Las tristezas son inútiles/ / es estéril la alegría / los sueños son migajas del ayer/ y un mismo pesar es nuevo cada día. He querido comenzar con estos versos extraídos del libro El aliento del alma de Antonia López Navas, porque este poemario toca fibras muy sensibles del pensamiento, la palabra y el sentimiento humano; sobre todo, porque me parece a mí, que no es un libro donde habiten fórmulas acuñadas, ni el descreimiento de la edad avanzada ni, por supuesto, la inocencia del que se acerca al texto literario con simpleza a expresiones pseudolíricas, para públicos poco exigentes. En este libro se impone siempre la coherencia de las emociones que el lenguaje invoca.
Antonia López Navas aunque ha ejercido su vocación docente durante más de cuarenta años, como maestra, estaba sentenciada a ser poeta, pero de las poetas en la que descubrimos los momentos en los que la vida se adensa entre los restos de muestra fragilidad más allá de compromisos sociales como en El vagabundo donde, sin tonos reivindicativos, nos dirá: «Su pupila se hace diáfana y brillante / como un agua que se irisa y de su / labio anhelante brota tímida la /amante promesa de una sonrisa». Tampoco hay un intento de quedar bien con oídos agradecidos ante la belleza de sus imágenes: «el atajo se marcó a golpe de sandalias», «la tarde puso un poco de rosa en su pincel». Nuestra poeta parece decirnos en sus versos que no hay por qué elegir entre el cultivo de la belleza y el del testimonio. Dª Antonia, entiende que «El alma sensible del poeta es un surtidor / del que emana palabras, /palabras que quisieran ser alas».
La poesía de López Navas es una poesía de cualquier tiempo: cree en la belleza de la palabra, en el fulgor del verso, en la luz que inunda al poema desde la visión en plenitud y, aunque se rebela ante la realidad por el paso del tiempo, siempre aparecen en su obra la esperanza como elemento redentor y el sueño como elemento liberador: «todo se borra con las sombras / lo que no pudo ser así, fue soñado / para que todo pueda ser recobrado a golpe de esperanza / en cada atardecer amarillo.
Leyendo estos textos asistimos a un monólogo ensimismado con el pensamiento, con la la nostalgia por el paso del tiempo, con la naturaleza y con el amor a la familia, pero sobre todo conciencia de un latido estético muy profundo del tiempo que le ha tocado vivir, pero siempre con la añoranza de encontrar una realidad que ya no es, pero que fue: «irremediablemente en mi mundo gravitan siempre los pretéritos».
Una de las preocupaciones, comentadas más arriba, de nuestra poeta es el tiempo, imprescindible en todo poeta pensativo. Es visible en sus versos captar el mismo orden de los recuerdos: «Soy huésped del pasado, dormido en el recuerdo». «Visto este bello espectáculo / de pronto reflexioné: / que era una puesta del sol más / y un día menos en mi haber. / Quién pudiera impedir otro nuevo anochecer. El tiempo es, pues, para López Navas, un instrumento para el conocimiento del mundo y de sí misma a sabiendas de que el misterio puede también crearse y recrearse en el recuerdo y en la observación atenta. Dice Antonio Enrique (uno de nuestros grandes en la historia literaria y del pensamiento contemporáneo) en su ensayo «El espejo de los vivos» que «el tiempo no lo podemos definir, lo podemos percibir. pero su percepción será siempre parcial, dependiendo de nuestra emociones. Es a semejanza de avanzar de espaldas al sentido inverso al avance. El tiempo lo ves como pasado».
Y es así como Dª Antoñita (como la llamaba su alumnado), a través del recuerdo alojado en su memoria, encuentra la palabra justa y precisa para verter el impulso expresivo, que da cauce y forma, al mismo tiempo. Siempre, desde la poesía creadora de su experiencia vital; sobre todo, cuando hace referencia a sus cinco hijos, en los que predomina la emoción acompañada de un sentimiento que me atrevería decir que es casi educacional y didáctico. Pareciera el testimonio, el legado o el camino que a sus hijos quiere señalar como guía, para que la conciencia se eleve por encima de una realidad construida desde la apariencia. Un tiempo esquivo de duras aristas solamente se asoma a este poemario: la pérdida en el nacimiento de una hija: Se me impregnó la carne de silencio infinito / y sentí que corría por mi piel la ausencia, y aunque nunca faltan referencia en la obra para el marido (el amor de su vida), para sus padres, nietos, familia, amigos o allegados; sin embargo, su afán por la vida a lo largo del poemario es incuestionable y así nos encontramos con una voz afable que pareciera querer refundar un mundo donde el dolor y la tristeza queden conjurados: «la tristeza para mí es la negación del ser, / pues pierde quien la padece / ilusión amor y fe.
Por otro lado, la intensa vida interior de López Navas de la que es testimonio su obra -como decimos- recoge impresiones sobre el paisaje y sus gentes. Es notable su capacidad para captar sensaciones sobre la luz, el color, aromas, sonidos o sabores que llenan las páginas de lirismo a este poemario: «con resplandor de nieve rosada, /gallardo y ufano se alza el almendro», «tejen las olas en pardos acantilados (…) rutila la luna con incólume esplendor», «las hojas son las lágrimas / que caen en sueños profundos», «La luz usada en la inmensidad del instante / deja polvo de mariposa entre los dedos».
He dejado para el final decir que este libro vio la luz en el año 2015, cuando esta maestra octogenaria, recopiló su obra y decidió imprimirla con Godel Impresiones digitales, S.L. , y he de confesar que la lectura de sus poemas ha sido reconfortante para mí, muy reconfortante; no solo por tocar el tejido sensible del sentimiento o por sus hallazgos verbales o por su originalidad, sino porque a través de sus poemas, siempre he encontrado una línea de esperanza que ilumina los falseamientos de la experiencia real, un don que, desde mi punto de vista, solo puede adjudicarse a la buena poesía.
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