Blas López Ávila: «La poesía ocultada de Ruiz Amezcua»

Dios santo, qué falta nos hacen los ojos, ver, ver…
José Saramago: “Ensayo sobre la ceguera”

Como cada vez que se produce un acontecimiento artístico de meridiana relevancia –más en un país en el que predomina el raquitismo intelectual- uno no puede sino celebrarlo muy íntimamente pues, a la postre, el sustento emocional y espiritual es un bien escaso en estos tiempos de penurias de toda índole. Es así que a principios de marzo pasado tuvo lugar en la BNE la presentación de la obra del poeta jienense “Una verdad extraña”, libro publicado por la Editorial Comares -en segunda y esmeradísima segunda edición corregida y aumentada- que recoge toda la obra poética del autor publicada hasta el momento más un buen puñado de poemas inéditos. Prologado, en un trabajo tan minucioso como exhaustivo, por el profesor de la Universidad de Sevilla, Carlos Peinado Elliot, el libro constituye una excelente muestra de poesía al servicio de los demás: “El arma es para herir y la palabra para curar heridas”, según manifiesta José Martí.

Al decir de David Porcel, en la revista Zenda, pertenece Manuel Ruiz Amezcua a “la estirpe silenciosa de los grandes poetas”. No podemos estar más de acuerdo con esa afirmación. Alejado de modas literarias -la moda siempre es efímera-, la mirada de Manuel Ruiz Amezcua siempre estará dirigida hacia los desheredados, hacia los ofendidos y humillados. En buena medida, su voz será la voz de los que no la tienen. Por eso, señala en su trabajo Peinado Elliot, “uno de los pilares que sustentan su obra es la parresía, decir a las claras lo que se ve como verdadero, frente al buenismo y la dictadura de lo políticamente correcto”. O en palabras de Javier Marías (“Veneno y sombra y adiós”, de la trilogía “Tu rostro mañana”): “Nadie quiere ver nada de lo que hay que ver, ni se atreve a mirar, todavía menos a lanzar o arriesgar una apuesta, a precaverse, a prever, a juzgar, no digamos a prejuzgar, que es ofensa capital”. Definitivamente el autor de “Una verdad extraña” sí se atreve a ver, sí se atreve a mirar, y acaso sea el silenciamiento de su obra el precio que ha tenido que pagar por tan “desconsiderado” atrevimiento.

Con el convencimiento de que cada cosa está preñada de su contraria, su obra, en un verdadero ejercicio de profundidad de pensamiento -tan débil en los tiempos que corren-, nos ofrece muchas más preguntas que respuestas.

Llegados a este punto cabría preguntarse cuál es la índole de la poesía de Ruiz Amezcua. El propio título de la obra ya nos orienta: el triple extrañamiento del hombre actual “ante lo divino, ante el mundo y ante el hombre”, en palabras del prologuista, ya ponen de manifiesto cuáles son los caminos por los que transitarán sus versos. Pero hay más: al propio autor siempre le ha interesado mucho la poesía como fuente de conocimiento y como comunicación de ese conocimiento y es por eso que jamás permanecerá ajeno a las tensiones del hombre actual y la incidencia que esa circunstancia provocan en el arte contemporáneo. Con el convencimiento de que cada cosa está preñada de su contraria, su obra, en un verdadero ejercicio de profundidad de pensamiento -tan débil en los tiempos que corren-, nos ofrece muchas más preguntas que respuestas. Permanentemente instalado en la consciencia -también en la conciencia- de la fragilidad y el desamparo del ser humano, encontramos en Ruiz Amezcua una poesía abarcadora: existencialista, no exenta de amargura y desesperanza en ocasiones; social o satírico-política, en otras; y amorosa, frecuentemente, hasta el punto de ser el amor el que de forma transversal ocupa buena parte de su obra. El amor, no tratado tan ñoña y adolescentemente como lo hacen un considerable número de poetas actuales -tenemos lo que tenemos-, sino como fuente de gozo pero también como manantial de desgarro, sufrimiento y conflicto. El amor y sus variantes: el desamor, la amistad, las víctimas…el género humano en definitiva.

Atento siempre a la evolución de su obra, asume sus propias contradicciones y tensa, en un puro juego dialéctico, el enfrentamiento entre contrarios: lo culto y lo popular, la tradición y la modernidad, los favorecidos y los desfavorecidos, lo local y lo universal, lo individual y lo social…Así nos encontramos ante una variadísima selección de metros y recursos que van desde el soneto al poema libre, pasando por el libelo o el panfleto (formas estas de expresión de los desfavorecidos, al decir del poeta) y todo un mundo de símbolos, imágenes y metáforas desconcertantes para las que se sirve de un léxico ora barroco (Góngora) ora tremendamente popular. No es de extrañar, pues, que Peinado Elliot afirme que “su poesía y su poética se mueven en el terreno de lo universal”.

En un país tan sobrado de ignorancia como crédulo ante la mentira y la infamia, son los escasos autores, como Ruiz Amezcua, quienes encienden el faro de las conciencias para conducirnos al puerto seguro de la lucidez y de la convicción de que todos los hombres vestimos el mismo traje que nos llevará hasta la tumba.

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