Pedro López Ávila: «’La palabra muda’ de Antonio Enrique»

El pasado día 9 de marzo, en el Centro Koldo Mitxelana de San Sebastián-Donostia, se presentó el libro de poemas de Antonio Enrique «la palabra muda». El acto fue presentado por el poeta Carlos Aurtenetxe y fue amenizado por la arpista Alexandra Delorme. Como es natural, el acto pasó desapercibido tanto para los medios de comunicación como ante nuestra pequeña sociedad literaria, que casi siempre tiene orientada su actividad a donde suene campanas dominantes o exitosas. Pero, como quiera que desde hace muchos años, Antonio Enrique, encaminó su forma de vida en su microcosmos accitano y en su renuncia a encabezar o a ser miembro de una familia, de un grupo, de una escuela o de una tendencia, sospecho que su contribución la literatura española, a la historiografía, al pensamiento y a la poesía llegará cuando nos tomemos en serio al poeta como único ser que está capacitado para descorrer las cortinas de la realidad y a la poesía como el instrumento más severo de denuncia que destapa el aniquilamiento al que se somete y se ha sometido al ser humano, en su realidad más atroz.

 

En ‘La palabra muda’, Antonio Enrique nos pone delante de nuestros ojos la crueldad, el horror y el espanto del exterminio nazi a través de un poemario. Quizá sea el acontecimiento más salvaje que se ha cometido contra la humanidad y, especialmente, contra un pueblo y una raza. Un pueblo en el que, por cierto, se encontraban descendientes de los sefardíes españoles que, en 1492 fueron expulsados de España y emigraron, fundamentalmente, a Grecia y Turquía, y desde estos lugares llegaron a Alemania, para ser deportados a campos de exterminio en donde fueron torturados y gaseados hasta llegar a ser jabón, hecho de «vértebras e hígados/ de ojos triturados». Casualidades o no, en la famosa solución final de la cuestión judía. en 1942, fue cuando se llevó a cabo el genocidio sistemático de la población judía europea. Cosas de los números.

En ‘La palabra muda’, Antonio Enrique nos pone delante de nuestros ojos la crueldad, el horror y el espanto del exterminio nazi a través de un poemario.

El desajuste vivencial, que siempre acecha al hombre en el que el horror de vivir es dividir, porque lo que el horror hace es / restar, multiplicando y porque el horror no tiene corazón, cuando llega al corazón del hombre ;lo que nunca muere pero mata. Lo que mata sin que mueras, es el eje fundamental sobre el que se sustenta ‘La palabra muda’ para hacer el autor un análisis histórico y descriptivo a través de la poesía sobre el holocausto nazi. Un pueblo tan profundamente culto como el alemán, pero que fue abducido al mayor abismo al que se ha asomado la humanidad. Carente de adornos estilísticos, con un lenguaje fluido, ágil, con una retórica sutilmente tradicional, con hallazgos verbales propios de los que son únicos (los mejores), la cadencia, el ritmo y las horrorosamente majestuosas imágenes están tan apresadas en el espanto de nuestro autor que en poco más de setecientos versos (en su mayoría en metro corto), mantiene, a lo largo del poemario, una tensión totalizadora de indescriptible belleza y de indefinida dureza.

Como si hubiera estado en Auschwitz, he sentido, he vivido y me he emocionado con ‘La palabra muda’; he rememorado con toda claridad esas imágenes del ineludible destino al que estaban sentenciados los moradores de los campos de concentración: a la ciega inutilidad de vivir hacinados en los barracones o en los trenes de la muerte, o lo que es lo mismo: condenados a pena capital / de no haber vivido nunca. Todo es cuestión como nos dirá Antonio Enrique de dónde y en qué momento se nace. Y ante tanta devastación y tanto dolor aparece el amor como elemento redentor: No nos dejaron un solo minuto / ni besarnos ni estrecharnos / con otro vínculo que no fuera / el abrazo con que siempre estuvimos / despidiéndonos. Y es que el amor es la única fuerza liberadora de la conciencia, aunque sea instantánea; es el acontecimiento más excitante y estimulante de la naturaleza humana; es la búsqueda de la unidad, del ser uno. Y en este caso el poeta, tal vez, actuando como ángel o como médium encuentra en el amor la salvación ante tan despiadado salvajismo. Así nos dirá «más allá del mundo y de la nada / tus huesos y los míos seguirán amándose / y propagándose.

En ‘La palabra muda’ está recogida toda la influencia de nuestros clásicos con una profunda y personalísima originalidad; desde Fernando de Rojas, Quevedo o San Juan de la Cruz, a su vez que una originalísima visón de las Sagradas Escrituras: Piensa en mí, como yo en ti, si parto antes / Veremos entonces juntos el arcoíris del perdón.

Me parece que estos campos de la infamia, que nos muestra ‘La palabra muda’, es una lectura inexcusable para la historia en general, pero, sobre todo, para todos aquellos que se les llena la boca de compromiso humano y poesía social.

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