porqué la “caja negra” de la enseñanza en el aula ha sido –en gran medida– inmune a las reformas estructurales destinadas a cambiar las prácticas docentes. Lejos de las pretensiones reformistas, la clase en las aulas ha permanecido, paradójicamente, muy estable, rara vez haciendo realidad dichas aspiraciones. En uno de sus últimos trabajos explica cómo los errores en la formulación de políticas educativas han contribuido a que los cambios estructurales y curriculares hayan tenido un impacto mínimo en la práctica de la enseñanza. Un primer error es creer que el mero cambio de estructuras (rediseñar o reemplazar estructuras clave en la organización o currículum escolar), cambiará radicalmente lo que los profesores enseñan y los alumnos aprenden. En segundo lugar, suelen creer que las escuelas son complicadas, pero no sistemas complejos, cuando esto es una relevante diferencia. Por último, suelen creer ilusoriamente que su visión del mundo coincide con la de los docentes, cuando más bien ignoran o desdeñan lo que los docentes piensan y hacen.
Nuestra reforma LOMCE es, quizá, el epígono de esta creencia de la modernidad sobre el valor de las reformas top-down para cambiar de modo relevante la educación. En su lugar, pensamos hoy que es preferible ir generando localmente pequeños y arraigados cambios. Más vale concentrarse en aquello que, tras un diagnóstico serio, se ha mostrado que no funciona o que precisa ser retocado, en lugar de alterar el sistema. Una propuesta de política de mejora pertinente debe crear oportunidades y procesos para que los profesores puedan aprender a hacerlo mejor, de lo contrario es previsible el fracaso de la reforma educativa, como titulara su célebre libro Sarason.
Darling-Hammond en un trabajo reciente (“Dos futuros de la reforma educativa: ¿qué estrategias mejorarán la enseñanza y los aprendizajes”) se plantea dos posibles futuros para las reformas escolares, dependiendo de si apuntan a controles aún más prescriptivos, punitivos y verticales, en un contexto de recursos inequitativos; o si abren la posibilidad para que profesores, líderes escolares y comunidades empoderados, con conocimientos y comprometidos colaboren en aras de una mejora continua. “Mi punto de vista –comenta Darling-Hammond– es que las reformas basadas en la equidad y en la construcción de capacidades han demostrado ser más efectivas que aquellas basadas en la competencia e incentivos”. Por eso, en su lugar, es mejor centrarse en apoyar una docencia de alta calidad, en buenos aprendizajes, y un financiamiento equitativo. El texto finaliza con una advertencia, oportuna en nuestro contexto: “Es necesario insistir que cada sistema educativo debiera reconocer cuáles son sus fortalezas y construir a partir de lo preexistente. Muchos reformadores piensan que su trabajo consiste en hacer tabula rasa y comenzar con una idea completamente nueva. Sabemos que este tipo de cambio rara vez perdura y conduce a los cambios pendulares en las políticas”.
(*) ANTONIO BOLIVAR. Catedrático de Didáctica y Organización Escolar. Universidad de Granada
– Descargar PDF de este artículo publicado en la revista ESCUELA, Nº 3984 (16/05/2013)
Más artículos de opinión de Antonio Bolívar en BLOG CANAL EDUCACIÓN